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La banda sonora de Hitler

La Razón
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Al margen del notorio antisemitismo de Richard Wagner (los judíos le producían «instintiva repugnancia» y su habla era como el «carraspear de un resfriado», decía el maestro), la fascinación que sentía Hitler hacia él convirtió su música en la banda sonora del Tercer Reich. Los Wagner, además, una saga que aún perdura y que domina desde la Colina Verde de Bayreuth el legado de sus antepasado, constituyeron una especie de «protonazismo» mucho antes de que Hitler pudiera soñar su gran ópera final de fuego y destrucción. El transmisor era Houston Stewart Chamberlain, de origen inglés y casado con Eva, segunda hija de Wagner, el iluminado autor de «Los cimientos», libro de cabecera del Kaiser Guillermo I, incluso del rey Luis II de Baviera. Hitler mantuvo el vínculo con la familia Wagner a través de Winifred, casada con Siegfrid, el tercer hijo del compositor. Ella mantuvo los hilos del enigmático y complejo mundo del Festival de Beyreuth años después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar incluso de haber sido sometida a un proceso de desnazificación. Hitler contacta con la familia en 1923, a raíz del «putsh» que le condujo a la cárcel, donde escribió «Mi lucha». La leyenda dice que lo hizo en papel con sello de Wahnfried -la casa familiar- facilitado por Winifred. La cortejó y, a pesar de su matrimonio con Siegfrid, eran conocidas sus visitas nocturnas habiendo Hitler alcanzado el poder, y las lecturas de cuentos a sus dos hijos, Wieland y Wolfgang, con el consentimiento, muy a su pesar, de Siegfrid, que había aceptado la relación de su mujer: ante notario acordaron que ella no se podía volver a casar. El pequeño Wolfgang acabaría siendo el patriarca de los Wagner y dirigió el Festival de Beyreuth hasta los años 90 del pasado siglo. La primera visita de Hitler al festival fue en 1925, recién salido de la cárcel, y no volvió hasta que llegó al poder en 1933. «Lohengrin» fue la primera ópera que vio, y, según un amigo de juventud, en «Rienzi» entró en trance. Todos los grandes fastos del Tercer Reich se acompañaban de atronadora fanfarria wagneriana y era tal su obsesión por ella que en el congreso nazi de Nuremberg de 1933 ordenó que buscasen a los militantes en tabernas y burdeles cuando acababan las sesiones y, desagradecidos, no acudían a las seis horas de «Los maestros cantores» que les había preparado. Su obra preferida era «Tristán e Isolda», entre otras razones, porque representada la reproducción de la familia aria. Su otra gran pasión era la opereta, genéro que denostó en los años 20.