Nueva York
Curro Romero: «Primero persona luego lo demás»
La Comunidad de Madrid le rendirá homenaje el 22 de mayo, tres días después del cincuenta aniversario de su confirmación de alternativa. Romero se descubre en una charla íntima desde la quietud de su casa sevillana. «Lo mejor es no dejar manejarse por nadie. Estar a tu aire», asegura.
Como en los «Me acuerdo» de Joe Brainard, esos ejercicios de memoria instantánea que sirven para medir la profundidad real de la huella de los recuerdos («Me acuerdo de los días lluviosos a través de la ventana»; «Me acuerdo de la dulzura de Marilyn Monroe en «Vidas Rebeldes»), propongo a Curro un viaje súbito hasta llegar al puerto de medio siglo antes. 19 de mayo, año 59,– «Se va la vida como un azucarillo»– confirmación de alternativa en Las Ventas, amparado por Pepe Luis (padrino) y Manolo Vázquez (testigo), hijos del matadero y de San Bernardo, el barrio de Sevilla donde Cúchares zurcía con limosnas de chícharos los estómagos de los niños hambrientos y ensoñados. No hay obligación de forzar la máquina, de recurrir a literatura que edulcora ambientes pasados con jazmines que allí no estaban. Los buenos tiempos no parecían tan buenos entonces. «Todo eso está ahí, atrás, pero yo no soy de volver la mirada. ‘Cuando en cuando' se te vienen cosas, aunque donde vivo es en el presente. En estos días que tengo entre las manos, no en el pasado. Lo único que pienso del futuro es aguantar lo más que se pueda, pero sin tener goteras, eso sí», asegura con una sonrisa, mientras lo envuelve humo de tabaco rubio. Es un domingo que predispone a la resaca de la Feria de Abril, languidece la mañana y en la casa de Bella Sombra no se escucha ni el zumbido de las moscas. El Faraón de Camas vive una dualidad de hombre sencillo; el lejano mancebo de farmacia convertido en un mito del pueblo al que le gusta comer en la penumbra de la sanluqueña Venta Pazo, un monumento al pasado, donde reinan las cabezas de toros y su majestad el jamón. Su repetido «solo es con quien mejor estoy», entronca con la pulsión gitana de Raimundo Amador. El guitarrista de Pata Negra se separó artísticamente de su hermano aduciendo que si se peleaba con él mismo sabía cuando se le iba a pasar pero si discutía con «su» Rafael tenía que esperar a que se le pasara a él y luego a su hermano. «Feliz se es siendo anónimo, pero yo voy por la calle, a un restaurante, a cualquier parte y no dejo de saludar: ‘Adiós, Curro', ‘Adiós, hombre, –les digo yo– adiós'». Es en esta quietud de Espartinas, cobijado en los brazos de un matrimonio sólido y feliz con Carmen Tello, donde no deja de sonar el teléfono para reclamarlo como parte de una leyenda que se agiganta. Los jóvenes periodistas van buscando su aura, los secretos de un sarcófago rico y diverso frente a la impostura de muchos de los toreros de hoy. Lo que ofrece Romero es una emoción con solera, difícil de encontrar hoy, en un ambiente atenuado por la uniformidad de las ciudades y la velocidad. Comentamos el pensamiento de Juan Belmonte, suscitado a raíz de su viaje a Nueva York: « Va un hombre por una calle de Sevilla, pisando fuerte para que llegue hasta el fondo de los patios el eco de sus pasos sonoros, mirando sin tener que levantar la cabeza a los balcones, desde donde sabe que le miran a él (...) y da gloria verlo y es un orgullo ser hombre y pasar por una calle como aquélla y vivir en una ciudad así. Pero aquí en Nueva York, donde un hombre no es nadie y una calle es un número, ¿cómo se puede vivir?». «Echo en falta –ataja Curro– la tranquilidad de Sevilla, con sus tertulias, con los grandes aficionados. El espectáculo del toro era el rey en esa época». Y se le ilumina la cara. En un abrir y cerrar de ojos Curro volverá a Madrid para celebrar el cincuenta aniversario de su confirmación. «En Las Ventas siempre me han tratado bien. Han entendido mi toreo y he tenido tardes hermosas. Han dicho de mí tantas cosas buenas: Corrochano que me escribió aquello de ‘Cuando se derrama la sal', o Díaz Cañabate o Gonzalo Betancourt o...». De su vinculación con Madrid también hay material para la literatura, para la anécdota genialoide y el encuentro fecundo, para el instante. Demos un par. Una, la noche que pasó detenido en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, Julián García Candau se disfrazó de camarero para poder hacerle una entrevista; dos, de viaje en Madrid, Curro