Literatura

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Benedetti

La Razón
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No sé si eso era lo que pretendía señalar Gamoneda al descalificar la obra de Benedetti, pero a mí me parece obvio que la redención de los pueblos es la pretensión más descabellada que cabe atribuirle a la poesía. Es obvio que los dictadores recelan de los poetas y tienen la costumbre de perseguirlos para defenderse de su pretendida influencia social, pero creo que esa actitud sólo demuestra lo desconfiados que los tiranos son respecto de aquello que desconocen, lo que explicaría que en sus redadas caigan a menudo juntos el poeta, el filósofo y el astrólogo. ¿Cómo puede considerarse peligroso para el poder político un género literario que apenas es capaz de hacerse un hueco en el escaparate de la librería? Si echamos la vista a nuestro pasado más reciente, veremos que a los organizadores del 23-F lo que les preocupaba no era la adhesión de los poetas, sino el apoyo de la división acorazada Brunete. Bien saben los políticos que la restringida tirada editorial del poeta resulta siempre menos determinante que el alcance de un obús, del mismo modo que las ideas que se urden con un café en el ambigú del ateneo son más fáciles de controlar y reprimir que los planes que se traman con copas en la cantina del cuartel, entre otras razones, porque la meditación produce por lo general menos audacia que el alcohol. Carente de la pegada social de Benedetti, su colega Gamoneda es sin duda más realista al reconocer que la función emocional de la poesía está por encima de cualquier prestación utilitaria. Eso significa, más o menos, que la poesía pensada para su lectura mientras suena el piano es siempre menos coyuntural, y más eterna, que aquella otra que parece escrita para ser leída con un tambor. De todos modos, bien saben los dictadores que lo que calienta al pueblo no son los versos que se leen, sino las arengas que se desfilan.