Estreno

Matar para no morir

La Razón
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Dirección y guión: Joel y Ethan Coen. Intérpretes: Josh Brolin, Javier Bardem, Tommy Lee Jones, Woody Harrelson. EE UU, 2007. Duración: 86 minutos. Drama criminal.

 

Es significativo que el único acto de piedad (un poco de agua para un cadáver) de una película que supura toneladas de maldad y fatalismo por su porosa piel de celuloide sea el desencadenante de la perdición de la voz polifónica que la guía. Es una voz que está compuesta por la nostalgia derrotada de un sheriff (Tommy Lee Jones) que no entiende el horror sin sentido que deambula, sigiloso, a su alrededor; por la avaricia arrepentida de un soldador (espléndido Josh Brolin) que se encuentra dos millones de dólares ensangrentados; y por la (breve y cínica) actitud de un mercenario (Woody Harrelson) que no hace más que cumplir su trabajo, por muy peligroso que sea. Las tres voces, que son una, revolotean alrededor del Mal absoluto, un sicario psicópata que un extraordinario Javier Bardem convierte en una máscara Nô, un fantasma de otro mundo y con peinado de paje que se juega a cara o cruz la muerte de los demás mientras filosofa con el valor de las palabras. Su voz no sólo infecta las otras tres, sino que también transforma el paisaje americano, el del «western» fronterizo, en un infierno que nadie querría habitar. Lo de menos, claro, es la intriga, porque lo que pretende el filme es dibujar, manchándose las manos, una topografía de la violencia, un mapa irrevocable de una cultura, la de América, que mata para no dejarse matar.

Todos sabíamos de la capacidad para inquietar de los hermanos Coen. Del papel pintado que se despega por el calor de la habitación de «Barton Fink» al envoltorio resquebrajado de una chocolatina de «No es país para viejos» hay un paso imperceptible. El terror del plano detalle nos devuelve al rigor de la puesta en escena de sus mejores películas, las que retratan los restos del naufragio de un país que se deja condensar en un ejercicio de cine de género irónico y malévolo. Menos sarcástica que «Fargo» pero igual de estricta en su retrato de la miseria humana, el filme se beneficia, además, de la fuerza evocadora de la prosa de Cormac McCarthy, a quien los Coen adaptan desde una fidelidad tan reverente como coherente con su propósito. Y el propósito de esta gran película rebasa el de un «thriller» modélico: como revela su desconcertante y hermosa coda final, digresión narrativa que certifica la eternidad del Mal y la caducidad melancólica del Bien, su objetivo es hablar de la condición humana sumida en las tinieblas.
Lo mejor: .
Lo peor: Que acapare demasiados Oscar, ocultando la belleza de su gran rival, "Pozos de ambición".