El Futuro de Venezuela

La demagogia se aferra al poder

La Razón
La RazónLa Razón

No sólo reforman la Constitución, se anquilosan en el poder y concentran las competencias económicas, también saben dar muy buenos discursos y emocionar a su pueblo: son los líderes populistas iberoamericanos del siglo XXI. Aunque el continente suramericano sigue levantando, eso sí, en las urnas, a presidentes con una clara tendencia neopopulista, a decir verdad, con la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez el 5 de marzo se ha ido el mejor y más apasionado patrón de ello.

Una de las máximas de estos mandatarios es potenciar el «conmigo o contra mí» y crear enemigos, ya sean los «gringos» (estadounidenses), los oligarcas, los capitalistas y como no, los conspiracionistas dentro del propio país. Con esta estrategia, por un lado se logra que sus seguidores sientan que forman parte de algo y se unan más entre ellos, mientras que por otro, sus opositores quedan bastante excluidos . Además, el caldo de cultivo ideal donde desarrollar el populismo es en las clases desfavorecidas. El culto a la figura del líder se lleva hasta su máxima expresión. No es de extrañar que a la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no le importe posar para los medios de comunicación feliz por tener una muñeca que se asemeja a ella, vestida de luto y con el cabello largo. Y a sus votantes, tampoco el que ella llore en un acto político por recordar a su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, o utilice iconos de Eva Perón mientras anuncia nuevas medidas.

Pero en el populismo no se juega sólo con las emociones, también se tiene que aprovechar el descontento social mientras se va, poco a poco, asumiendo el control de la economía. Las nacionalizaciones son la tónica común en todo neopopulismo que se precie. Si algo tienen en común el boliviano Evo Morales y Fernández de Kirchner es el haber nacionalizado empresas españolas «por el interés del pueblo». Así, en abril de 2012, como ya hizo en sus tiempos de profunda crisis económica el argentino Juan Domingo Perón con el gas natural y las minas, la mandataria decidió nacionalizar YPF, filial de Repsol. Los argentinos agradecieron el «golpe al imperialismo» de su jefa de Estado. «Vamos por todo Evita», rezaban alguno de los carteles de apoyo a Fernández de Kirchner. Por su parte, Morales, que ya había hecho lo propio con Red Eléctrica e Iberdrola, decidió que una tercera empresa española –desde que él llegó al poder en 2006– debía ser nacionalizada. El pasado 18 de febrero, los militares tomaron el control de los tres aeropuertos hasta entonces regidos por Sabsa, filial de Abertis y Aena. De hecho, una de las primeras medidas que tomó el presidente boliviano fue la de firmar un decreto por el que automáticamente pasaban a manos del Estado el «control absoluto» de los hidrocarburos.

Por su parte, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, mucho más moderado en este sentido que sus homólogos, en 2011 nacionalizó una petrolera estadounidense pero a cambio pagó 74 millones de dólares tras una dura negociación. Eso sí, el mandatario ecuatoriano reconoció que simplemente estaba «recuperando lo que siempre fue nuestro». Sorprende también que, por un lado, Correa se ha convertido en adalid de la libertad de expresión protegiendo al fundador de Wikileaks, Julian Assange, en su embajada en Londres, mientras que en Ecuador, el presidente se ensaña con los medios de comunicación que se atreven a criticarle. «El denominador común de estos cuatro mandatarios es que consiguen votantes y apoyos gracias a un discurso basado en no hacerles pensar, sino sentir», explica a LA RAZÓN Fran Carrillo, asesor político y director de «La fábrica de discursos». «Cuanto menos piensen y más sientan y sin apenas razonamientos ideológicos, mejor», indica Carrillo. En sus palabras, la segunda clave es la exaltación de un enemigo interior o exterior. «Mediante evocaciones imaginarias, primero les dibujan un sueño, después les alertan de un posible problema (el enemigo), para después mostrarse como la solución». En suma, «que no razonen pero que vibren».