Brasil
Así piensan los votantes de Bolsonaro: «Traerá orden y limpiará Brasil»
El candidato ultraderechista, favorito en las elecciones de hoy, captura el voto de las clases medias y altas con su ataque a la corrupción y al legado económico del PT de Lula.
El candidato ultraderechista, favorito en las elecciones de hoy, captura el voto de las clases medias y altas con su ataque a la corrupción y al legado económico del PT de Lula.
La insólita explosión del fenómeno Jair Bolsonaro, el ex capitán que está a punto de ganar la Presidencia del país más poblado y grande de Latinoamérica con un mensaje de extrema derecha, no puede explicarse sin el profundo resentimiento que existe contra el ex presidente Lula da Silva, encarcelado por corrupción, y contra los 13 años de gobierno progresista del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil.
A Lula y su partido se les identifica como los máximos responsables del desvío de miles de millones de euros desvelado en 2014 a partir de la investigación judicial del «caso Lava Jato».
Eugenio Montes Portela, de 40 años, dueño de una empresa de válvulas industriales en Sao Paulo, encarna el malestar que muchos brasileños sienten hacia Lula: «Fue una gran mentira. Su Gobierno no sacó a 40 millones de la pobreza. La verdad es que cerca del 85% de los pobres está endeudado. El Gobierno del PT arruinó la vida de los más necesitados. Al asumir la Presidencia, Lula se subió a la ola de un país ordenado por su antecesor y por un extraordinario momento macroeconómico mundial, y en vez de implementar las reformas que el país necesitaba, invirtió en el populismo fácil. En su segundo mandato, el país fue barrido por el tsunami de la crisis de las hipotecas estadounidenses. En lugar de anunciar medidas de contención, aumentó la facilidad del crédito, redujo los intereses y bajó los impuestos de bienes duraderos, como automóviles y electrodomésticos. Alentó el endeudamiento extremo, sobre todo de los más necesitados, que ávidos por bienes de consumo que nunca tuvieron corrieron a por préstamos. De personas pobres sin nada, pasaron a personas pobres endeudadas. Mientras tanto, banqueros, contratistas, industriales, minoristas y otros potentados de la economía aumentaron sus patrimonios de una forma inmoral en medio del caos económico producido por el Gobierno».
Según las encuestas, el segmento que más respalda a Bolsonaro está entre los hombres blancos de 30 a 45 años de clase media alta. Pero el suyo también es un voto transversal que ha capturado el sentimiento anti corrupción, anti criminalidad y anti «establishment» en todos los sectores, incluidos las mujeres y las minorías. Hasta en las favelas se escuchan voces de apoyo a este político que ha hecho del racismo, el machismo y la misoginia casi una seña de identidad.
En la comunidad del Chaparral, en Sao Paulo, Gildasio, de 56 años, trabajador de la construcción, añora «un Brasil del respeto y los valores» y critica a Lula «por haber robado más que ningún otro político. El mayor escándalo de corrupción de la historia salió de sus gobiernos», nos dice en referencia a los sobornos millonarios de la petrolera Petrobras.
Muchos votantes ven en Bolsonaro a un líder rebelde y honesto enfrentado a un régimen político corrupto (más del 60% de los diputados se ha visto envuelto en casos de corrupción). El candidato del PSL se presenta a sí mismo como un «outsider» del sistema aunque lleva 27 años como diputado, y ha sido miembro de nueve partidos, algunos de ellos involucrados en casos de corrupción.
Sus seguidores también argumentan que «el mito», como muchos le llaman, no se ha hecho rico en política y valoran el hecho de que hable el lenguaje de la gente de la calle. «Es una persona real y transparente. Todo lo que él habla es todo lo que él es», sostiene Eugenio Montes, que en las anteriores elecciones votó por los candidatos de centro derecha del PSDB, partido hundido en la primera vuelta y relegado a la octava fuerza en el Congreso.
Clovis Mendes, de 44 años, un pastor evangélico, se refiere a Bolsonaro como «una esperanza para un país mejor». «Brasil está desgastado y necesita un cambio de rumbo. Este hombre va a poner orden y a regenerar la democracia brasileña», añade.
Es frecuente escuchar cómo sus votantes minimizan y relativizan los comentarios extremistas de su candidato, ya sea cuando ensalzaba los años de la dictadura o cuando decía que los afrobrasileños no sirven ni para procrear. «No es racista, eso es una gran mentira. Su suegro es negro, tiene amigos negros y muchos electores negros. Él dio entrevistas polémicas en el pasado y sacadas de contexto muestran como si estuviera a favor de la dictadura», objeta Montes.
Fernando Gonçalves, abogado de 46 años, votante de Bolsonaro, considera que el discurso de éste no añora la dictadura ni supone un ataque a los derechos de las minorías: «No es misógino, sólo dice que entre un hombre y una mujer tiene que destacar el más competente. No quiere un gobierno autoritario, sino rescatar los valores de respeto que había en aquella época. La dictadura militar de Brasil surgió en un contexto de amenaza comunista. Hoy el escenario es otro».
En la sede del Instituto Cervantes de Sao Paulo, donde estudian muchos jóvenes de buena posición, abunda el antibolsonarismo. David Toledo, de 35 años, ingeniero en una multinacional francesa, es una excepción. Confía en que Bolsonaro gane esta noche, «y si no lo hace no tengo ninguna duda de que será porque ha habido un fraude» de Fernando Haddad, el heredero de Lula, al que los sondeos dan el 44% de apoyo, doce menos quesu rival.
Muchos de los entrevistados por este periódico explican que votarán por Haddad solo para evitar «que un fascista llegue al poder», como sostiene Laico Pontes, de 28 años, ejecutivo en una multinacional alemana. «Esta elección es desgarradora porque tenemos que elegir entre corruptos o aprendices de dictadores. Mi voto irá para el candidato menos malo».
A las puertas de la favela del Chaparral, Fausto Gasparini, de 59 años, dice que no votará jamás por un militar, y si finalmente lo hace por Haddad, a quien los bolsonaristas ven como un peligroso comunista aunque para el semanario «The Economist» es un moderado, lo hará con la nariz tapada. «Es el mal menor. En cambio, Bolsonaro es un ignorante y un corrupto como los demás. ¿Quién no es corrupto en Brasil? El problema de mi país no son los políticos, sino el pueblo», lamenta en el patio de su casa, que logró pagar en un solo año durante la era dorada del lulismo. «Lula se equivocó regalando la Bolsa Familia a los pobres, así no se sale de la pobreza, sino con formación y educación para prosperar. Con Bolsonaro tampoco vamos a salir», concluye.
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