Estados Unidos
Garoña
Para probar la fe de Zapatero en las utopías domésticas el destino le da una oportunidad perversa. Santa María de Garoña, y, perdida la santidad , Garoña, a secas, como el apodo de un juerguista que fue capaz de jugarse a su mujer en una partida de cartas.
Las distancias ideológicas entre la izquierda aclimatada a las «cositas» del capital y la derecha racional han quedado reducidas a un puñado de alamares de divertimento y lentejuelas: los bautizos donde el cura da la alternativa al alcalde, el carril bici, la resurrección del tranvía ecológico o el solsticio de invierno como nombre por lo civil de una Navidad con grandes almacenes pero sin la obligación de poner Nacimiento en la entrada. Sin embargo, ZP, como último mohicano del socialismo europeo, también es prisionero del pecado original de la energía atómica, cuya chapa de «Nucleares no, gracias» debe andar rondando por un cajón olvidado, de aquel tiempo en que los revolucionarios, ahora en el Congreso, identificaban la corbata con una cuerda de presos. Hay mucha razón para el caso del presidente en ese verso de José Emilio Pacheco que pronostica con certeza: «Mirad, ya somos todo lo que odiábamos a los 21 años». Son algunas deudas impagables de este poder democrático las que hacen que Zapatero este sumido en la duda hamletiana: cerrar Garoña sí, cerrar Garoña no.
Ahora que el destino le pone por delante cerrar una nuclear, un sueño en sus años de estudiante, se encuentra sojuzgado por los cálculos electorales, las necesidades del país y el «lifting» ideológico de algunos compañeros. Está a punto de levantarse la veda: se podrá ser pronuclear, de izquierdas y defensor de las energías renovables cuando Obama, que lo hará, dé un discurso avalando las 135 centrales nucleares que tiene previsto estrenar Estados Unidos.
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