Inmigración ilegal

«Aquí somos un rebaño que quieren quitarse de encima»

«Aquí somos un rebaño que quieren quitarse de encima»
«Aquí somos un rebaño que quieren quitarse de encima»larazon

Algunas tiendas revolotean por el campo mientras una luz amarillenta baña los escombros. Son los restos del campamento improvisado de Idomeni, en la parte griega de la frontera con Macedonia. La Policía de ese país dejó pasar a unas 2.000 personas por ese punto a lo largo del día de ayer. A primera hora de la mañana un grupo espera sentado en la vía del tren, en el que se ha convertido en el paso principal –aunque ilegal– para miles de inmigrantes esta semana. Entre otros, Amil Hayouri, quien huyó de Siria tras la entrada del Estado Islámico en su ciudad. «Mis padres y mi hermana todavía están allí, no teníamos dinero para todos», asegura, para luego justificar que viene a Europa «para ganar dinero y traerlos».

Un agente que custodia el paso les indica con la porra que se levanten. Es su turno. Amil se despide y camina cabizbajo por delante de las unidades policiales y del Ejército, que bromean al paso de los inmigrantes. El hombre sirio llevaba más de tres días durmiendo al raso en ese terreno en medio de la nada. A los que les queda fuerza levantan los dedos en señal de victoria. Luego tienen que caminar dos kilómetros hasta la estación de Gevgelija, la primera localidad macedonia tras la frontera. En los andenes se vuelven a formar aglomeraciones. Familias enteras esperando un tren que los lleve hasta su próximo destino: Serbia. Lawand Jarrah ha venido con su hermana, su primo y unos amigos. Este joven sirio cuenta las atrocidades del Estado Islámico: «Entran a las casas, roban, matan gente...(silencio)». Lawand no quiere pensar más en esa barbaridad. Como para muchos de los que esperan en esa vía, «el sueño es vivir en paz, tener un sitio seguro». Para el joven da lo mismo el lugar, «Noruega, Suecia, Holanda», aunque tiene claro que debe ser «un país del norte».

En esta pequeña localidad macedonia, los inmigrantes se han convertido en un negocio. Algunos han montado puestos de comida, tabaco y cualquier tipo de artilugio. Tres plátanos, cinco euros. Un precio que algunas familias están dispuestas a pagar para alimentar a sus hijos. A la estación también se acercan mafias –o directamente estafadores de poca monta– que pretenden aprovecharse de la desesperación de esos inmigrantes con la promesa de llevarlos hasta Serbia. LA RAZÓN ve cómo un hombre habla con un grupo de jóvenes sirios, agarra a uno por la mano repitiendo «Serbia, Serbia» y todo el grupo le sigue. Cuando se da cuenta de que vamos tras él, se encara con nosotros. La mayoría de esos «traficantes» apenas trasladan a esas personas hasta la frontera, sin pasarla, a un precio abusivo.

A diferencia de la semana pasada, cuando tan sólo custodiaban el recinto un puñado de agentes y los inmigrantes subieron al tren amontonados, ayer en la estación de Gevgelija se desplegaron varias unidades del Ejército. Tal y como prometió el Gobierno macedonio, al mediodía llegaron tres trenes para trasladar a los cerca de mil inmigrantes hasta Tabanovtse, en la frontera con Serbia.

LA RAZÓN acompaña a uno de los inmigrantes que trató de sortear el cordón policial a través del bosque. «Es la primera vez que lo intento», reconoce nervioso Waled Haouri, quien, en cambio, asegura que probó a llegar a Grecia en lancha hinchable hasta quince veces. Junto a él caminan su madre y sus dos hermanos, uno apenas un bebé de siete meses. «A mi padre lo mataron, no sabemos quién, y es cuando decidimos irnos. Ya no nos quedaba nada más que la muerte», narra el joven sirio sobre su ciudad, Alepo. Además, cuenta que la Policía macedonia los ha tratado «como animales»: «El otro día llovía y, mientras nosotros intentábamos refugiarnos con bolsas de basura, ellos se reían». Se encuentra a un agente al que burlan abalanzándose en grupos grandes. El policía, desbordado, apenas alcanza a golpear a alguno de ellos, que aun así logra entrar en Macedonia y correr campo a través. Waled no lo consigue. Su hermano es demasiado pequeño para arriesgarse.

Después de tantos obstáculos, el cansancio se apodera de la mayoría. «Este viaje es más largo de lo que esperábamos», afirma Anas Kassab. Es uno de los centenares de inmigrantes que han llegado por la tarde a la frontera. En los cinco días que lleva en Europa, primero en la isla de Kos y ahora en Idomeni, se ha dado cuenta de algo: «Algunos europeos se piensan que venimos por gusto», dice este hombre que trabajaba como dentista y tenía una «buena vida» en Siria. «Aquí sólo somos un rebaño al que las autoriddes quieren quitarse de encima».