Nueva York
La otra historia de Madonna contada por su hermano la «devora hombres»
Madonna vive ahora en un quinto piso sin ascensor de la Cuarta Este, entre las avenidas A y B. Dos habitaciones pequeñas, sin muebles, a excepción de un gran futón blanco y un radiador que no para de silbar. Casi no he entrado por la puerta cuando pone «Everybody». La verdad es que no me engancha mucho, pero quiero ser amable con ella. Además, voy a ser su bailarín. -Me gusta -digo-. ¿Cuándo empezamos? Se mete un puñado de palomitas en la boca. Espero mientras mastica. Bebe un sorbo de Evian. -La verdad, Chris, es que ya no te necesito. Mi hermana ya no me necesita. No sé si saltar por la ventana o tirarla a ella. -¿Estás de broma o qué? -pregunto algo indignado. -He cubierto tu puesto esta mañana, pero si no sale bien... Me siento como si acabaran de darme una patada en el estómago. Esta vez, al menos, en lugar de echarme de casa me dice que puedo quedarme a vivir con ella. Lo primero que hago es pintar la bañera oxidada de blanco y, durante cinco días, casi nos asfixia el olor. Me paso los días presentándome a audiciones de compañías de baile mientras Madonna vuela de una punta a otra de la ciudad en busca de fama y fortuna. Su esfuerzo se ve recompensado. Tras su contrato con la discográfica (15 .000 dólares por grabar dos sencillos, primero «Everybody» y después «Burning Up»), su carrera no para de crecer y no volverá a quedarse sin blanca. A las pocas semanas, se muda a un loft en la calle Broome y me deja a mí su antiguo apartamento (...). Entretanto, bien porque se siente culpable de haberme abandonado de nuevo, bien porque sabe que siempre me gustaron las artes, Madonna me invita a acompañarla a ver a Jean-Michel Basquiat. Me dice que ha salido con él un par de veces y con una mirada triunfante me insinúa que también se ha acostado con él. Tal y como pretendía, me impresiona. Basquiat es exactamente un mes mayor que yo y ya se ha convertido en una leyenda. Es haitiano, tiene una cresta rubia y los ojos de haberse metido mucha heroína. Empezó como artista de graffiti, pintando camisetas y postales que luego vendía en la zona de East Village. No tardó en dedicarse a los dibujos violentos, caricaturescos; pintados en madera o gomaespuma, los vendía por docenas a miles de dólares. Aquellos días tenía como representante a Mary Boone y había vendido todo lo expuesto en la Fun Gallery, exposición de la que nadie en Manhattan paraba de hablar. Pienso en lo inteligente que ha sido mi hermana al liarse con Basquiat. Es algo estrafalario, pero está de moda y está muy bueno, y eso, para Madonna, es suficiente. Está «enamorada» de la idea de estar con un antiartista. Además, él vive al límite, lo que a ella le deleita. Pero lo que más le gusta es que su credibilidad artística le aporte a ella la reputación que desea. Subimos a su enorme loft en Lower East Side, con cuadros por todas partes y ropa esparcida por toda la habitación oscura. Bajo una luz tenue, diviso un fregadero rebosante de platos sucios. El lugar huele en parte a aceite de linaza y en parte a productos de limpieza. En otra habitación, con la puerta completamente rota, puedo ver la sombra de Basquiat en la pared, pintando. Mucha suciedad -Hola, estoy aquí -grita Madonna. Él murmura algo parecido a un saludo, sin siquiera girarse, y sigue pintando. Madonna nos presenta y él nos saluda. Ni se besan ni se abrazan. Él sigue pintando. Sigilosamente nos alejamos hacia la asquerosa cocina. No puedo evitar encontrarme con un pequeño montón de caballo en la encimera. Iba a decir algo, pero ella niega con la cabeza. -Nunca le hablo cuando está trabajando -dice. «¡Qué novedad!», pienso para mis adentros. Tras pasarme media hora mirando cómo Madonna mira a Basquiat, me voy. Aun así, es mejor que estar contando tarjetas. A partir de entonces empezamos a salir más veces juntos. Al contrario que muchos de mis amigos, ella no se pasa