Barcelona
Beyoncé una fiera en Madrid
De ella han dicho que es la heredera de Tina Turner, la mejor representante de la música negra desde Diana Ross y la portavoz más sexy del nuevo soul. Sus detractores quizá piensen que no es para tanto, pero para sus miles de «fans» todos los adjetivos son pocos a la hora de hablar de Beyoncé. 27 años nada más contemplan una carrera de vértigo, con más de cien millones de discos vendidos –incluidos los de su etapa junto a Destiny's Child–, un tropel de Grammys, una nominación a los Globos de Oro por su papel en la película «Dreamgirls» y un sinfín de contratos millonarios con firmas como Pepsi, Armani, L'Oréal y Tommy Hilfiger. Pero ayer tocaba vestirse de Thierry Mugler, el mítico diseñador de la década de los ochenta, que ha vuelto al ataque para diseñar todo el vestuario de la nueva gira de Beyoncé, «I am... Sasha Fierce», nombre que da título también a su tercer álbum de estudio, editado por Sony. Un homenaje a las heroínas de ciencia-ficción y al mundo de los cómics que, en el cuerpo de la cantante, se convierte en un derroche de «kitsch» visual no apto para alérgicos al oro, las lentejuelas y el exceso.
Lección de convulsiones
De esta guisa, la artista saltó al escenario del Palacio de los Deportes –lleno, pero no a rebosar– a las nueve en punto de la noche, media hora después de que el grupo Labuat, penúltimo producto sacado de la factoría «Operación Triunfo», calentara motores. Aunque no hacía falta. Los adictos a la Knowles coparon los alrededores del estadio y formaron unas colas que colapsaron las calles aledañas. No obstante, el bochorno de ayer en la capital no fue nada comparado con el sudor de Beyoncé, dispuesta a dar una lección de baile y convulsiones aunque fuera a cambio de perder alguna que otra octava de voz. Sin embargo, nada comparable a ese vídeo que últimamente circula por Youtube, en el que la cantante suelta unos gallos tan inquietantes como sorprendentes. Qué va. Beyoncé canta bien, muy bien, y además sabe cómo dejar claro que ella, y no su equipo de coristas –todas mujeres y todas explosivas– es la estrella.
Al contrario que el pasado año, cuando su visita a España incluyó un paseo por la azotea del hotel Me y unas cuantas sonrisas al «photocall» por cortesía de un perfume de Armani, esta vez no hubo tiempo para más. Sólo un concierto de dos horas en el que combinó las baladas –por aquello de recuperar el aliento– con las sacudidas de sus mejores «hits», entre ellos «Crazy in love», considerada por la crítica como una de las mejores canciones de los últimos años. Lo mismo parecían opinar los «fans», entre los que vimos a algunos miembros de El Canto del Loco, a los chicos de La oreja de Van Gogh, Antonio Carmona y a alguna que otra aspirante a diva como Edurne. La que sí ejerció de eurodiva fue Soraya. Como en Moscú, a punto estuvo de llegar la penúltima por la avalancha de «fans» que se agolparon para darle el pésame.
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