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Admítalo: es un ignorante

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Admítalo: es un ignorantelarazon

No eran Magos. Ni siquiera sabemos si eran tres. Y, para colmo, puede que alguno hasta fuera una mujer. Realmente, lo único seguro de Melchor, Gaspar y Baltasar es que este año, a pesar de la crisis, volverán a dejarnos regalos. El resto, como ocurre con otras 200 «verdades absolutas» que damos por ciertas, deberíamos ponerlo en cuarentena. Al menos ésa es la invitación que hacen los autores de «El pequeño gran libro de la ignorancia» (Ed. Paidós), todo un catálogo de errores comúnmente aceptados que nos quitará las ganas de presumir de «cultura general». Sus autores, John Lloyd y John Mitchinson, creadores del concurso cultural de la BBC más popular, sostienen que el suyo es un libro escrito para todos aquellos que «saben que no saben gran cosa». Algo así como un «acéptate a ti mismo: eres un ignorante». El club es más numeroso de lo que parece. Ya lo advirtió, por ejemplo, Thomas Edison: «No sabemos ni una cienmillonésima parte de nada». O, más elegante, como siempre, Woody Allen: «Algunos beben en las aguas profundas del río del conocimiento mientras otros sólo hacen gárgaras». Ni los Reyes ni Papá Noel Ejemplos hay muchos, hasta 230. El de los Reyes Magos es, desde luego, de los más representativos. «Fueron entre dos y veinte -afirman Lloyd y Mitchinson-, aunque en general se acepta que fueron tres porque llevaron tres regalos, pero es muy posible que fuesen cuatro y uno se olvidase de comprarlo y tuviese que recurrir al incienso». Y no sólo eso: el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra, sensible a la moda de la paridad, decidió en 2004 que «no se puede excluir por completo que uno o más de ellos no fuese una mujer». De esta revisión de la «cultura general» alimentada a golpe de clic y wikipedia no escapa casi nadie. Ni siquiera Papá Noel, o sea, San Nicolás, que no procede «ni del Polo Norte, ni de Laponia ni de la Coca-Cola», como aclaran los autores, sino de la ciudad turca de Demre. La culpa de que perdiera su identidad la tienen un poema escrito en el siglo XIX, la idea genial de asociar su imagen a renos y elfos y el olfato comercial de los lapones. A lo largo de más de 300 páginas, el libro se dedica a derribar mitos y resquebrajar fronteras: el champán y la guillotina, por ejemplo, son ingleses, no franceses; el campo de concentración es un invento español (en la guerra de Cuba), no alemán; y los escoceses no pueden presumir de haber inventado sus faldas, las gaitas o el whisky, pero sí el plato típico de Bangladesh, el pollo tikka masala. Hablando de pollos. Ésta es buena. ¿Cuánto puede vivir sin cabeza una gallina? ¿Unos segundos? ¡Falso! Hasta dos años, que se sepa, como le ocurrió en 1945 a un ejemplar en Colorado (EEUU) al que le cortaron con un hacha de cuello para arriba sin seccionarle la yugular y dejando suficiente tronco encefálico. Su dueño recorrió el país mostrando al ave al precio de 25 centavos por cabeza (con perdón) hasta hacerse de oro. Mike, que así se llamaba el bicho, era alimentado con una pipeta y al parecer vivió feliz. «Era un pollo grande y gordo que no sabía que le faltaba la cabeza», dijo de él alguien que lo conoció bien, sin aclarar, claro está, cómo llegó a esa conclusión. Y más del reino animal. Los osos polares no son zurdos, los camaleones no cambian de color para mimetizarse (lo hacen por cambios emocionales) y los mayores asesinos del planeta son, por este orden, mosquitos y marmotas, los primeros con sus picaduras y las segundas mediante una infección que transmiten con la tos. Conclusión. Casi nada es lo que parece. Ni en nuestro cuerpo ni fuera de él. Los humanos no tenemos dos fosas nasales, sino cuatro (las otras dos están en el interior), y los cinco sentidos son en realidad nueve (de la conciencia corporal, el dolor, el equilibrio y el calor no se acuerda nadie). Claro que tampoco son tres los estados de la materia (hasta 15), el agua es azul, no incolora, y la Luna, por cierto, huele ¡a pólvora! 616, la marca del demonio Y para terminar, dos de números. Los 42,192 kilómetros de la prueba de maratón son un capricho de los miembros de la Familia Real inglesa: exactamente la distancia que separaba una ventana del castillo de Windsor y el estadio de los Juegos de Londres de 1908, para que así pudieran ver con comodidad la salida y la llegada. En realidad, Filípides (que no murió por el esfuerzo, por cierto), recorrió 246 kilómetros. Y la segunda: por un error de traducción de la copia más antigua del Apocalipsis, se asignó a la Bestia el número 666, cuando debería ser el 616. Mala suerte para los supersticiosos.