toda la noche bebiendo. Es más, no bebe, excepto el combinado de vodka con limón, su bebida favorita. Y su relación con Basquiat dura muy poco porque ella no soporta su adicción a las drogas y su carácter protector. Ambos detestamos a la gente que siempre llega tarde o que no es de fiar. Aún hoy en día los dos somos puntuales e intentamos mantener nuestra palabra. Sin embargo, su encanto debe haber hecho mella en él porque, tras su ruptura, le regala dos cuadros, uno de los cuales, el pequeño, aún guarda en la repisa de mármol del baño en su apartamento de Nueva York. Madonna se encuentra en pleno ajetreo promocionando «Everybody» por toda la ciudad. La canción la ha escrito Steve Bray, uno de sus novios de Detroit. En la discoteca Danceteria, en la calle 21, conozco a Mark Kamins, el DJ que la ayudó a conseguir el contrato para grabar «Everybody». Entramos en la discoteca y, al momento, ella le da un disco. Y él lo pone sin más, ¡presto! ¿Así de fácil? Lo dudo. La relación con los DJ Según la ola de cotilleos que impera en el ámbito discotequero de los 80, la manera más sencilla de que una chica desconocida consiga que su disco suene allí es acostarse con el DJ. No tengo motivos para pensar que eso fue lo que ocurrió con Kamin, pero sí sé que no sólo pone el disco de Madonna, sino que también se la presenta a Michael Rosenblatt, representante de la discográfica Sire Records. Éste no tarda en darle su cinta al presidente de la compañía, Seymour Stein, a quien le gusta tanto que pide que Madonna vaya a verle al hospital Lenox Hill, donde recibe atención médica por una enfermedad coronaria. Cuando ella va a verle, él está con la bata de hospital y el gotero, pero allí mismo decide contratarla. Madonna coquetea con Mark y con Michael, dos hombres que desempeñaron un papel importantísimo en el lanzamiento de su carrera, lo que no era malo para sus perspectivas futuras. También coqueteó, de manera vergonzosa, con Camille Barbone, lesbiana declarada, su primera mánager. Dudo que tuvieran algo más que una relación profesional, pero según el patrón habitual de Madonna, estoy seguro de que la provocó lo necesario para encandilarla. Ya confesó en una ocasión que ha nacido para coquetear y que dirige sus encantos hacia todos aquellos que se cruzan en su camino, especialmente si dicha persona puede ayudarla profesionalmente, lo que, por supuesto, ninguno de ellos acaba haciendo. En cuanto termina con Camille y con Mark, como si de Sherman arrasando Georgia se tratase, empieza con el famoso DJ de Funhouse, conocido como Jellybean Benítez. Funhouse es uno de los locales de hip-hop latino más famosos de Manhattan y el lugar perfecto para promocionar su música. Tras conseguir que Jellybean ponga su disco, empiezan a salir juntos. Cuando le conozco, mi primer pensamiento es: «Es un poco bajo para ti». Una vez más, no es su tipo pero sí le es útil. No porque sea leyenda sino porque, al igual que Mike, pincha su disco con frecuencia. El empeño de mi hermana se ve recompensado con creces. En noviembre de 1982 «Everybody» se convierte en el número uno de todas las listas de éxitos. Para mí sigue siendo una canción tonta, pero me alegro mucho por ella. Unos vienen, otros van Aquel otoño y entrada la primavera de 1983, varios chicos entran y salen de la vida de mi hermana. Ninguno de ellos se queda mucho tiempo. Ella tiene la última palabra; no es de holas y adioses prolongados. De eso me doy cuenta más tarde, somos diferentes (...). Su carrera sube como la espuma y parece que ahora el mundo gira en torno a ella veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Las canciones «Burning Up» y «Physical Attraction» llegan al número tres de la lista de música más importante, la Hot Dance Music/Club Play Chart, y publica su primer disco, «Madonna». Sigue viviendo en la calle Broome y no importa cuánto dinero está ganando, porque nunca lo menciona.
✕
Accede a tu cuenta para comentar