fue a una pajarería a comprar unos perros y acabó comprando un mono, un tití. Le puso Jaime y lo llevaba a las fiestas, a las reuniones flamencas, allí donde los cabales escuchan hasta el amanecer y, como contaba Quiñones, al presentarse el sol bajan las persianas para impedir que entre la luz de la rutina. «Le tenía mucho cariño al mono, pero a algunos de los cantaores les hacia gracia o les distraía. Yo me empeñaba en lavarlo para que se le quitara su olor natural y estuviera más presentable. ¡Le daba unos baños y venga colonia, venga colonia... ¡Vamos, que tanto lo lavé que se me murió!». «Ésas –apostilla con aplomo– son cosas que te pasan. Pero todo ha de partir de un torero que llama la atención en la plaza como torero». Dicho queda. Curro se pone serio cuando se le pregunta por la plaza de toros de Madrid. «¿Las Ventas? Dicen que me quieren más que aquí, pero yo no creo, bueno, no sé. Me siento querido en todos lados y en Madrid especialmente. He tenido mis tardes. Todos los toreros quieren triunfar en Madrid y en Sevilla, y yo, afortunadamente, lo logré. Recuerdo una tarde con Antoñete y Rafael Paula. Un toro pisó a Antoñete y tuve que torearlo yo. Era de Santiago Martín «El Viti». Aquel toro pesó 635 kilos en la plaza. Figúrate tú lo que podría pesar en el campo. Lo pinché varias veces, pero la plaza ya estaba en pie». Sobre la naturaleza indisciplinada y caprichosa del artista hablamos de Camarón. Al representante del cantaor le ofrecieron una actuación en un pueblo de Castilla y León. «¿Eso dónde está?», dijo José y le devolvió la contestación a su representante reclamando que pidiera más dinero para no ir. El representante hizo la gestión y le dijo al cantaor: «Dicen que tres y todo lo que tú pidas». Camarón se «malconsoló» diciendo: « ¡Joé que me quieren hacer rico!». «A mí también me pasaba algo parecido –media Curro–. Yo le decía a Manolo Cisneros: «No quiero ir a los pueblos». Con todos los respetos para los pueblos, pero es que allí se torea una vez al año y la gente está esperando que se corten orejas y que todo salga a pedir de boca. Y todo tan rápido y tan bien no suele ocurrir. Al final, Manolo me decía ‘vamos a tener que ir porque lo que hemos pedido nos lo van a dar y no vamos a poder decir que no', y al final, iba». Curro ve los toros por televisión; el último que le ha hecho disfrutar ha sido Morante, una divinidad pagana, que tiene dividida a la afición de Sevilla, huérfana de emociones desde el adiós de Curro. «Lo del otro día de Morante en La Maestranza. Eso es el toreo. Acoplarse con los toros. Morante está en un momento bueno. Es la primera gran unión entre Sevilla y un torero irregular. Yo también era muy irregular pero él es un torero muy importante no sólo para Sevilla sino para toda España. El toreo andaluz se ha abierto a toda España y al mundo taurino. Aunque en esta feria he echado a algunos de menos, especialmente a Cayetano. Con su abuelo mantenía una gran amistad y este torero trae mucho de aquello. Iré a verlo a Jerez. También me gustaría que hubiera toreado Julio Aparicio, al que quiero y admiro. Por lo menos, me llevo la satisfacción de haber visto bien a Manzanares y a El Juli, dos de mis toreros». «Esto es de psicoanálisis. Hace diez años que me retiré y ahora despierto más interés que entonces. No entiendo nada». El último en reclamar su presencia en los actos sociales donde el poder y la ostentación cotizan al alza ha sido Nicolas Sarkozy. Sarko es un aficionado de la escuela francesa. Sin remilgos ni complejos. Ha ido a Nimes, a Las Ventas, a La Maestranza. Puesto a elegir leyenda, él también pensó en Curro Romero. Y allí estaba Romero, vestido de gala, entre los más de 130 invitados que, con los monarcas españoles, agasajaron al presidente francés y su señora italiana. Fue el Rey el que, aprovechando «un aparte», le dijo a Curro: «Ahora que está la Reina aquí dile que vaya a verte». Doña Sofía contestó que ella ya veía a Curro por televisión. Ahí queda el hombre, sin nostalgias dañinas. Añorando la desaparición de los amigos y aquella Sevilla en la que «al volver una esquina te encontrabas con un loquito bueno y, claro, te tenías que ir con él donde dijera, a escuchar flamenco, a echar un ratito o a un mercado de abastos para ver pasar la vida». El próximo 22, Madrid le tributa un nuevo y merecido homenaje.
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