Francia

La ambición ultra se viste de seda

La ambición ultra se viste de seda
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El Frente Nacional ha demostrado en la primera vuelta de las elecciones regionales que puede ser, si no lo es definitivamente ya, el partido más votado de Francia. Este hecho, de por sí, es un seísmo político en Francia, cualquiera que vaya a ser el resultado –imposible de predecir– de la segunda vuelta que se celebra hoy. Si gana en varias regiones importantes será obviamente un hito en la vida política del país. Y si no, igualmente: el partido de Marine Le Pen se presentará entonces –con más argumentos que nunca– como la víctima de un sistema político bipolar, en el que las élites de los partidos tradicionales se turnan en el poder, sin tener en cuenta los problemas de la gente. Éste es el resorte fundamental del fenómeno Le Pen.

Marine es una política astuta y oportunista. Muy distinta de su padre Jean-Marie, quien fundó el partido para dar representación a una ideología de extrema derecha clásica, antisemita y racista, arraigada en la tradición colaboracionista del mariscal Pétain en la época de la ocupación de Francia por los nazis. Si el padre se enorgullecía de su papel de extremista provocador sin pretender realmente ejercer nunca el poder, la hija es todo lo contrario: hará lo que haga falta para llegar al Elíseo, y la verdad es que, hasta ahora, su estrategia no le ha salido nada mal. Para empezar, y para quedarnos en la familia, Marine ha «matado al padre» expulsando al viejo impresentable en una farsa burlesca en la cual el protagonista principal se ha comportado con todas las exageraciones que se podían esperar de él.

En la cúpula del Frente Nacional, al anciano truculento le ha sustituido su nieta, la muy jovencita Marion Maréchal Le Pen, 27 años, sobrina de Marine, especie de Juana de Arco moderna al encarnar el sector católico de la derecha que se echó a la calle cuando surgió el movimiento de protesta contra el matrimonio de los homosexuales. Marion Maréchal, con su nombre rarísimo pero no tan extraño en tal contexto político, se ha creado una fuerte base electoral en el sur, muy conservador, mientras Marine lo hacía en el norte, de tradición más obrera. Entre las dos tienen a la otra Francia asustadísima.

El Frente Nacional usa una baza muy simple, y muy eficaz también. A los franceses les recuerda simplemente que lo han intentado todo: la derecha, la izquierda, y hasta la «cohabitation» cuando gobernaban juntas, sin que se hayan podido solucionar los problemas del país. Si es así, ¿por qué no intentar ahora algo nuevo, con gente nueva? A su vez, los partidos tradicionales hacen, sin quererlo, todo lo que pueden para ayudar a Marine Le Pen. La derecha clásica sigue dirigida –o más bien dividida– entre un triunvirato de representantes de un gobierno que fracasó: el ex presidente Sarkozy, el ex primer ministro Fillon y el ex primer ministro Alain Juppé. A los jóvenes, que quizá podrían aportar un relevo, se les pide esperar a que se hagan viejos... En la izquierda pasa lo mismo. El presidente Hollande no brilla precisamente por su carisma, ni mucho menos. Su política económica, a base de impuestos cada vez más dolorosos, es un fiasco evidente, y si no fuera por su actitud digna y responsable después de la matanza del 13 de noviembre en París, su popularidad estaría por los suelos.

Si el Frente Nacional tiene tanto éxito no es por sus virtudes propias. Su actitud antiinmigración es muy popular, pero eso se debe más a la permisividad culpable de los sucesivos gobiernos que a las soluciones que pretende aportar. Su programa económico es una mezcla de medidas de extrema-izquierda y de antieuropeísmo suicida. Sus propuestas son, en lo general, demagógicas e inaplicables. Pero no importa. El partido de Marine Le Pen lleva meses, si no años, conseguiendo imponerse como el tema de todas las tertulias y de las preocupaciones de cada uno de los políticos. Éstos, en vez de buscar y de proponer soluciones a los problemas del país (el desempleo, la seguridad...) tienen una única obsesión: la subida sin freno del Frente Nacional. Se le tacha de todo tipo de calificativos: racista, xenófobo, antisemita, populista... sin querer escuchar, en lo más mínimo, lo que viene diciendo del malestar de su propio electorado, al que se le insulta diariamente tratándole de «fascista». Rechazar al Frente Nacional en tanto que partido «antirrepublicano» sirve sólo para reforzar su propia propaganda antisistema.

Y en eso estamos. Está claro que Marine Le Pen y Hollande comparten un objetivo común: encontrarse frente a frente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017, dentro de tan sólo 18 meses. Para el líder socialista es la única fórmula que le ofrece una esperanza de mantenerse en la presidencia. Y para Marine sería la coronación: aunque las élites no lo quieran admitir, no es nada imposible que gane, con la ayuda de los votantes de la derecha clásica, si desde este momento y hasta entonces sigue «normalizando» su partido y su programa. Pase lo que pase en esta segunda vuelta de las regionales, Marine Le Pen va a seguir marcando la política francesa durante mucho tiempo.