Venezuela

Maduro encuentra su tabla de salvación: el capitalismo

El líder chavista llega a 2020 fortalecido por el libre comercio y las divisas. El uso del dólar en la calle permite la entrada de alimentos y calma las protestas

El dólar no frena la hiperinflación que estrangula la economía venezolana
Una persona que sostiene dolores en su mano para realizar el pago por su compra en una tienda de un centro comercial, en CaracasRayner PeñaEFE

«Gracias a Dios existe», dijo el gobernante sobre la dolarización que experimenta Venezuela, una adopción desordenada y caótica de la moneda norteamericana después de que el bolívar, la divisa nacional, haya perdido el 95% de su valor en el año que acaba, y especialmente la confianza de la población. La expresión de Maduro llega después de que se eliminara una ley de delitos cambiarios que incluso prohibía hacer mención de la cotización de la divisa en mercados no controlados por el Banco Central de Venezuela.

Asdrúbal Oliveros, economista y director de la firma Ecoanalítica, ha explicado que el Estado ha relajado los controles de precios así como los permisos de importación, vista su propia incapacidad de mantener los esquemas de actuación habituales cuando tenía una chequera abultada y el país no sufría tantas sanciones. Según varios estudios, al menos la mitad de las transacciones en el país ya se hacen en dólares, mayormente en efectivo. «Eso ha permitido que quien antes no tenía dólares ahora pueda tener algo, y esto se ha reflejado en el consumo».

La también economista Tamara Herrera apunta que esas decisiones no han sido una gracia liberal de Maduro, sino algo obligado por las circunstancias. No obstante, es muy limitada, pues solo afectan al intercambio comercial pero no a la producción, que sigue en números ínfimos. Lo confirma el presidente del gremio de comerciantes, Felipe Capozzolo, al detallar que se trata de una «burbuja» en la cual se benefician algunos sectores pero queda excluida una mayoría. «Llegamos al final de un año desastroso, y lo que estamos viendo en las calles es algo ínfimo», afirma quien ha explicado que la ausencia de colas para comprar alimentos e incluso la disponibilidad de productos en anaqueles no puede ser visto como un logro per sé: con la liberación de precios aumentó la existencia de inventario pero no la capacidad de compra.

Capozzolo detalla que el Gobierno abrió las importaciones al relajar los controles fiscales, una ventana que ha permitido que muchos importen bienes de consumo masivo para ser vendidos directamente en dólares. Y hay una población que tiene cómo pagarlos. Según Ecoanalítica, las remesas que han ingresado en el país van en aumento. Con más de 4,5 millones de venezolanos emigrados, según datos de Naciones Unidas, y pasado tiempo desde que partieron –por tanto ya muchos han logrado estabilidad en su nuevo país–, las remesas han aumentado más de 4.000 veces. En 2016 promediaban en el año 78.000 millones de dólares. La estimación para el cierre de 2019 es de 3.500 millones de dólares.

En la calle, Lorena Ramírez, trabajadora doméstica de 66 años, sabe que la realidad ha cambiado. «Yo dependía del CLAP –ayudas del Gobierno– y cuando no llegaba, eso era no comer. En el barrio se organizaban y protestaban. Pero ahora mi hija me manda unos ‘‘realities’’ desde Perú y con eso me bandeo». En su comunidad, El Cementerio, hay menos reclamaciones. Aunque en realidad han mutado: ya no son por comida, pero sí por servicios públicos, principalmente agua y gas doméstico. El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social estima que el 90% de las protestas se debe a esas causas, de un promedio mensual de más de mil exigencias populares.

Aun así Maduro se mantiene en sus trece. Lo hace a sabiendas de que la liberación paulatina y desordenada de la economía hace que la sociedad mire hacia otro lado, y no a Miraflores, pues el Gobierno deja de meterse en todos los rincones de la vida. Ricardo Cusanno, presidente del gremio empresarial Fedecámaras, advierte no obstante de que esa burbuja durará en tanto y en cuanto los servicios públicos aguanten en la capital del país. Porque solo Caracas está protegida, y malamente, de apagones. Porque se han registrado unas 80.000 incidencias de servicio eléctrico a escala nacional. Porque la escasez de gasolina es una constante más allá de la capital. Porque Maduro ha profundizado las brechas generando dos países: el capitalino y el regional, el dolarizado y el excluido.

Sin duda también ayudará al Ejecutivo la tendencia al alza del precio del crudo venezolano, que se ha confirmado por cuarta semana consecutiva. El pasado viernes cerró a 56,86 dólares, cuando el 22 de noviembre se vendía por 50,27. Un ligero alivio para la caída alarmante de la producción. Según datos de la OPEP, el país bombeó en septiembre unos 644.000 barriles diarios, un 11% menos que el mes anterior.

Soporte militar

Un Gobierno no puede mantenerse solo por las condiciones económicas, ni siquiera al optar por la «chinización», como la ha calificado el economista y exministro Víctor Alvarez. Si bien es cierto que liberar la economía, y estar dispuesto a reprimir la disidencia y la protesta fortalece el suelo que pisa el Gabinete, hace falta un andamiaje más complejo. En el caso venezolano, el líder chavista lo ha mantenido al mantener las lealtades militares y de cuerpos como la Policía Nacional Bolivariana (y la Fuerza de Acciones Especiales adscrita a ésta). La Fuerza Armada sigue respaldándolo a pesar de los cuestionamientos de legitimidad del gobernante, de los distintos intentos de sublevación vividos en el último año, de los sucesos del 30 de abril (enfrentamiento entre leales y disidentes) y del continuo goteo de deserciones.

Cierto es que en Venezuela los militares van más allá de los cuarteles, pues controlan al menos 22 empresas públicas y están al mando de buena parte de la estructura burocrática nacional, incluso con poder de decisión en materia de combustibles y alimentación, sectores claves actualmente de la vida nacional. Como también es cierto que la oposición no ha logrado articular un mensaje de transición que incluya a los uniformados y les muestre el rol que jugarían en un eventual cambio de gobierno que, además, tendría lugar solo si de las filas castrenses se produce un quiebre con la coalición gobernante.