Cambio y unidad

La historia norteamericana puede dar hoy un vuelco copernicano. Si Barack Obama gana la primaria de New Hampshire, será posiblemente el candidato demócrata a la Presidencia, y aún más posiblemente, ganará las elecciones, dado el desconcierto que reina entre los republicanos, tras el tifón Bush. ¿Cómo se puede hacer un pronóstico tan temprano? Pues porque New Hampshire, blanco, rico, ilustrado, es teóricamente el peor terreno para Obama, y el ideal para un ex gobernador del vecino Massachusetts, como Romney o una mujer progresista como Hillary Clinton. Si Obama se impone allí, puede imponerse en cualquier Estado de la Unión. ¿Lo conseguirá? Es posible, aunque, como comprenderán, seguro no hay nada. Mejor dicho, hay muy pocas cosas. Y una de ellas es que el lema de estas elecciones es el cambio. Y el candidato que mejor lo representa es Obama, no contaminado por las mentiras, fanfarronadas y errores que se han dicho y hecho en este país durante los últimos años. ¿Cómo va a significar cambio Hillary, si se presenta como la continuadora de su marido? ¿O Romney, o Giuliani, o Edward, «déjà vu» todos ellos? McCain ofrece honestidad, algo que puede valerle hoy, y Huckabee, novedad. Pero Huckabee es un extremista, un hombre que trae división, enfrentamiento. Y tanto o más que cambio, los norteamericanos piden unidad, coincidencia. Algo que Obama representa incluso por raza, al ser hijo de padre negro y madre blanca. Aunque no es sólo eso lo que atrae de él. Es su mensaje abarcador, por encima de razas e ideologías, de camarillas y de venganzas, de particularismos y de mezquindades, para ofrecer ilusión, esperanza, algo que parecía perdido hace sólo una semana. Un mensaje como el que lanzaba ayer en Milford: «Quiero presentarme al mundo y decirle: los Estados Unidos están aquí de nuevo. Somos una nación. Somos un pueblo. Y nuestro momento de cambio ha llegado». ¿Cómo se puede ser norteamericano, del norte o del sur, republicano o demócrata, joven o viejo, y no sentirse arrebatado por ello?