Estados Unidos

La criatura de Obama

El presidente norteamericano, Barack Obama, ofreció ayer su primer discurso en la Casa Blanca tras la victoria del candidato republicano
El presidente norteamericano, Barack Obama, ofreció ayer su primer discurso en la Casa Blanca tras la victoria del candidato republicanolarazon

Un tema de los comentaristas políticos conservadores en Estados Unidos, ya en las primarias, ha sido el atribuirle a Trump una filiación obamista, no por génesis ideológica, sino, muy al contrario, por causalidad antagónica: El entusiasmo por Trump se ha alimentado de un rabioso rechazo de lo que Obama representa en su política interna, bien entendido que aunque él sea la encarnación de esa política, la cosa viene de más atrás y, en la percepción de sus aborrecedores, tiene muchos más protagonistas, lo que, por supuesto, incluye en grado eminente a la Señora Clinton, a la que Obama ha elegido como única vía de dar posteridad a su legado político.

Éste ha sido mucho más exiguo y decepcionante que las mesiánicas promesas de su primera campaña, la del 2008, que electrizó a todo cuanto americano se preciaba de seguidor de la estrella del más avanzado progreso. Ciertamente, que el país pudiera demostrar al mundo que la vergüenza del histórico racismo quedaba ya irremisiblemente hundida en el pasado, eligiendo a un presidente de color, enorgulleció a la casi totalidad de la población e hizo que algunos olvidaran la escora izquierdista del candidato. Pero con el tiempo, del lema «esperanza y cambio» hubo poco y ya desde aquel mismo momento, para quienes no se dejaron arrastrar por las desmedidas ilusiones, se pudo ver que los edificantes llamamientos a la unidad encerraban la falacia de que todos habían de pasar por el aro y acudir al campo de Obama, no que éste fuera, ni por asomo, a reconciliar los extremos existentes en el país.

Cuando ya hace las maletas, el punto estelar de su programa interior, el «Obamacare» o reforma sanitaria, apuntando en la dirección europea del seguro de enfermedad universal y obligatorio, puede ya considerarse un fracaso y ninguno de los candidatos demócratas en las múltiples elecciones que se simultanean con la presidencial, quiere que se mencione en su campaña. En cuanto a lo internacional, su prioridad de prioridades, el acuerdo nuclear con Irán, resultó bastante menos que una garantía de renuncia a conseguir armamento nuclear y lejos de pacificar el inflamado Oriente Medio han echado leña al fuego, con el temor de los árabes suníes de que el resultado final sea precisamente la consecución de ese armamento por parte de sus enemigos y aspirantes a la hegemonía regional, los chiíes iraníes. Temor ampliamente compartido por Israel.

Finalmente, pocos americanos negarían que el país termina la era Obama más enconadamente divido de lo que ya lo estaba en su comienzo, que no era poco. Como no es raro en democracia, pero en mayor medida que en otras ocasiones, se ha votado más en contra que a favor. Muchos que no profesan ningún amor por Hillary han optado por ella para contener la amenaza Trump. En el bando de éste, una buena mitad cree enfebrecidamente en su populista mensaje anti-élites Washingtonianas, en las que ven la encarnación de todos los males del país y especialmente de los que padecen esos afligidos entusiastas en busca de redención, obreros blancos perjudicados por el cambio económica que, como en otras economías desarrollas, ha liquidado una buena parte de la industria fabril, ha informatizado grandes sectores de la producción y ha aumentado la competencia exterior con la liberalización del comercio internacional. Añádase la hartura ante el arrogante desprecio cultural e ideológico del que son objeto por parte de una clientela demócrata con superior nivel de vida y educación universitaria. Pero la otra mitad, asqueada por la demagogia y grosería del candidato que se ha impuesto a su partido hasta el punto de repudiarlo públicamente, le dedica su papeleta en la urna para con ella contener el peligro Clinton. De acuerdo con las encuestas Hillary llevaba una ventaja de aproximadamente un 3% en intenciones de voto, pero ningún analista electoral le negaba algunas posibilidades a Trump. La diferencia estaba casi en el margen de error de los sondeos de opinión. Lo cierto es que ninguno ha llegado a conseguir la mitad de los votos expresados y en el momento en que se cierra este artículo, a falta ya muy pocos resultados, se da la extraña anomalía de que la candidata demócrata ha ganado por un 0.2% en votos populares, pero ha perdido 228 a 279 en votos electorales. Muy probablemente la diferencia entre las encuestas y la realidad esté en el voto oculto a favor de el Donald. Los que al ser preguntados no han sido sinceros respecto a su preferencia por Trump.