Adiós a Mandela
La herencia de Madiba
Mandela recibe los honores del mundo con insólita unanimidad
Los surafricanos conocían a Nelson Mandela con el apodo cariñoso de Madiba, el abuelo venerable y respetado que acabó siendo de todos nosotros. Era para ellos la imagen familiar del protector que a unos había sacado de la discriminación racista y a otros del oprobio que les causaba el «apartheid» al que los suyos sometían a sus semejantes de diferente color de piel. Porque el gran mérito de Mandela, a quien el mundo rinde estos días honores con unanimidad insólita, no fue sólo haber sufrido lo indecible para doblegar a un régimen anacrónico y obcecado en monopolizar el poder contra la inmensa mayoría de la población. Tanto o más mérito tuvo su actitud conciliadora e integradora de todos sus conciudadanos cuando salió victorioso de su larga lucha por la igualdad y sustituyó en el Gobierno a quienes lo habían tenido encarcelado durante veintisiete años. Madiba se valió de todos los resortes de su carisma y simpatía para tranquilizar a los que habían sido sus enemigos, mantenerlos con normalidad en la vida pública, con frecuencia compartiendo la gestión, y al mismo tiempo para convencer a sus correligionarios de que el odio y la venganza no facilitarían el progreso ni la felicidad de todos. Madiba ejerció la Presidencia del país durante cinco años, y renunció a postularse para una reelección que tenía asegurada. Se retiró, rehizo su complicada vida familiar con un tercer matrimonio y durante un largo periodo brindó al mundo, sin ostentación pero con eficacia, el ejemplo más vivo de buen ejercicio de la política: de la política que descarta ambiciones personales y sólo contempla el bien de todos. Entre tanto, Suráfrica recuperó el respeto perdido, aumentó su influencia internacional y entró en una senda de modernización y progreso que la han convertido en la primera potencia emergente de África.
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