Política

Terremoto en Nepal

La olvidada casta de los lama

La Razón
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LA RAZÓN recorre las aldeas remotas del valle de Nashika, que han quedado aisladas tras el terremoto. «Aquí no ha venido nadie a ayudarnos», señala un vecino del clan

En el valle de Nashika, en el distrito de Kavre, no han oído hablar de ONG, ayuda internacional o indemnizaciones del Gobierno a los damnificados. En este área remota a sólo 50 kilómetros al oeste de Katmandú, los supervivientes del terremoto se las han tenido que apañar solos. Las vistas son impresionantes. El valle está rodeado de verdes colinas y al fondo cuando está despejado se atisba el Himalaya.

Kumar Tamami sujeta con su única mano el metro, mientras su hermano Ramhakta mide el perímetro de lo que será el nuevo hogar temporal familiar. Aquí todo el mundo trabaja en la construcción de la cabaña. Las mujeres buscan entre los escombros de las dos viviendas demolidas algo que se pueda reutilizar como material, mientras los niños cortan con un serrucho tablas de madera y troncos. «La tierra empezó a crujir cerca del mediodía. Estábamos todos en la casa, cogí a mis hijos, llamé a mi hermano y todos corrimos hacia campo abierto para protegernos. Desde allí vimos cómo se iban desplomando nuestras casas», describe Tamami.

«Aquí no ha venido nadie a vernos ni ofrecernos ayuda», responde tajante el hermano de Kumar cuando les preguntamos si han recibido ayuda humanitaria. Para acceder al poblado de Khalchok hay que subir andando. La carretera sólo llega hasta el pueblo de Magargaun. A unos metros más abajo de la colina, otros vecinos han hecho lo mismo. Con laminas de hojalata y una tela de plástico para la lluvia han construido su asentamiento temporal. Allí saben que tendrán que estar varios meses hasta que puedan conseguir el dinero y el material necesarios para reconstruir sus viviendas. A medida que se sube más alto de la montaña el desastre es mayor. En la cima de la montaña viven alrededor de unas 300 personas. «Lleven cuidado porque la casa se puede derrumbar de un momento a otro», advierte una mujer que aparece de entre unos plásticos.

Las callecitas del pueblo son inaccesibles. Uno tiene que andar con cien ojos para no tropezar y resbalarse. La mayoría de casas están gravemente dañadas. Algunas mantienen parte de la fachada pero las vigas están inclinadas.

Allí todo el mundo es de la casta lama y por ello el Gobierno los tiene olvidados. Los lamas son la tercera casta por encima de los dalit (indeseables) y los musahar (comedores de ratas). Milagrosamente nadie murió con el terremoto. Pero pronto empezarán las enfermedades y epidemias por falta de agua corriente y carne en mal estado ya que los cables de la luz resultaron dañados. «Unos minutos antes de que comenzara el primer temblor los perros no paraban de ladrar. No sabíamos que estaba pasando», cuenta Binish Lama, una mujer anciana.

Frente a su vivienda desplomada hay una oveja muerta. Con enorme tristeza nos enseña al animal putrefacto, víctima del terremoto. El verano se presenta muy duro ya que muchos han perdido todo el grano almacenado y hasta el otoño no se volverá a plantar. Pero aquí nadie pasará hambre si otro vecino tiene algo de dal (puré de lentejas y arroz) para ofrecerle al más necesitado. Ante la falta de ayuda, Yen Kumar Lama se encarga de repartir diariamente 160 gramos de arroz por cada familia. Kumar Lama se ha convertido en el salvador del pueblo. Vive actualmente con su familia en el barrio de Koteshakar, en Katmandú, pero su segunda vivienda y la de su hermano están en Nashika. El terremoto derribó dos de las paredes de la vivienda y parte del segundo piso.

Precisamente, el terremoto le pilló en la carretera de camino al pueblo. Este ex miembro del Partido Comunista de Nepal (UMC), que desde cinco años abandonó la política para ser trabajador social, contactó con una ONG local, Eco-Social Development Organization (ESDO), que estaba repartiendo alimentos para los damnificados del terremoto en las áreas afectadas de la capital y pidió 1000 kilos de arroz para los habitantes de su pueblo. «El Gobierno no va a hacer nada por nosotros y las organizaciones internacionales tampoco van a desplazarse hasta estas montañas. Aquí estamos solos», explica Kumar Lama.