Aborto
Cristianos en Vietnam recogen y entierran los fetos abortados
SAIGÓN/MADRID- Jóvenes católicos vietnamitas, universitarios en su mayoría, vigilan los centros de abortos en este país comunista. Por la mañana invitan a chicas abandonadas y embarazadas a ir a una casa de acogida. Tendrán apoyo durante el parto y los primeros meses de vida del bebé. Una de estas casas católicas de acogida de Saigón ha atendido 200 madres en tres años. Al oscurecer, otro equipo recoge los fetos tirados a la basura, unos doscientos cuerpecitos cada noche. Explican a un equipo de españoles de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) que así los salvan de la deshonra y de que los usen como comida para los cerdos. Al amanecer, en una pequeña capilla presidida por una imagen de la Divina Misericordia, depositan los fetos en una vasija y rezan de rodillas por ellos. Es lo más parecido a un funeral que tendrán estos bebés. A veces, las chicas que han abortado llevan a su hijo muerto y dejan escrito el nombre que les hubiese gustado ponerle. En Vietnam cada año hay entre dos y tres millones de abortos. Durante mucho tiempo, el Gobierno prohibió tener más de tres hijos. La Iglesia católica, hostigada de distintas formas, da formación afectiva y sexual allí donde llega, pero sobre el país pesan más de treinta años de instrucción marxista y materialista. En algunas ciudades, los grupos provida cuentan con cementerios para niños abortados: lápidas hasta donde alcanza la vista, ninguna de ella de más de medio metro. Son tumbas en miniatura. A veces se ven mujeres que rezan y lloran entre ellas. Algunas encienden velas o esconden cartas en las grietas, pidiendo perdón. En otras ciudades no se han podido construir esos cementerios. Entonces, los voluntarios incineran a los niños. Con sus cenizas, los católicos fabrican ladrillos. Cada ladrillo, cien niños. Ya han fabricados cuatro mil. Las cuentan aturden. Los católicos vietnamitas dicen que con los ladrillos levantarán una iglesia dedicada a la vida, que la vida resurgirá de las cenizas.
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