Irak

«Irak es un país destruido y sin recursos para avanzar hacia la paz»

Entrevista a la ex ministra iraquí de Inmigración y Refugiados, Pascale Warda

Pascale Warda
Pascale Wardalarazon

Pascale Warda, ex ministra de Inmigración y Refugiados en el Gobierno interino de Irak tras la guerra de 2003, es una de esas mujeres que anteponen la lucha por los derechos humanos al miedo

Pascale Warda, ex ministra de Inmigración y Refugiados en el Gobierno interino de Irak tras la guerra de 2003, es una de esas mujeres que anteponen la lucha por los derechos humanos al miedo. Es de esas personas que prefieren arriesgar su vida con tal de contar las injusticias que sufren los más desfavorecidos. Ha sido víctima de cinco atentados directos contra su persona a los que “por suerte” ha sobrevivido, pero esa amenaza, aún hoy latente, no le frena para seguir residiendo en Bagdad, firme con su compromiso de “dar voz y defender a las minorías y a los refugiados de Oriente Medio”, asegura en una entrevista con LA RAZÓN.

Esta ferviente activista política visitó Madrid con motivo de la presentación del libro de la periodista Ana Gil “Una rosa en Irak”, presentado en la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno y que relata la vida de Warda en una de las zonas más conflictivas del mundo.

Talentos desperdiciados en un país sin recursos

“Irak es un país completamente destruido. Su principal problema es la falta de liderazgo en todas las áreas, sobre todo en el ámbito político y religioso. A nivel educativo, existe una enorme capacidad intelectual en las escuelas que se está perdiendo por culpa de un sistema anticuado y que no dispone de los recursos necesarios”, comenta. En su opinión, en este punto radica uno de los “grandes obstáculos para la sociedad iraquí, que crece sin la posibilidad de formarse y de desarrollar su pensamiento individual desde edades muy tempranas”.

Warda, que profesa la religión católica, nació en 1961 en el distrito de Duhok, situado en el norte de Irak. Cuando apenas tenía nueve años sintió, por primera vez, el rechazo hacia las minorías asentadas en el país y, desde entonces, no ha cesado su lucha por la paz. En la actualidad preside la Organización Hammurabi de Derechos Humanos -galardonada como mejor ONG en 2012 por el Departamento de Estado de Estados Unidos- y es considerada un referente en la protección de las minorías “más golpeadas”, sobre todo de la yazidí y la cristiana en terreno iraquí.

El libro la define como “una rosa en Irak”, pero ella no se siente “única por desarrollar su labor, ya que cualquiera puede hacer algo para reconstruir este país”, tan sólo hacen falta personas comprometidas y activas que apuesten por un cambio.

Preguntada por la posibilidad de abandonar el país, Warda sostiene que “sería injusto y egoísta pensar sólo en mi bienestar personal y abandonar a todas los iraquíes que sufren a diario. Podría irme porque tengo también la nacionalidad europea, pero mi deber es luchar por reconstruir paso a paso este país. No puedo abandonar mi compromiso con las tragedias que acechan a mi pueblo”.

En este sentido, pide a la población de origen iraquí que no despegue por completo los pies y el corazón de su tierra: “Tenemos que estar unidos y mantener la esperanza. Es difícil porque la gente está enfadada, desesperada y desplazada, pero si perdemos la esperanza lo perdemos todo”.

“O pagas y te conviertes al islam o mueres”

El mes de agosto de 2014, el Estado Islámico (EI) invadió el norte de Irak. Desde ese momento, las vidas de mucha gente, pero sobre todo la de los cristianos, yazidíes y turcomanos, se convirtieron en una auténtica pesadilla: “O pagas y te conviertes al islam o mueres”. Esta amenaza provocó que miles de iraquíes huyeran despavoridos de la región, parte de los cuales han dado forma al actual drama de refugiados y migrantes que intentan desesperadamente llegar a Europa a través de sus costas y fronteras terrestres.

Fue entonces, cuando Warda tomó la decisión de sacar del país a sus dos hijas adolescentes y llevarlas a Francia, donde ella cursó sus estudios universitarios durante su exilio forzado. No quiere que se publique la ciudad en la que viven por temor a represalias contra ellas, lo que evidencia su intranquilidad ante un nuevo posible ataque, más de una década después. Eso sí, dejando a sus pequeñas a salvo, Warda retornó a Irak.

Durante esta entrevista, un nuevo atentado suicida con coche bomba reclamado por el EI fue perpetrado cerca de un mercado del barrio de mayoría chií de Ciudad Sadr, en Bagdad. El ataque se llevaba por delante al menos 64 vidas y dejaba cerca de 87 heridos. Tan sólo horas después, dos ofensivas mataban a otras 29 personas y herían a 74 en los distritos chiíes de Kadhimiyah y Jamiya.

Acostumbrada a la rutina del horror, reconoce que “no es la primera vez que el Estado Islámico hace algo así. En Irak estamos habituados a este extremismo que sólo busca dinero y afianzar su poder por la fuerza sin ningún tipo de derecho; el EI actúa en el presente pero el país ha sufrido este tipo de terrorismo a lo largo de su historia. Es horrible pensar en la oscuridad que rodea a los miembros del EI, individuos que violan a mujeres y niñas de cinco años en el nombre de Dios”.

Además, denuncia que “en Bagdad se siente el peligro a diario” y recuerda que este tipo de actos “inhumanos”, que van contra su cultura, son los que están intentando erradicar. “Pero nuestro país nunca va a poder reconstruirse solo en este tipo de regímenes. Necesitamos la ayuda internacional para acabar con los grupos extremistas, porque con ellos sobre el terreno es imposible avanzar hacia la paz”, advierte Warda.