Literatura

Nueva York

El viejo Philip Roth sigue en plena forma

La Razón
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e aquí el canto del cisne de un personaje que ha alimentado la imaginación de varias generaciones de lectores después de tres décadas apareciendo en las novelas de Philip Roth (1933): Nathan Zuckerman, el escritor protagonista de nueve novelas del autor de Nueva Jersey. En su última historia, «Sale el espectro», traducida por Jordi Fibla, nos reencontramos con él, a sus setenta y un años, escuchándole decir en primera persona cómo ha vuelto a Nueva York tras once años de vivir alejado del ambiente urbano, en un pueblo del estado de Massachussets. Zuckerman es casi un anciano al que le acaban de operar por un cáncer de próstata, pero eso no le impedirá involucrarse en una trama en la que se aúna la biografía del propio personaje y la de otros escritores más jóvenes, más la de una antigua conocida también asediada por la mala salud y hasta la desmemoria.

Roth ya había literaturizado las consecuencias cotidianas que causa la llegada de la vejez y la enfermedad en libros como «El animal moribundo» (2001) o «Elegía» (2006), y ahora ahonda en esa inquietud extendiéndola a un Zuckerman que rompe con su aislamiento, sabedor de que le queda poco tiempo, para retomar su vida neoyorquina a partir de una simple casualidad: el hallazgo en la prensa –el hombre además lleva sin saber nada del mundo exterior desde el 11-S y la narración sucede en el 2004– de un anuncio de una pareja de escritores (Jamie y Billy) interesada en cambiar, durante un año, su hogar de la Gran Manzana por uno en una zona campestre.

Ese contacto va a abrir las puertas de una peripecia singular y narrativamente muy ramificada en varios asuntos diferentes y con un tono contrario a la del creativo publicitario que protagonizaba «Elegía», que en su convalecencia manifestaba su profundo asco por una vejez que le estaba destruyendo. Ahora se trata de un personaje cuya decadencia física no lo va a intimidar y recluir en su ensimismamiento; al revés, la sombra de la muerte servirá de estímulo a Zuckerman a la hora de emprender una especie de rejuvenecimiento al enamorarse de la bella Jamie.

 

Reencuentro en Manhattan

En esta última entrega del narrador Zuckerman, Roth recupera el trasfondo de cotidianidad algo alborotada e hiperbólica –en comparación con la del escritor convencional que vive en el tedio de su escritorio– que dio pie a novelas paródicas que se burlaban un poco del oficio de escribir, desde 1979 con «La visita al maestro» en la que el personaje, joven entonces, se enamoraba de una chica coincidiendo con la visita que le hacía a un autor de prestigio. Hoy, Zuckerman sufre de incontinencia urinaria, y ve morir a gente de su edad alrededor, como Larry, un vecino suyo que incluso termina por suicidarse, así que cuando acude al urólogo en Nueva York y ve allí a Amy Bellette –una mujer que, a todas luces, ha sido operada de la cabeza al mostrar parte de ésta rasurada–, la cual había sido amante de un autor al que conoció en persona y admiró, el cuentista E. I. Lonoff, muerto mucho tiempo atrás, se le despierta el instinto del recuerdo.

Todo ello da paso a las coincidencias que se irán engarzando hasta constituir un texto entretenido, a lo sumo, que se centra mucho en el miedo a otro ataque de Al Qaeda, lo que lleva a Jamie y Billy a salir de Nueva York, y las elecciones en las que salió reelegido Bush, pero siempre con espíritu panfletario: «Este país es un manantial de ignorancia. Lo sé: procedo de su mismo nacimiento. Bush se dirige al núcleo ignorante. Este es un país muy atrasado, y es fácil engatusar a la gente, y él actúa exactamente como un vendedor ambulante de remedios milagrosos…» (pág. 82), afirma Jamie ante un Zuckerman entregado a sus encantos que, más adelante, se siente revitalizado, dispuesto a volver al meollo de la vida socioliteraria.

 

Trapos sucios

Por ello, cuando un amigo de la pareja llamado Kliman, que prepara una biografía de Lonoff en la que desea sacar a colación sus trapos sucios sexuales («un siniestro secreto», como se apuntará en la página 105, para luego concretarlo en un «incesto»), al considerar que tal entrometimiento sería un abuso, Zuckerman le desafía diciéndole que hará lo imposible para que no salga a la luz ese libro, y afirma: «De vuelta al drama, de vuelta al momento, de vuelta al torbellino de los acontecimientos! Cuando oí que mi voz se alzaba, no la refrené. Existe el dolor de estar en el mundo, pero también existe el vigor» (pág. 98).

La novela irá encaminada a recrear esa existencia revigorizante del protagonista, que se nutre del placer de contemplar y charlar con Jamie, y de las pesquisas de Kliman sobre Lonoff, el cual había pasado sin publicar nada en sus últimos años de vida, se supone que ocupado en la redacción de una novela que según las previsiones de la crítica, le iba a consagrar como un escritor inmortal, aunque se trate ya de un artista absolutamente olvidado a comienzos del siglo XXI.

En este sentido, el texto avanza gracias a la fluidez de las conversaciones y a las referencias sobre política actual; para el lector interesado, podríamos decir que «Sale el espectro» se acercaría más a la novela de entretenimiento eficaz pero algo vacuo de un Saul Bellow –quien alabaría el primer libro de Roth, «Goodbye Columbus»–, que a la artística sociología de «El hombre del salto» de Don DeLillo, en torno al atentado a las Torres Gemelas.

Digo que el texto avanza en su capacidad para despertar cierto interés, pero a la vez, explora nuevas formas narrativas, y entonces se convierte en metaliteratura, por cuanto el propio Zuckerman escribe apuntes de lo que piensa y habla con los demás, exponiendo tales cosas a modo de diálogos teatrales, lo cual entorpece la novela en vez de enriquecerla, pues da un aspecto redudante a lo narrado y no conduce a uno de sus misterios –un manuscrito de Lonoff– de la manera esperada en un notable escritor como Roth.