Londres
El día que Londres se convirtió en el infierno
El Gran Incendio de Londres de 1666 cumple estos días 350 años, recordándose todavía como una de las peores catástrofes vividas por la capital británica
Se cumplen 350 años del incendio que devastó la ciudad de Londres durante cinco días y cinco noches, convirtiendo a la capital británica en un infierno.
El decenio de los años 60 del siglo XVII fue, seguramente, uno de los peores en la historia de Londres. La peste bubónica que asolaba Europa desde el siglo XIV había acabado con un 20% de la población londinense entre 1664 y 1666. Justo cuando ésta comenzaba a remitir y a minimizar los daños entre la población, una aciaga madrugada de un 2 de septiembre, Londres se vio envuelta en llamas.
El incendio tuvo lugar cerca del distrito aristocrático de Westminster, a la altura del Palacio de Carlos II además de numerosos barrios marginales. Un total de 87 parroquias, 13.2000 casas, la Catedral de San Pablo y numerosos edificios oficiales, entre los que se encontraba el Ayuntamiento de Londres, se vieron afectados por las llamas. Además, cerca de 80.000 habitantes vieron cómo sus vidas comenzaban a tomar un camino angosto y difícil de realizar.
La cifra de muertes por el incendio es, todavía hoy, desconocida. Se pensaba que el número de víctimas había sido relativamente bajo debido al bajo registro de muertes. Este razonamiento ha sido desafiado continuamente considerando que las muertes de pobres y de personas de clase media no fueron registradas, y que el calor pudo haber incinerado a muchas víctimas en el seno de sus hogares sin dejar rastros reconocibles.
Eran cerca de las dos de la madrugada de aquel 2 de septiembre de 1666 cuando Londres se convirtió en el infierno. El fuego comenzó en la casa de Farryner, el panadero del Rey, en Pudding Lane, cerca de Fish Street, es decir, en el mismísimo centro de Londres. Las llamas se propagaron rápidamente y, en aquel momento, la creación de cortafuegos era la única técnica de extinción de incendios. El alcalde de Londres, Sir Thomas Bloodworth, tardó en reaccionar y retrasó el uso de esta técnica. En la mañana del 3 de septiembre, las llamas ya habían envuelto el centro urbano de la ciudad.
Para más inri, aquel año había sido un año seco, las tierras estaban áridas y el fuerte viento de levante contribuyó a la rápida expansión de las llamas. Unas llamas que, en poco tiempo, alcanzaron la simbólica Catedral de San Pablo.
El caos se había apoderado de la ciudad. Los gritos de la gente y los llantos de niños y niñas se convirtieron en la banda sonora oficial de aquellos días. El Támesis se convirtió en la única vía por la cual podían retirarse los escombros de los edificios, pertenencias personales que sólo eran ceniza, recuerdos de una vida pasada... El pillaje tampoco tardó en aparecer en las calles de la ciudad y es que, en situaciones de necesidad, el ser humano es capaz de sacar lo peor de sí mismo.
Como durante cualquier catástrofe, lo primero que se hace es buscar culpables. En aquella época, Inglaterra mantenía una lucha constante contra Francia y Holanda, la Segunda Guerra Anglo-Holandesa, por lo que la población londinense cargó en masa contra los franceses y holandeses que habitaban la ciudad.
El día 4 de septiembre, el incendio seguía activo, devorando todo aquello que se cruzase en su camino. Ardieron los barrios de Fleet Street y continuó en dirección a Whitehall. Sólo entonces, con la Corte realmente amenazada, se decidió consultar directamente al rey Carlos II, quien, junto a su hermano el duque de York, autorizaron tomar una medida realmente drástica: derribar todas las edificaciones necesarias para crear un cortafuegos.
Al día siguiente se llevó a cabo la medida, justo cuando el incendio estaba a punto de llegar al Hospital St. Bartholomew. Para los derribos se utilizó la pólvora que se suministró desde una Torre de Londres cuya estructura también comenzaba a verse seriamente amenazada.
Finalmente, el 7 de septiembre, el incendió quedó controlado. A su paso, desde Whitehall hasta el puente de Londres, había dejado un paisaje inundado por la ceniza, cubierto por una nuble plomiza que sólo es capaz de crear el fuego y, sobre todo, había dejado una ciudad arrasada. Fleet Street, Cheapside, Exchange, Aldersgate y la Catedral de San Pablo se convirtieron en una sombra de lo que fueron. La iglesia había quedado totalmente calcinada y ni siquiera su bello pórtico pudo librarse de las llamas.
Aquel incendio iluminó la ciudad de Londres durante 5 días y 5 noches, convirtiendo a la ciudad en un pequeño infierno europeo. De las ruinas de aquel Londres nació una ciudad más moderna y más fuerte que es ahora icono mundial de la multiculturalidad y la vida cosmopolita.
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