Alfredo Semprún

Banco de datos: México: una enorme fosa

El Gobierno de México ha puesto en marcha una nueva campaña de búsqueda de fosas clandestinas, con modestos resultados. Desde 2006, son decenas de miles los desaparecidos en la guerra contra las mafias del narco

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La llamada «guerra del narco», en México, prosigue en todo su esplendor y las promesas del nuevo presidente de la república, Antonio Manuel López Obrador, viejo izquierdista, están lejos de cumplirse. Ni el Ejército ha abandonado las calles ni la nueva Guardia Nacional es eficaz ni los cárteles, cada vez más fraccionados, se dan tregua. De hecho, el año 2019 pueda superar el número de asesinatos de 2018, Entre enero y abril de este año se han cometido 14.133 homicidios relacionados con el narcotráfico, lo que supone un 21 por ciento más que en el mismo período del año anterior. Pero algo hay que hacer y el Gobierno ha puesto en marcha algunas iniciativas para abordar uno de los aspectos más dolorosos de este conflicto, el de los desaparecidos, muchos enterrados en fosas clandestinas o disueltos en ácido, que se calculan en 40.000 personas. Así, el subsecretario de Derechos Humanos y Población , Alejandro Encinas Rodríguez, ha comenzado a cuantificar las narcofosas halladas, el número de cuerpos y, en lo posible, procurar la identificación de los restos humanos. Los comienzos están siendo modestos: entre diciembre de 2018 y mayo de 2019, la Subsecretaría ha encontrado 222 fosas, distribuidas en 81 lugares, y se han identificado 337 víctimas. Cifras que hay que sumar a las 3.024 fosas halladas por los gobiernos anteriores. El propio Encinas reconoce que hay trabajo para los próximos 20 años. Con respecto a los desaparecidos, no todos han sido víctimas de los narcos. Algunas desapariciones, tal vez centenares, han sido perpetradas por fuerzas militares, pero el grueso corresponde a los sicarios de las distintas bandas. La mayoría de las víctimas son varones entre 20 y 39 años, presuntamente vinculados con el narco, pero, también, hay periodistas, policías y políticos que se habían vuelto incómodos para los jefes de los cárteles. El problema es que no se ve una salida ni próxima ni lejana a la situación. La violencia sacude a los distintos estado federales, según entran en disputa las plazas más codiciadas. Cuando una banda termina por imponerse, las muertes disminuyen hasta que surge en el horizonte un nuevo grupo rival. Y con un nuevo aliciente: el tráfico de opiáceos sintéticos a Estados Unidos, que amenaza con ser más rentable que el de la cocaína.