Atentado en Londres
El SMS de Ignacio Echeverría: «Yo intento ser una persona misericordiosa siempre»
Íntimos de Echeverría relatan sus últimas conversaciones y todo lo que le definía: desde el misal que llevaba hasta su amor por los niños: «¿Cómo están tus nenes?», preguntaba siempre.
Íntimos de Echeverría relatan sus últimas conversaciones y todo lo que le definía: desde el misal que llevaba hasta su amor por los niños: «¿Cómo están tus nenes?», preguntaba siempre.
Ignacio Echeverría, «Igna» para la familia, «Echeve» o «Abo» para sus amigos skaters, no era una persona de grandes reuniones sociales o afanes protagonistas. La poca alegría que les queda a sus más queridos es para imaginarse lo mal que lo pasaría con «tantos reconocimientos y actos protocolarios» de haber sido otro final, de haber podido sobrevivir a la vileza de unos cobardes terroristas yihadistas. Porque Ignacio era muy tímido e introvertido. De estas personas que, igual en una primera instancia pueden resultar distante por su semblante serio. Una vez pasado el umbral, se descubría a un chico que valoraba lo esencial, que no tenía dobleces – «No sabía de segundas intenciones, no entendía a las personas cínicas»–, profundamente religiosa y, principalmente, «de amigos contados con los dedos de la mano, pero de verdad».
A lo largo de toda la conversación trasciende una cualidad que está presente en todas las anécdotas que recuerdan del chico normal y sencillo que ha pasado a convertirse en un héroe internacional por el acto más generoso que puede tener una persona, y es sacrificar su vida por salvar a otra que ni siquiera conocía. Ignacio no entendía la segregación por clases sociales, religiones o nacionalidades. En una de sus conversaciones por Whatsapp, ya que al vivir en Londres era la herramienta más recurrida para comunicarse, abordaron la crisis de los refugiados, y la respuesta de Ignacio fue: «Yo intento ser una persona misericordiosa y ayudar siempre». Vivía en Poplar, un barrio «algo marginal» a las afueras del centro de la ciudad, en el que había indios, paquistaníes... y él «se llevaba bien con aquel que le cayera bien».
Esta actitud le acompañaba siempre. Veraneante en Comillas (Santander), donde la gente cuida mucho la estética y la buena imagen, él no tenía reparo en ponerse sus pantalones cortos e ir a la plaza con el monopatín. Le gustaba aprovechar el día y hacer deporte de todo tipo, como el surf o emprender largas excursiones por el monte. Y no perdonaba un helado por la tarde con sus amigos en la plaza antes de ir a tomar algo a Samovy, local concurrido de la zona. Si la cosa se terciaba, la velada terminaba en una discoteca, donde Ignacio acostumbraba a tomarse un Martini. «No bebía mucho, odiaba estar mal al día siguiente y no poder aprovechar el día». Y le gustaba bailar. Un dato curioso en una persona tímida, no era de los que se quedan apoyados en la barra. «Sabía mucho de los bailes regionales de la zona, le gustaba ir a los pueblos cercanos a verlos».
Ignacio no era viajero. Le gustaba hacer «los planes de siempre», y en uno de sus últimos mensajes les comentó que quería comprarse un apartamento en Comillas de 50 metros cuadrados, al lado de la casa de sus padres. Estuvieron comentando precios por Whatsapp. También planificaron este verano: «Tengo tres semanas en agosto, ¿cuándo vais a ir?», les preguntó. No sólo sus amigos lo echarán de menos, también los hijos de sus familiares o los de ellos mismos. Cuentan que le encantaba pasar tiempo con los niños. «¿Cómo están tus nenes?», preguntaba siempre.
Impone hablar sobre unos mensajes que ya no se repetirán.
Muy inquieto intelectualmente, hablaba inglés, francés, y dignamente alemán. Honesto hasta la médula, a sus amigos no les extraña que fuera el «poli» de la Banca. Su trabajo en HSBC consistía en supervisar que los bancos cumplieran los códigos de conducta par evitar casos de blanqueo o incluso de terrorismo. Sin embargo, Ignacio no vivía especialmente en alerta por los últimos atentados en Londres. «No se agobiaba o emparanoiaba, él disfrutaba de la vida, pero no se ponía a pensar que le podía tocar a él. De hecho, nos decía que en la oficina apenas se hablaba de los atentados terroristas». Sus férreas creencias religiosas le motivaban en esta actitud. Ignacio no sólo acudía todos los domingos a misa, sino que viajaba con un misal por si acaso surgía algún imprevisto, y le gustaba leerlo antes de dormir. En Las Rozas, su lugar de residencia, participaba en un grupo de acción católica y se reunían dos veces a la semana cuando estaba en Madrid. Daniel Sevillano, párroco del municipio, explica que el objetivo es la «revisión de la vida, contar las cosas que nos ocurran a la luz del evangelio y sacar ideas para la vida diaria. Era una persona que se desvivía por su familia y sus sobrinos».
A sus 39 años de edad, no tenía novia, ni se le recuerdan relaciones muy largas. Más que en ligar, invertía el tiempo en otras aficiones. Como leer «The Financial Times» y revistas especializadas en economía. «De vez en cuando sorprendía con temas que nos dejaban alucinados», cuentan. «Por ejemplo, llegaba un día y se ponía a hablar de arquitectura industrial, nos preguntábamos en qué momento se habría puesto a documentarse sobre eso». También le apasionaban los temas de informática.
Uno de sus temas predilectos de debate era la política, aunque sus amigos prefieren que su ideología permanezca en el anonimato. «Se enervaba con ciertos temas, hasta el punto que nosotros le picábamos mucho porque lo vivía muy intensamente».
Esta pasión por las cosas en las que creía, como defender siempre al más débil, le llevó a ponerlas delante de su propia vida. «Era muy intuitivo, a veces no pensaba en las consecuencias de sus actos, simplemente actuaba».
«Ignacio Echeverría es el ejemplo de los que tienen una conducta cristiana allá donde vaya», asegura el párroco. «A veces no es necesario irse hasta África para ayudar, si no que en el día a día también se demuestra la madera de cada uno, Ignacio era así». Amén.
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