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La raíz del problema
Fue Ortega quien dijo, analizando la situación de España: «Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa». Algo así creo que puede sucedernos a nosotros en lo concerniente a la descomposición que vive la familia debido a los múltiples ataques que recibe. Todos ven las consecuencias de esos ataques. Todos se alarman. Pero no todos ven cuál es la causa y, al no verla, resulta muy difícil encontrar la terapia que cure la enfermedad. Lo que nos pasa, pues, es que no sabemos lo que nos pasa. Y me temo que, ante la aportación que voy a hacer ahora, muchos se sonrían o se burlen. Pero ahí va.
Cuando el demonio se rebeló contra Dios, emprendió el camino del odio, camino al que suele conducir siempre la soberbia –lo mismo que la humildad conduce al amor–. En su odio a Dios, decidió golpearle en su más querida criatura, el hombre. Para lograrlo urdió tres «tentaciones», dirigidas todas ellas contra la unidad –el fruto de la humildad y del amor–.
La primera era la tentación de separar al hombre de Dios. La segunda era la de separar al hombre de la mujer –la ruptura familiar–. La tercera era la de separar al hombre de la naturaleza –la crisis ecológica–. La primera tentación condujo al «pecado original» y facilitó el camino a las otras dos caídas. Como nos cuenta el Génesis, el demonio tentó a la mujer y al hombre con la «manzana» del poder, pero no de un poder cualquiera, sino del verdadero poder: el de decidir de manera autónoma qué es bueno y qué es malo o, lo que es lo mismo, asignar la categoría de «bueno» a lo que a uno le conviene, y la de «malo» a lo contrario. Si lo tradujéramos a nuestro lenguaje, sería algo así como poder usar la ciencia sin condicionantes éticos, darle placer al cuerpo sin consecuencias o eliminar a los enemigos sin ningún tipo de traba.
Lógicamente, para hacer eso, Dios sobraba, y el demonio se las arregló para que el hombre creyera que el uso de ese «poder» era bueno para él y que si Dios se oponía era por miedo a que el hombre «secularizado», el hombre sin Dios, pudiera demostrar que Dios no era necesario para ser feliz, que Dios era totalmente superfluo. Como las cosas son como son –Santo Tomás y Zubiri dixit– y no como a nosotros nos gustaría que fueran, la rebelión contra Dios le costó al hombre, entre otras cosas, la ruptura familiar –¿no es ésa, quizá, la verdadera pérdida del paraíso terrenal?–, pues Adán se defendió ante Dios acusando a Eva.
¿Por qué la familia va mal? Algunos contestarán, con razón, que eso se debe a la existencia de leyes contra la familia. Con razón, digo, pero no con toda la razón. La familia va mal porque el hombre va mal, porque está lejos de Dios, porque al separarse de Él ha perdido la luz para saber cuál es el camino que le conduce a la felicidad y la fuerza para recorrerlo. Creo que hay que modificar las leyes pero, sobre todo, creo que hay que restañar la ruptura entre el hombre y Dios. Un hombre y una mujer unidos a Dios estarán, con más facilidad, unidos entre sí. Aunque el Gobierno de turno les invite a lo contrario.
Santiago MARTÍN
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