Historia

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Lucha de clases

La Razón
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En mayo del 68, los estudiantes con vocación de estalinistas (luego se convertirían al maoísmo, al trotskismo y a toda clase de totalitarismos con nombre de tebeo) creyeron que se podía hacer una revolución vanguardista y libertaria, con la felicidad como objetivo político y los derechos como chantaje al resto de la sociedad. No por eso perdieron su apego al marxismo. Renegaron, por razones estéticas, de las estantiguas soviéticas, pero no criticaron nunca el estalinismo caribeño y mágico, a lo García Márquez, del castrismo. Fueron los pioneros de lo que iba a ocurrir en el país occidental que entonces parecía más atrasado y ahora encarna la vanguardia más rabiosa. El vodevil, o encerrona, de la cena en Moncloa con sindicatos y patronal lo ha confirmado definitivamente. Hasta ahora, la política del Gobierno socialista se había movido en los símbolos culturales, como la falsificación de la historia o el laicismo; en una nueva configuración postnacional de España, y en los llamados derechos sociales, traducidos en los 4.137.500 desempleados de los que anda tan ufano Celestino Corbacho, de profesión ministro del Paro. Desde la encerrona de la Moncloa, hemos vuelto a tiempos pretéritos, de antes del Congreso socialista, donde Felipe González decretó el fin del marxismo. Ha vuelto la lucha de clases. A falta de tomar el Palacio de Invierno, quiero decir de Oriente, algo que se antoja desorbitado incluso en la España de hoy, esta nueva trinchera traerá consecuencias previsibles. Los empresarios se cansarán de sufragar la interminable ristra de derechos otorgada por los sesentayochistas neomarxistas y no intentarán ya crear empleo. Que lo cree la alianza de Gobierno y sindicatos, ese nuevo Frente Popular que da voz al sufrido proletariado. La lucha de clases cambia los papeles. Ahora habrán de ser empresarios los representantes de los explotados. Pues bien, éstos jamás han sido capaces de generar un solo puesto de trabajo. Y si lo hacen es a costa del empobrecimiento de todos.