Donald Trump

China, la baza de Trump para la reelección: “El mundo libre debe triunfar sobre esa tiranía”

La caída en las encuestas del presidente le lleva a reforzar el discurso antichino para derrotar a Biden en noviembre

Noticias de última hora en La Razón
Última hora La RazónLa RazónLa Razón

Las elecciones de noviembre de 2020 tienen ya un tercer contendiente. China. Si el foco político, durante los años previos, estuvo puesto en el intento de lograr un acuerdo comercial satisfactorio entre ambos países, lo cierto es que ahora el presidente de EE UU, Donald Trump, explica que el anhelado pacto significa mucho menos después de la covid-19.

Trump, en efecto, culpa a China por la gestión del virus, explica que tardó mucho en avisar y que posiblemente ocultó datos. También insinúa que la misma enfermedad podría haber salido de un laboratorio en Wuhan: no el fruto caótico de una enfermedad zoonótica sino un experimento militar que hubiera salido mal.

En su rueda de prensa para informar por el rumbo de la epidemia en Estados Unidos el presidente explicó, en efecto, que «el acuerdo comercial significa menos para mí ahora que cuando lo hice». Hablaba de la primera fase del pacto, que incluía la compra de productos estadounidenses por parte del gigante asiático por valor de cientos de millones de dólares, así como la promesa de poner en barbecho los aranceles. En un tono más duro se pronunció Mike Pompeo. «El mundo libre debe triunfar sobre esta nueva tiranía», dijo el secretario de Estado durante un discurso pronunciado en la Biblioteca Nixon.

Pero el coronavirus, y el consiguiente desplome en las encuestas, en las que Trump sigue a Biden por unos márgenes que empieza a parecer imbatibles, han provocado un cambio de rumbo. O mejor, una vuelta a la retórica altamente violenta contra China con la que Trump se manejaba en sus días de candidato a las primarias republicanas, allá por 2015 y principios de 2016.

Si entonces sostenía que China era responsable de haber saqueado las arcas estadounidenses y culpaba a los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama de canjear favores y guiños con Pekín al tiempo que los gobernantes chinos jugaban con ventaja, manipulan el precio de las divisas, fomentaban el robo de la propiedad intelectual y, gracias a las condiciones draconianas de sus asalariados, minaban y destruían el tejido industrial de EE UU, y de paso las comunidades, arrasadas por la deslocalización y el paro.

Una argmentación tan hipérbólica como enraizada en varios hechos incontrovertibles, y que de paso animaba la dialéctica nativista y el nacionalismo después de décadas de administraciones entregadas al teorías globalizadoras y la exégesis de un liberalismo sin fronteras.

Con la explosión de covid-19 y la caída de la economía la Casa Blanca ha retomado sus exabruptos contra China, mientras que los inmigrantes que cruzan los desiertos del suroeste o los acuerdos fallidos con Irán ocupan un lugar muy secundario en el discurso. Hasta el punto de que la misma semana en la que Trump recibió y cubrió de elogios al presidente de México, López Obrador, destrozó a Biden por sus supuestos enjuagues con China, a la que ha calificado como el mayor enemigo de los EE UU. Y sus palabras se traducen en hechos. Empezando por el cierre del consulado de China en Houston.

Siguiendo por las acusaciones, lanzadas por la fiscalía, contra una ciudadana china, la bióloga Tang Juan, que estaría refugiada en el consulado de su país en San Francisco después de que el FBI la busque por su presunta vinculación con el ejército chino, que ocultó cuando pidió el visado.

Tampoco conviene olvidar que Washinton ha ordenado la cancelación del estatuto comercial privilegiado del que gozaba Hong Kong, después de que Pekín aprobase una ley de seguridad nacional diseñada para liquidar las libertades en la antigua colonia británica ya no era autónoma. O las sanciones aprobadas contra los funcionarios del gobierno chino acusados de violaciones de los derechos humanos contra la minoría musulmanes uigures.