Historia

Historia

El vacío de las guerras

Más allá de las balas, las contiendas mundiales despoblaron Europa entre 1914 y 1945, décadas en las que 45 millones de personas huyeron del continente

Una población en movimiento
Una población en movimientolarazon

Desde los albores de la humanidad, las poblaciones se han movido para mejorar o sobrevivir, presionadas o atraídas por la situación climática, económica, religiosa o política. Los últimos doscientos años han sido los de las migraciones masivas voluntarias, convirtiéndose en una gran fuerza de transformación social. Y los que más migraron en ese tiempo, cambiando el mundo, fueron los europeos. Convirtieron a Estados Unidos en la nación del «melting pot», desarrollaron Brasil, poblaron Argentina y crearon Australia. Hoy, las sociedades han dejado de ser homogéneas para cobijar culturas, lenguas, etnias y religiones distintas. Es la otra globalización, pero más descontrolada. La Organización Internacional para las Migraciones sólo es capaz de dar cifras aproximadas. La avalancha de personas que buscan una existencia mejor, ya sea por razones económicas o políticas, o para salvar la vida, es imparable. Es una constante en la Historia.

La abolición de la esclavitud propició el primer ciclo migratorio masivo y voluntario, entre 1820 y la década de 1920. A principios del XIX, los desplazamientos dentro del propio país y entre estados europeos fue la norma, aunque comenzó una modesta emigración intercontinental. La expansión demográfica, los cambios en el sector rural y la revolución industrial empujaron a los trabajadores del campo a la ciudad. Pero el crecimiento urbano era insuficiente. La miseria persistió, y junto a ella los primeros brotes de la cuestión social. La única salida fue cambiar de país o de continente.

En busca de fortuna

En las tres primeras décadas del XIX, sólo en Inglaterra abandonaron las áreas agrícolas casi 400.000 personas, y marcharon a América unos 30.000 británicos al año, la mayoría irlandeses. En total, los europeos que dejaban su casa para buscar fortuna en algún lugar de América, norte o sur, fue de 500.000 al año en las décadas centrales del XIX, y normalmente familias enteras. La mudanza de los europeos atlánticos era completa, para no volver, mientras que la mediterránea era «golondrina»: hacían fortuna y volvían. Otra cosa eran los migrantes de la Europa Oriental; sobre todo polacos, judíos y lituanos, que viajaban por la presión étnica y religiosa del Imperio ruso. El país donde se iba a probar fortuna se elegía por afinidad o probabilidades de éxito; de manera que el idioma o la prosperidad marcaban el final del viaje. Los emigrantes buscaban refugio creando su propia comunidad dentro de la sociedad de acogida, lo que era un foco de atracción para nuevos viajeros, como los canarios en Venezuela; y casi monopolizaron oficios, al estilo que hicieron los alemanes con el sector cervecero en Estados Unidos. Los españoles, alrededor de 4 millones entre 1860 y 1930, marcharon a Argentina, Cuba y Brasil.

Al inicio de la Primera Guerra Mundial, muchos europeos retornaron a sus países para participar en el servicio militar o en la industria bélica. En algunas naciones receptoras surgieron grupos contrarios a los emigrantes. En Estados Unidos, por ejemplo, aparecieron «nativistas», que afirmaban que los europeos del sur y este de Europa eran «inadmisibles», y resultaban una amenaza para el orden y los valores americanos. El Congreso norteamericano aprobó leyes en la década de 1920 que establecían cuotas atendiendo al origen nacional del emigrante, y que limitaron la inmigración hasta los años 60. De hecho, en la Gran Depresión fueron repatriados alrededor de medio millón de mexicanos. Pero no todo fueron restricciones. Al tiempo, los gobiernos de EE UU hicieron campañas para la integración lingüística y ciudadana. En Europa fue distinto.

En Italia y Alemania se habló del «espacio vital» para sus naciones. Francia, que había sufrido un «déficit demográfico» en la Gran Guerra, dio entrada a dos millones de emigrantes; especialmente, polacos, españoles, checos e italianos, a los que controlaba mediante tarjetas de identidad y contratos de trabajo, pero que fueron echados masivamente por la crisis de los años 30.

Las dos guerras mundiales del siglo XX crearon grandes flujos de refugiados. Entre 1914 y 1922 alrededor de cinco millones de personas se vieron obligadas a dejar sus países. Cerca de 200.000 judíos abandonaron la Alemania nazi antes de 1938, la mayor parte con destino a Estados Unidos, Palestina, Argentina y Brasil. Y otros 82.000 huyeron fatalmente a Austria. La Segunda Guerra Mundial desterró a casi cuarenta millones de personas en Europa, la partición de la India a unos quince, y el conflicto palestino a cuatro.

Nuevos asilos

En el contexto de la descolonización se introdujeron nuevas causas para la petición de asilo: guerra civil, persecución política o Apartheid. El desmoronamiento del comunismo en Europa desde 1989 provocó flujos masivos de refugiados, y las delicadas fronteras del Cáucaso crearon conflictos en los 90 con centenares de miles de georgianos y chechenos desplazados que huían de la «limpieza étnica». Lo mismo que aquellos ruandeses que salían desesperados hacia el Congo en 1994, los iraquíes después, o los sirios ahora huyendo del Estado Islámico. La mayoría de los emigrantes forzosos, salvo en la actual crisis, han buscado asilo cerca de su país de origen. Esto ocurrió en la guerra de Yugoslavia, que provocó el mayor éxodo de refugiados europeos desde 1945: en las primeras semanas más de un millón de personas se asilaron en Austria, Hungría e Italia. Y cuando se creía que sería el «calentamiento global» el que motivaría la migración del siglo XXI, han sido las guerras y la «limpieza religiosa» lo que ha empujado al éxodo a centenares de miles, como no se veía desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La tragedia se repite.