Ecuador

Lo siento Señora

La Razón
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Se ha pasado media vida al servicio de España, ahí, a nuestros pies. No hace falta dar fechas ni datos porque, o estaba detrás del Rey en una recepción, o a su lado en el extranjero. La Reina tiene fama de trabajadora, prudente, discreta y culta. Personalmente la conocí en Calcuta, en los funerales de Madre Teresa y me quedé deslumbrada por su porte y su dignidad. Apenas intercambiamos unos minutos de conversación pero fueron portada del periódico ABC y desde entonces sé lo que es una Reina. Ahora, a los setenta años, Doña Sofía ha dicho lo que piensa por primera vez y se ha montado la gorda. ¿Y qué ha dicho? A tenor del escándalo es de imaginar que se ha mostrado partidaria de la pena de muerte, que le gustan los malos tratos, que es proclive a la poligamia¿. hago el chiste porque es alucinante reconocer que lo que más ha molestado han sido sencillamente sus afirmaciones a favor de la vida y en contra de que a la unión entre dos personas del mismo sexo se le llame «matrimonio». Exactamente lo mismo que opinan millones y millones de españoles. Una posición corriente en el mundo mundial. Lo que ocurre es que lo que es normal en Alemania, Estados Unidos, Ecuador o Japón es alucinante en España. Aquí está prohibido argumentar contra el aborto o contra el matrimonio gay. La consecuencia es que gente sin mérito alguno, advenediza de la vida política, se permite insultar con toda liberalidad a una de las personas que más ha hecho por España y por su prestigio internacional. Había que ver la cara de pena de Doña Sofía la noche de cumpleaños, en el Auditorio. Años y años de sonrisas, décadas saludando amablemente, acogiendo, mediando, representado, son una porquería despreciable para quienes tienen como único mérito haber vestido una camiseta independentista, como los próceres de ERC, o haberse subido a un carrozón hortera del orgullo gay -como si ser homo fuese ser tonto-. Lo siento, Señora. ¿Qué puedo escribir en disculpa por todo esto? ¿Que somos un pueblo reputadamente ingrato? ¿Que no nos merecemos una soberana como usted? Qué puedo decirle, Majestad. Lo lamento muchísimo. Me da vergüenza ajena. Perdón.