Crítica
«Eugenio Oneguin»: risas en el comedor
De P. Chaikovski, con libreto de K. Shilovski. Dir. musical: Dmitri Jurowski. Dir. de escena y escenógrafo: Dmitri Tcherniakov. Figurinista: Maria Danilova. Iluminador: Gleb Filshtinsky. Dir. del coro: Valery Borisov. Reparto: Tatiana Monogarova, Margarita Mamsirova, Nina Romanova, Mariusz Kwiecien, Alexey Dolgov, Anatolij Kotscherga, Valery Gilmanov, Makvala Kasrashvili. Teatro Real. Madrid, 7-IX-2010.
Madrid vio «Eugenio Oneguin» por última vez en 1994, en el Teatro de la Zarzuela, con una coproducción de ese teatro firmada por John Cox, con el Covent Garden y la Ópera de Montecarlo y un reparto encabezado por Álvarez, Mattila y Kaludov. Esta obra ha servido ahora para abrir la nueva temporada del Real y la era Mortier con una compañía invitada. Conviene no perder perspectivas.
El director de escena Dmitri Tcherniakov ha declarado que quería resaltar cómo en la ópera de Chaikovski la protagonista es Tatiana. Sin embargo en su propuesta hay una tercera protagonista que se eleva sobre ella y Oneguin: una enorme mesa elíptica, omnipresente, alrededor de la cual gira todo el drama.
Poesía que desaparece
También expresó su intención de contar más cosas de las que habitualmente se cuentan, lo que es un objetivo deseable siempre que no se dejen de contar las importantes. Pretende ésta mirar el libreto con ojos nuevos pero manteniendo un concepto tradicional. No siempre lo logra. Resulta complicado escenificar un primer acto en donde apenas sucede algo, y la idea del comedor no es mala, pero se abusa de ella. Discutible es que la célebre polka sea simple música de animación de un almuerzo y grave que la puesta en escena luche contra la música, como sucede con el duelo, convertido en un forcejeo por una escopeta que acaba disparándose por accidente y matando a Lenski. El problema no es la ausencia de duelo, sino que su sucedáneo acontece en el mismo comedor y que antes de éste viene una música introductoria al aria del tenor de carácter evocador y muy descriptiva de un ambiente bien diferente. Desaparece toda la poesía.
En contrapartida, hay momentos e ideas eminentemente teatrales, como el final de la escena de la carta o la distante colocación en los extremos de la mesa de Tatiana y Oneguin en sus dos desencuentros, simbología que se repite más tarde con el barítono y el tenor antes del duelo. Una pregunta: ¿de qué se ríen permanentemente los comensales?
No se llega a alcanzar la pasión de los dúos Mattila & Álvarez de las representaciones citadas al inicio, pero se canta con la corrección propia de los teatros con sólidas compañías estables. Todos saben lo que hacen. Notables la Tatiana de su tocaya Monogarova y el Oneguin de Mariusz Kwiecien. Suficiente el Lenski de Alexey Dolgov, mientras que el veterano Anatoli Kotscherga aporta en Gremin añoranzas de un pasado más esplendoroso que el presente.
Este enfoque artístico tiene sus pros y sus contras. Entre los pros también la presencia de un coro que impresiona por su sonoridad rusa desde su primera intervención. Parecido es el caso de la orquesta, dirigida con insulsa sobriedad por Dmitri Jurowski, de potente gravedad en sus cuerdas, aunque realmente no tenga mucho que enseñar a la titular del Teatro Real en días buenos.
Algunas comprensibles protestas a la puesta en escena y aplausos de cinco minutos de duración cerraron la representación en vivo contraste con los más de treinta que cosechó el reciente «Boccanegra». ¿Era ésta la mejor alternativa para abrir temporada y la mejor tarjeta de presentación de Mortier? Para completarla, en apenas un mes llegarán «Moctezuma» y un «Mahagony» que parecía destinado a ser verdaderamente el inicio de curso.
✕
Accede a tu cuenta para comentar