Sevilla
Carmen Romero: «No me lamento: he sido yo quien ha elegido lo que soy»
Hay un nombre en esta entrevista que no aparece: Felipe González. Ése fue el pacto. No hablar de él. Ni citarlo. Carmen Romero habla de Artemisia Gentileschi, una pintora del siglo XVII que fue violada y de la novela que escribió Anna Banti y ella misma tradujo en sus años de La Moncloa. Y habla de su papel como eurodiputada y algunas viejas batallas de esta «anti primera dama».-¿Cómo se produjo su atracción hacia Artemisia Gentileschi?-Hice varios viajes a Italia y pensé en profundizar en mis conocimientos de literatura italiana, que conocía de cuando todavía vivía en Sevilla, pero que no había perfeccionado. Como en tantas cosas, nunca llegaba el momento. -Tampoco los años ochenta para usted fueron los más tranquilos. -Pero aprovechando que dejé de dar clases en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid tuve un espacio de tiempo y realicé varios viajes, algunos con Paco Rico, que es un gran italianista y especialista en Petrarca, y con él conocí a dos profesoras que me recomendaron la obra de Anna Banti y su novela sobre Artemisia Gentileschi.-¿Cuándo tradujo el libro?-En el periodo entre el 87 y el 89, que es cuando dejé de dar clases.-¿Y por qué no quiso publicarlo?-Porque yo entonces estaba en otra cosa...-Artemisia Gentileschi, una mujer que sufre...-Una joven violada que lucha por ser pintora a comienzos del XVII. -Es una gran excepción porque apenas habían mujeres pintores. -Pero lo más excepcional no es que pintara, sino la elección de los temas heroicos, cuadros de gran formato, como las grandes pinturas que se hacían para la iglesia, para los mecenas, para el poder. Ella casi siempre eligió mujeres, heroínas o víctimas, y el tratamiento que le dio es distinto al de los hombres, como puede verse en «Judit y Holofernes». -¿Qué edad tenía cuando pintó el cuadro?-Según Mary D. Garrard, el que está aquí en el Thyssen, que es el del Museo Capodimonte de Nápoles, porque hay siete versiones, lo pintó con diecinueve años. El proceso de la justicia vaticana contra su violador, amigo de su padre, y su propia participación en el proceso, porque ella fue torturada para saber si decía o no la verdad, ocurrió en el mismo año, en 1612.-¿Hay algo de venganza en ese cuadro?-Lo interesante es que era un tema religioso-patriótico y Judit era el símbolo de la liberación del pueblo frente al opresor, y como Italia era entonces una serie de repúblicas, ella era el símbolo de un poder fuerte frente a los invasores. Lo curioso es el enfoque, porque ha elegido el acto de la decapitación, que lo había tratado ya Caravaggio, y el papel de cómplice de la sirvienta.-Jóvenes violadas. Parece que el tiempo no pasa.-Lo terrible es la trivialización, que es un fenómeno que habría que estudiar, como esas series televisivas tan violentas. Creo que hay un mundo muy violento que se ha metido en el ocio de los adolescentes. -Se interesa por una pintora italiana del siglo XVII, pero es como si nadie supiera que ha sido diputada catorce años. -Los diputados tienen un trabajo ingrato porque sólo se conoce a las grandes figuras de la política..., pero el trabajo de diputado de a pie es duro si tiene propuestas que defender. El político no tiene el sueño de ser reconocido, es una profesión denostada. -¿Cree que le ha costado más que a cualquier otro político conquistar su puesto?-Las condiciones que rodean una vida a veces te afectan positivamente y otras negativamente. Creo que hay que hacer un balance y no lamentarse porque he sido yo quien ha elegido lo que soy. Yo elegí entrar en un mundo que sabía que era difícil y en mi caso iba a ser más difícil todavía. -Ahora es eurodiputada. ¿Es un retiro para políticos en retirada?-Es bueno que haya figuras que han sido ministros o primeros ministros y ahora son eurodiputados. Pero el parlamento europeo se ha renovado en un cincuenta por ciento en las últimas elecciones. Hay un porcentaje de gente joven importante y un treinta y cinco por ciento de mujeres. -¿Algún descubrimiento?-Es pronto, pero hay gente muy interesante que no llega a los treinta años, como la italiana Debora Serracchiani y otras con un perfil curiosamente más conflictivo, como la húngara Krisztina Morvai, una abogada defensora de los derechos humanos pero con una posición respecto al racismo que es bastante discutible. En este parlamento va a haber tensiones, pero no es más que lo que se está constituyendo en Europa.-¿Es la hora de una dirección política europeísta? ¿Quién debe estar al frente?-El tema es ver qué figura de la izquierda europea es la que va a aglutinar ese europeísmo porque la derecha tiene figuras más claras en Sarkozy o Merkel.-¿Y cuál será su papel?-Yo estoy en la comisión de libertades y en la de relaciones exteriores. Me gustaría trabajar en el tema del Magreb y el espacio Mediterráneo, para que pasemos de un diálogo cultural al diálogo político. Y me importa el tema de la violencia contra las mujeres y la igualdad de trato.-Usted que conoce bien el tema, ¿qué opina del papel de las llamadas «primeras damas»?-A mí me ha sorprendido mucho la mujer de Neil Kinnock, que fue líder del Partido Laborista, y ella eurodiputada y ahora ministra para asuntos europeos de Gordon Brown. Yo prefiero mirarme en ese perfil porque me parece que ésa es una trayectoria que responde a una mujer comprometida y con una carrera política propia, más allá de ser consorte. Pero yo no entro a valorar los comportamientos de personas que no han sido elegidas porque cuando no han sido elegidas para un cargo público, cada una es libre de hacer lo que considere conveniente. -¿Se acuerda cuando habló de «jóvenas»? -Soy de formación filóloga y sé que el lenguaje vive en la ley de la oferta y la demanda. Las academias no pueden poner puertas al campo y nunca han podido. En aquel momento hubiera recurrido a la «Crestomatía Medieval» de Menéndez Pidal, donde citaba esa palabra en un texto aragonés del siglo XIII, porque los catalanes y aragoneses tienen un uso más arcaico del femenino. Todo en el lenguaje cambia y en aquel momento, cuando dije «jóvenas» no lo consideré una cuestión de honor, porque simplemente la usé porque la necesitaba. -¿Qué fue de aquellos escritores que se decía que usted protegió en La Moncloa?-Los cien escritores de Carmen Romero se llamaban... Aquello fue una maldad y sé de dónde procedía su origen porque, efectivamente, yo representaba una generación distinta y me gustaba una literatura distinta a la que en aquel momento creía que era el dogma literario en España...-¿Cela? ¿Umbral?...-Era la pelea entre Quevedo y Cervantes, para dejarlo en términos literarios.-Millás, Muñoz Molina, Marías... Pues a los «ciento ochenta escritores de Carmen Romero», como les llamó Umbral, no les ha ido mal. -No, ahora toda esa generación está ocupando el lugar de los antiguos. Entonces estaba bullendo y yo estaba con la gente de mi generación.
Gramática natural y bien lavadaVivió catorce años en el Palacio de La Moncloa, de 1982 a 1996, periodo durante el cual Felipe González, con quien se casó en 1969, fue presidente del Gobierno. Resulta que aquella discreción que la mantenía siempre en un plano indeterminado, aunque no con sumisa resignación, era un estilo y, robándole su gramática natural y bien lavada, un compromiso. Cerrado el capítulo que la unió al ex presidente, ella reivindica apenas con una sonrisa no ser ex de nadie.
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