Política

Cumbre de Panamá

Diplomacia del deshielo

La Razón
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Mi punto de vista general es optimista, especialmente considerando el gran paso dado por los gobiernos de Estados Unidos y Cuba para normalizar las relaciones. Este anuncio y los pasos que se han dado por otros actores (especialmente la gente de negocios en EE UU) es épico.

Si lo comparamos con la importancia de normalizar las relaciones en los dos países, yo creo que este acercamiento es más importante para Cuba que para EE UU, aunque hay muchas partes interesadas en Estados Unidos –la mayoría de los poderes públicos estadounidenses, los intereses comerciales, muchos funcionarios electos, a nivel nacional y subnacional– que se beneficiarán de esta medida.

Generalmente, Cuba es un pequeño pedazo de la política exterior y los intereses empresariales de EE UU (otros países y regiones han sido más notables e insistentes, por una variedad de razones, incluyendo los intereses económicos y políticos, así como las amenazas a la seguridad nacional y preocupaciones más amplias en seguridad regional, global y estabilidad, por ejemplo con Oriente Medio). Por otro lado, las relaciones exteriores de Cuba están centradas principalmente en Estados Unidos, aunque otros países y regiones –por ejemplo, España/Europa, Rusia, China, Venezuela/América Latina– han prestado apoyo económico y político al Gobierno de Cuba y a sus ciudadanos (por ejemplo, a través de la inversión extranjera, la ayuda, etc.).

La Cumbre es un momento épico para reconocer públicamente, en un foro internacional, los cambios entre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba que están teniendo lugar, tanto en la retórica y la percepción como en la política. Claro que la formalidad de las negociaciones y la diplomacia del «deshielo» en tan sólo unos pocos meses han logrado algunos avances, especialmente por la proliferación de los viajes y la inversión y por la expansión de cierta infraestructura –por ejemplo, las telecomunicaciones, internet– que hará avanzar enormemente el desarrollo económico del país (que va a mejorar la vida del día a día de los cubanos). Pero, no obstante, hay todavía una serie de puntos de fricción/dolor, manchas/desafíos, especialmente alrededor de las reformas que impulsan a la Administración de Cuba a la gobernanza y a garantizar la protección de los derechos humanos. Sin embargo, el proceso de normalización entre Estados Unidos y Cuba puede y será ampliamente anunciado como un paso en la dirección correcta por los países y reconocido por los presidentes y sus séquitos.

Por supuesto, la soberanía –los derechos de los poderes de gobierno dentro de un país para tomar sus propias decisiones sobre política, economía y asuntos sociales dentro de sus propias fronteras y cómo se comportan en el exterior– ha sido una de las críticas fundamentales por parte de Cuba a Estados Unidos, al que ha acusado y menospreciado de intervenir de forma encubierta e influir en la dinámica interna de los países de la región.

La crisis más estridente del momento es Venezuela, es decir, el deterioro de la gobernabilidad democrática, el aumento de violaciones al Estado de Derecho y la violencia perpetrada por el Gobierno de Maduro contra las personas del movimiento de oposición. Será una de las cuestiones en las que la delegación de Estados Unidos se centrará más adelante. Claramente las medidas políticas de la Administración Obama –las sanciones contra funcionarios venezolanos, la congelación de sus activos en el extranjero y la prohibición de la entrada aplicados por Estados Unidos, así como la decisión del presidente Obama de declarar a Venezuela una amenaza para la seguridad nacional– reflejan la gran preocupación por cuestiones internas en Venezuela, especialmente en lo que se refiere a la calidad de Venezuela con respecto a la democracia y a la protección de los derechos humanos.

El Gobierno de EE UU y sus funcionarios, como la secretaria de Estado para América Latina, Roberta Jackson (la misma funcionaria a cargo del proceso de normalización de relaciones con Cuba), han criticado a los líderes latinoamericanos por no reprobar al presidente Maduro por sus acciones, pero el Gobierno de Maduro (gracias al legado de Chávez) tiene el efecto multiplicador de las ventas de petróleo, que han sido en gran medida subvencionadas o facilitadas a otros muchos países en la región. Y por este motivo, entre otras razones, líderes de América Central y América del Sur y el Caribe tienen que sopesar sus críticas al actual gobierno de Venezuela.

Para muchos países de la región –que han mostrado una tendencia creciente hacia administraciones de izquierda desde principios de 2000– la cuestión de la soberanía, además de una crítica general neoliberal (Washington-consenso), las reformas que les han impuesto instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, o la Organizacion Mundial del Comercio (OMC), continuará por unirlos como un bloque contra la intervención de Estados Unidos en la región –en cualquiera que sea la forma que tome– y, por lo tanto, las críticas estadounidenses a la Administración venezolana continuarán siendo generalmente indeseable para muchos líderes de la región.

Las relaciones entre Venezuela y los EE UU son actualmente muy tensas –como he ejemplificado anteriormente– y, de hecho, tras la llegada de la Administración Maduro el equipo diplomático de Estados Unidos en el país se redujo de 100 a 20 efectivos. Este movimiento refleja la naturaleza «tit-for-tat» de las relaciones exteriores entre los dos países (si haces X movimiento, entonces lo que haré es mover a Y).

La preocupación manifestada por el presidente Maduro es que el cuerpo diplomático es, en efecto, una cubierta para una plataforma de la CIA para navegar y realizar actividades que desafían y ,desestabilizan su Gobierno. Esto puede o no ser cierto (este tipo de actividades por parte de la CIA son encubiertas y, por tanto, no se informan), pero la afirmación de Maduro de que EE UU está involucrado subvirtiendo su administración es una reminiscencia de acusaciones ( y ejemplos concretos) respecto a los supuestos esfuerzos de Estados Unidos para condicionar su propia agenda (es decir, presionando por el cambio en el liderazgo, promoción de la democracia y la apertura de los mercados).

Pese a las acusaciones constantes de líderes de otros países, surgidos a la estela de Hugo Chávez, de que Estados Unidos busca derrocar a sus gobiernos, elegidos democráticamente, Venezuela sigue haciendo hincapié en que está dispuesta a colaborar con la Administración Obama, solucionar el tema de los funcionarios y demás diferencias que existen entre los dos países.

El deshielo entre Estados Unidos y Cuba no afecta negativamente, al menos en la retórica, a la relación entre Cuba y Venezuela y los otros miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA). Este organismo se reunió a mediados de marzo en Caracas, donde Raúl Castro prometió su apoyo al presidente Maduro y a la relación entre Cuba y Venezuela, y donde se anunció que Cuba iniciaría un proceso de normalización de relaciones con EE UU, pero que este hecho no influiría en la política exterior de Cuba, como país soberano, ni en las acciones de los países miembros.

Otros temas que probablemente se abordarán son el estancamiento económico (por ejemplo, Brasil, Argentina, Venezuela); la seguridad, especialmente en su relación con la vigilancia y la inteligencia; las violaciones de los derechos humanos y el tráfico de drogas. Este último tema, el del narcotráfico –con la participación de la mayoría de los países del hemisferio–, sigue generando mayor riqueza para algunos países –Bolivia, Venezuela, Colombia, México– mientras que, al mismo tiempo, tiene perjudiciales efectos sobre un buen gobierno (especialmente en lo que se refiere a la rendición de cuentas, la transparencia y la corrupción).

*Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Saint Joseph’s de Filadelfia