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¿Cuánto vale el silencio de un abogado?

Distintos medios de Estados Unidos anuncian que Michael Cohen, durante años el abogado personal de Donald Trump, está a punto de derrumbarse ante la presión a la que le somete el fiscal especial del Rusiagate, Robert Mueller

Donald Trump espera la llegada del primer ministro japonés, Shinzo Abe, el pasado martes en Mar-a-Lago
Donald Trump espera la llegada del primer ministro japonés, Shinzo Abe, el pasado martes en Mar-a-Lagolarazon

Distintos medios de Estados Unidos anuncian que Michael Cohen, durante años el abogado personal de Donald Trump, está a punto de derrumbarse ante la presión a la que le somete el fiscal especial del Rusiagate, Robert Mueller.

Crecen las apuestas en Estados Unidos en torno al «caso Cohen». A la posibilidad de que genere turbulencias inauditas incluso para los parámetros de la actual Casa Blanca. Recuerden: el pasado 9 de abril el FBI registró el despacho, la habitación de hotel y el domicilio del que fuera abogado de Donald Trump durante años, Michael Cohen. Se dijo que el FBI salió de allí con cajas y cajas de documentos. Algunos de ellos relacionados con las supuestas amantes del presidente, la ex modelo de «Playboy» Karen McDougal y la ex actriz porno Stormey Daniels, que alegan haber recibido pagos de Cohen, por orden de Trump, para comprar su silencio. La posibilidad de que ese dinero pueda interpretarse como donaciones ilegales y de que Cohen sea acusado de fraude bancario y lavado de dinero aumentan cada día, y con ella la hipótesis de que «cante», colabore con la Justicia y cuente lo que sabe, que podría ser mucho. Al menos eso opina Michael Avenatti, abogado de Daniels, que en declaraciones a «Vanity Fair» apuesta por que Michael Cohen será acusado de una conducta muy grave.

Por si fuera poco, «The New York Times» publicó ayer un demoledor reportaje, firmado por Maggie Haberman, Sharon LaFraniere y Danny Hakim, donde explican el tratamiento vejatorio que Cohen habría soportado durante años por parte del hoy presidente. Lo trataba como «basura», habría comentado el viejo aliado trumptiano Roger J. Stone. Entre tanto, «The Wall Street Journal» contaba que Jay Goldberg, consejero de Trump, le habría explicado al presidente que en una escala de 1 al 100, donde 100 significa que Cohen permanece absolutamente fiel y 1 que colabora con el FBI como testigo, las actuales posibilidades puntúan por debajo del 1. De forma automática el presidente salió en defensa de Cohen, vía Twitter: «El New York Times y una periodista de tercera categoría llamada Maggie Haberman, conocida como Crooked H flunkie, y con la que no hablo y no tengo nada que ver, intenta destruir a Michael Cohen y nuestra relación, en la esperanza de que cambie de bando... Para lograrlo usan “fuentes” que no existen y a un perdedor borracho y drogadicto que odia a Michael, una gran persona con una familia maravillosa. Michael es un hombre de negocios gracias a su carrera como abogado al que siempre he respetado. La mayor parte de la gente cambiaría sus lealtades si el gobierno les mete en problemas... Incluso aunque eso significara mentir o inventarse historias. Lo siento, pero no veo a Michael haciendo eso, a pesar de la horrible Caza de Brujas y los Medios Deshonestos».

Sus palabras encontraron respuesta casi inmediata por parte de Avenatti. «Como predije», escribe en Twitter, «el pánico se ha instalado en la Casa Blanca. Tanto, que ahora tenemos tweets falsos que aspiran a besar el c** del señor Cohen y darle una falsa sensación de seguridad y amistad con la esperanza de que no diga la verdad y haga caer el castillo de naipes. Demasiado poco y demasiado tarde». Y luego, dirigiéndose a Cohen como si fuera Trump: «Mi querido amigo: ¿recuerdas cómo te humillé delante de los demás y te hice parecer tonto? ¿Cómo siempre te cobré de más por las propiedades inmobiliarias? ¿Cómo nunca te defendí? ¿Cómo te abandoné cuando gané? ¡Eso es amor, Michael, y lo sabes! Y ahora, calla».

¿Y quién es el drogadicto, perdedor y borracho? ¿Quizá el ex asesor de la campaña de Trump Sam Nunberg? Sus declaraciones en el reportaje del «Times» sin duda han sentado como un tiro en la Casa Blanca: «Irónicamente», le dijo a Haberman, «Michael ahora tiene la iniciativa sobre Trump». Añadió que «cada vez que alguien se queja de los enfados de Trump respondo que no tiene nada de qué quejarse si se compara a Michael».

La debacle de Cohen se suma a la de nombres como Paul Manafort, Michael Flynn, Roger Stone y George Papadopoulos, acuciados por el fiscal especial, Robert S. Mueller, que continúa implacable con la investigación del Rusiagate y al que los ataques reiterados de Trump parecen servir de acicate. Ya pudo con el mafioso John Gotti, de la familia Gambino, y no desfallece. Un incendio que puede agregarse al que se vive con el segundo del departamento de Justicia, el fiscal Rod J. Rosenstein, al que el núcleo duro del trumpismo considera demasiado exquisito con Mueller, demasiado condescendiente con su trabajo. A la revelación, esta misma semana, de que el fiscal general, Jeff Sessions, que se recusó del Rusiagate contra la opinión del propio Trump, amenaza ahora con dimitir si despiden a Rosenstein. A James Comey, ex director del FBI, que día sí día también retrata a un Trump sacado de «Uno de los nuestros». Al otrora todopoderoso Steve Bannon y sus declaraciones para el libro de Michael Wolff, «Fuego y furia». A la reciente denuncia del Comité del Partido Demócrata ante un tribunal en Manhattan contra Wikileaks, la campaña de Trump (incluidos, por sus nombres, Manafort, Stone, Papadopoulos y, también, Jared Kushner, Donald Trump Jr., Richard Gates y John Does) y Rusia.

Pero los escándalos, generados en número suficiente, han tenido hasta ahora la virtud de anularse. Nacen con la fecha de caducidad incorporada. Algunos, incluso, refuerzan a un presidente especializado en cabalgar dragones. Por aburrimiento o saturación, los alborotos acaban en nada mientras el público desarrolla una suerte de insensibilidad y las televisiones tratan la política con parámetros de concurso de telerrealidad o serie de cuarta categoría. Está por ver hasta qué punto el lío Cohen provoca algo más sustancioso que cualquiera de los anteriores.