Terrorismo yihadista

El EI organiza una red de «provincias» ante la posible derrota en Siria

El plan «B» de los yihadistas es contar con una estructura descentralizada como la de Al Qaeda, a la que quiere expulsar de algunos territorios, para mantener su actividad terrorista

El Estado Islámico utilizaría como bases operativas las «wilaayat» (provincias) donde cuenta con más fuerza
El Estado Islámico utilizaría como bases operativas las «wilaayat» (provincias) donde cuenta con más fuerzalarazon

El plan «B» de los yihadistas es contar con una estructura descentralizada como la de Al Qaeda, a la que quiere expulsar de algunos territorios, para mantener su actividad terrorista.

El Estado Islámico (EI o Daesh), ante los reveses militares que está sufriendo en Irak y Siria, ha diseñado una estrategia que consiste en reforzar algunas de las provincias («wilaayat») en las que tiene una mayor presencia por si, llegado el caso, fuera necesario usarlas como alternativas para ocultar a sus cabecillas, los «aparatos» –«logístico», «militar» y el de «propaganda»– y, en suma, para utilizarlas como «red de seguridad».

Según informes de los servicios secretos internacionales a los que ha tenido acceso LA RAZÓN, el Daesh no contempla la posibilidad de una derrota militar en Siria e Irak a corto plazo, pero trabaja con la posibilidad de que su situación se debilite hasta el extremo de tener que abandonar los primeros territorios que conquistó para su «califato mundial».

De esta manera, el Estado Islámico se convertiría en una organización descentralizada, de forma similar a las actuales características de Al Qaeda. Territorios contiguos a Siria, como Líbano, y, en especial Libia, cobrarían una importancia capital.

Los referidos informes subrayan que, al centrar la coalición internacional sus ataques en las posiciones del Daesh en Siria e Irak, la organización terrorista continúa, con una relativa comodidad, su afianzamiento en algunas de las provincias en las que tiene más presencia, como Libia. La estrategia que sigue en las «wilaayat» es la de crear inestabilidad, divisiones étnicas, guerras civiles, fomentar la debilidad de los aparatos del Estado y, sobre todo, aprovechar las zonas vacías y carentes de gobernabilidad.

Desde la proclamación del Estado Islámico en junio de 2014, la banda ha invertido grandes esfuerzos para extenderse más allá de Siria e irak, mediante la creación de una red de filiales regionales que operan en el mundo árabe y musulmán.

Entre las «wilaayat» que se han incorporado al EI figuran la del Sinaí, tras el juramento de lealtad de Ansar Bait al Maqdas; tres demarcaciones en Libia (Fazan, Barqah y Tripoli); la de África Occidental, como resultado del juramento de lealtad de la organización nigeriana Boko Haram; la de Pakistán y Afganistán (Jorasán); la de Saná en Yemen; la de Najd, en Arabia Saudí; la de la zona norte del Cáucaso (Chechenia y Daguestán) y la de Argelia.

Además, el Daesh cuenta con infraestructuras en Túnez, Líbano, Kuwait, Turquía y en la franja de Gaza que son utilizadas para cometer atentados y tratar de dar la imagen de que su «largo brazo» llega a cualquier lugar. En el caso de Turquía, el Estado Islámico cuenta también con infraestructuras logísticas que utiliza para trasladar voluntarios extranjeros a Siria e Irak, materiales y dinero.

En los mencionados informes, se analiza la estrategia que utilizan los yihadistas para la extensión del califato. Las provincias generalmente tienen como base humana a militantes locales e infraestructuras existentes. Es el caso de la «wilaayat» del Sinaí, integrada por individuos de la población beduina. Lo mismo ocurre en Jorasán, en cuyas filas hay militantes afganos provenientes del movimiento talibán.

Las actuaciones en las provincias se centran en varios ámbitos: actividades militares destinadas a controlar territorios (de forma similar a Siria e Irak); terrorismo contra la población civil, funcionarios del Gobierno o contra objetivos de seguridad. Se trata de amedrentar y mermar las fuerzas del «enemigo» y dar una imagen de potencia y poder de disuasión como parte de la guerra psicológica contra adversarios regionales e internacionales.

Otro aspecto importante de los planes yihadistas es el de erosionar la estabilidad económica y de la seguridad en la zona en la que actúa y provocar enfrentamientos étnicos. La estrategia se hace especialmente relevante para llevar a cabo uno de sus grandes objetivos: acabar con la franquicia de Al Qaeda en el Magreb Islámico.

Las actividades civiles de cara a la población local forman parte de los planes yihadistas, que tratan de establecer instituciones civiles y religiosas según el modelo de los califatos, y suministrar servicios públicos e implementar la ideología del Estado Islámico en la vida cotidiana de la población. Lo hacen mediante la intervención del sistema educativo o la imposición de las leyes de la «sharía» en el ámbito público. Estas actuaciones se han detectado de manera especialmente intensa en Libia.

El reclutamiento de militantes, su capacitación y suministro de armamento, el contrabando o incluso la producción local de medios de combate también son aspectos que forman parte de la hoja de ruta del EI en las zonas que ocupa o pretende ocupar.

Las actividades económicas en las provincias son relativamente escasas y no están desarrolladas. Los ingresos incluyen donaciones «privadas»; acciones criminales de saqueo y asaltos, contrabando y dinero recibido como pago del rescate de rehenes. En general, salvo, lógicamente, las de Siria e Irak, las «wilayaat» se encuentran en las primeras etapas de su organización y su estructura todavía no está consolidada ni la división de atribuciones en su interior. Existen brechas en los aspectos militares, instalaciones y equipamiento. Algunas provincias –agregan– sufren penurias económicas y la carencia de medios de combate, por lo que han de depender de lo que les pueda facilitar el Daesh a nivel central.

En Libia, el Estado Islámico ha obtenido logros importantes al conquistar territorios en los que pudieron consolidar sus posiciones dado el vacío de poder existente en la zona. Sin embargo, se ven obligados a combatir simultáneamente con milicias salafistas locales y con fuerzas militares de los dos «gobiernos» existentes: el de la Hermandad Musulmana y el Ejecutivo «oficial».

A pesar de que la estrategia del Estado Islámico alienta la incorporación de organizaciones yihadistas a sus filas, su actitud en este asunto es muy selectiva y está basada en las siguientes consideraciones, según los informes:

–Capacidades militares, número de militantes, el control del terreno y el nivel de organización de los grupos yihadistas que solicitan incorporarse a la organización, así como su operatividad.

–Las condiciones de seguridad, políticas y sociales, como la capacidad del Gobierno central y de las Fuerzas Armadas y de Policía; la situación de la seguridad en general; rupturas étnicas, etcétera.

–La relevancia de la zona (o de las contiguas) en la estrategia general del Daesh, que, por ejemplo, da una importancia capital a lograr infiltrarse en Arabia Saudí con el objetivo de erosionar su estabilidad. A este respecto, el factor propagandístico es esencial y, por ello, intentan el establecimiento de una «wilaayat» en este país (aunque en realidad su presencia en el terreno todavía es precaria).

–Evitar que existan «aparatos» duplicados y la voluntad de unificar pequeñas filiales que actúan en áreas contiguas bajo la misma bandera.

–La competencia con Al Qaeda por el prestigio y la influencia regional que implica que el Daesh imponga su presencia en un área concreta. De hecho, entre sus prioridades está la citada eliminación de Al Qaeda para el Magreb Islámico, con el fin de utilizar sus zonas de influencia.