Estados Unidos
El Congreso marca la agenda al presidente
El enfrentamiento de Trump con el ala más conservadora del partido, que ya le impidió acabar con el «Obamacare», amenaza ahora la aprobación de los presupuestos y la reforma fiscal. En la Casa Blanca estudian tres vías: ceder ante el Tea Party, suplicar al denostado «establishment» o seducir a los demócratas como ya hizo Reagan
La agenda del presidente de Estados Unidos se complica. El varapalo recibido tras la humillante derrota del «Trumpcare» ha abierto los ojos al mandatario: gobernar no es sencillo. En un principio, Trump tenía todo a su favor: presidencia republicana y Congreso del mismo color. Pero la retirada de su reforma sanitaria ha puesto de manifiesto que sus propios correligionarios están dispuestos a darle batalla. Este fin de semana, Trump les advirtió: «Dejaré que el ‘Obamacare’ explote». Y cargó contra los más extremistas de su partido. «Los demócratas sonríen en Washington porque el Caucus de la Libertad [por los republicanos más conservadores], con la ayuda del Club para el Crecimiento y la Herencia hayan salvado el ‘Obamacare’», criticó ayer en referencia a ese grupo ultraconservador que representa aproximadamente el 25% de la bancada republicana en la Cámara de Representantes. Ellos impidieron que el presidente consiguiera los 216 votos necesarios para sacar adelante la reforma.
¿En quién puede confiar ahora Trump? Es la pregunta más repetida en Washington. Por una parte, podría caer en la tentación de tratar de contentar al conocido como Tea Party y ganarse su apoyo en futuras medidas legislativas. O quizá, optar por acercarse al odiado «establishment» de su partido para regresar como hijo pródigo y suplicarles su respaldo para sacar adelante su agenda. Hay quien también apunta a que incluso ya seduce a ciertos demócratas para que le den un voto de confianza en algunas de sus medidas que requiere el beneplácito del Congreso. Idea un tanto trasnochada, pero en el universo Trump nada es imposible.
Si al presidente le ha sido imposible sacar adelante su contrarreforma santiaria en la Cámara de Representantes (donde los republicanos tienen una amplia mayoría), el Senado puede converstirse en un auténtico reto. Allí, los conservadores tienen 52 asientos, frente a los 48 de la oposición.
A pesar de todo este enredo, Trump parece haber pasado ya página a su sonada derrota y afirma que ha abierto un nuevo capítulo: el de la reforma fiscal. Sin embargo, su incapacidad previa hace dudar de si los republicanos podrán sacar adelante la primera reforma de impuestos en 30 años, una de las grandes promesas del presidente y muy celebrada en Wall Street. A esto se añade también que en las próximas semanas el Congreso tendrá que votar parte de los presupuestos para mantener el Gobierno abierto y evitar los famosos «apagones» de años pasados, que provocaron grandes desastres en los mercados internacionales. Además, tendrán que dar el visto bueno al aumento de su crédito nacional y a la aprobación del gasto de doce agencias federales y departamentos.
Respecto a las tasas, Trump ha propuesto, entre otras cosas, reducir la carga impositiva del 35% al 15% a las grandes corporaciones, así como reestructurar los impuestos individuales en tres tramos del 10%, el 20% y el 25%. El presidente siempre quiso que ésta fuera su primera reforma al llegar a la Casa Blanca, pero sus asesores lo empujaron a fulminar antes el «Obamacare». En un principio, esa reestructuración fiscal, que puede ocasionar un aumento preocupante del déficit, contaba con un amplio apoyo en las filas conservadoras, pero tras el rifirrafe derivado de la reforma sanitaria podría suponer un palo en la rueda a Trump. En este momento, el respaldo de los republicanos ya no es tan claro.
Este fin de semana se han puesto de manifiesto las divisiones del partido, integrado por arribistas instigadores, conservadores de la vieja guardia y moderados de distritos demócratas. Todos con una agenda distinta, que sí coinciden en querer anteponer sus intereses a los del partido por propia supervivencia. De momento, parece demasiado pronto para que Trump deje de lado a los legisladores de su propio partido, y pacte con los demócratas como hizo Ronald Reagan. Lo que debe hacer ahora, dicen los analistas, es buscar una nueva estrategia para sacar adelante sus promesas, debido a que su mayor enemigo ha demostrado ser el grupo de republicanos más conservadores y antiestablishment que proviene del Tea Party. En sus inicios, esta facción radical dio grandes mayorías a los republicanos en 2010 y 2014. Pero ahora se han convertido en un gran estorbo para el nuevo inquilino de la Casa Blanca, un presidente que no responde a una ideología encorsetada en el tradicional bipartidismo. Trump siempre ha preferido ir por libre y presumir de buen negociador, afirmación ahora bajo sospecha.
Un liderazgo en caída libre
En público, Trump presume de ignorar los sondeos que se elaboran sobre su gestión, o más bien, los que aportan malos resultados al respecto. Sin embargo, su orgullo y alta estima se ven ultrajados cada vez que una encuesta constata la falta de aprobación por parte de los estadounidenses. Según el último dato aportado por Gallup, sólo el 37% de los ciudadanos aprueba su trabajo en la Casa Blanca, a la que llegó con un 40% de popularidad. Obama lo hizo con un 79% en 2009.
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