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Radicales intentan reventar la marcha por las víctimas en Bruselas

La Policía belga dispersa con cañones de agua a 500 ultras en la céntrica Plaza de la Bolsa. Miles de personas salen a la calle contra el terrorismo pese a la negativa del Gobierno

Los miembros de la ultras derecha irrumpió en la concentración pacífica en homenaje a las víctimas de los atentados
Los miembros de la ultras derecha irrumpió en la concentración pacífica en homenaje a las víctimas de los atentadoslarazon

La Policía belga dispersa con cañones de agua a 500 ultras en la céntrica Plaza de la Bolsa. Miles de personas salen a la calle contra el terrorismo pese a la negativa del Gobierno

No ha sido una marcha ni solemne ni reconfortante. Nada que ver con el silencio respetuoso y estremecedor de las manifestaciones tras los atentados de «Charlie Hebdo» en París, pero las miles de personas congregadas ayer de manera improvisada en el edificio de la Bolsa han demostrado que no se van a dejar amilanar por el terror, venga de dónde venga y que el odio no va a poder con ellos. Se reunieron ayer en pleno centro de Bruselas, a pesar de las advertencias del Gobierno, que desembocaron en la cancelación de la denominada «Manifestación contra el miedo».

La imagen era muy parecida a lo acontecido en los últimos días, con personas de todos los orígenes y condiciones sociales escribiendo mensajes de condolencias en el particular altar en el que se ha convertido estos días la Plaza de la Bolsa, tapizada con banderas de todos los países, a pocos metros de la emblemática Grand Place. «He venido por los muertos y heridos, para mostrar mi solidaridad. Aquí hay personas de toda confesión y origen. No hay razón para tener miedo. Estar en casa metido en la cama no va a arreglar nada», declaraba Moussad, un argelino que lleva viviendo en Flandes más de veinte años y que trabaja en un cargo administrativo. En términos muy parecidos se expresaba un marroquí que vive en Alemania desde hace 25 años y que se encontraba ayer de viaje en Bruselas para visitar a su cuñado. «No es correcto lo que está pasando», explicaba junto a sus hijos de ocho y tres años. «Lo hemos visto estos días en la televisión, pero queríamos comprobarlo con nuestros propios ojos. Es increíble lo que está pasando. El país está roto desde hace meses», afirmaba una pareja flamenca de mediana edad que viven en Lovaina (ciudad cercana a la capital), mientras aseguraba no tener miedo «porque en estos momentos Bruselas está llena de policías y militares».

Estos deseos de paz, sin embargo, se vieron sobresaltados por la irrupción alrededor de las tres de la tarde de unos 450 militantes de extrema derecha, «hooligans» de distintos equipos de fútbol de primera división, jóvenes la mayoría de ellos encapuchados, vestidos de negro, con signos de haber bebido alcohol y que se acercaron con bengalas a través del Bulevar de Anspach desde la Estación del Norte, a donde llegaron provenientes de Vilvorde (localidad cercana a Bruselas).

«Sólo quieren provocar. No soportan que esto sea un encuentro de gente de diferentes culturas», sentenciaba Luc, un joven belga. La mayoría de los manifestantes no se movió de su sitio, comenzó a abuchear a los reventadores y respondiío a sus consignas racistas coreando «somos todos hijos de inmigrantes. Primera, segunda, tercera generación», a pesar de que en algunos momentos los «hooligans», que desplegaron una bandera de Bélgica, llegaron a adueñarse de la escalinata del edificio de la Bolsa.

«Estoy escandalizado por lo que está pasando, constatar que tales canallas vienen a provocar a la gente en el sitio que es su hogar. Nos previnieron ayer de su posible llegada y constato que no han hecho nada para evitar su llegada a Bruselas», comentó el alcalde la ciudad, Yvan Mayeu, en una clara crítica al Gobierno federal. El propio alcalde de Vilvorde reconoció ser consciente de que estos hechos iban a producirse, ya que la convocatoria se realizó a través de las redes sociales. «¡Quedaos en vuestras casas!», «cómplices terroristas», gritaban contra los musulmanes. A pesar de esto, las autoridades, en cooperación con la Policía decidieron dejarles coger el tren para «no crear demasiada frustración». Esta circunstancia sorprendía a muchos de los que allí se encontraban. «Yo creo que hay que dejar hablar a todo el mundo y que esto es bueno: la gente se acerca a ellos, no les teme, les replica», comentaba Jean Paul Langhoor, de padre belga y madre española. Su amigo también intentaba quitar hierro a la situación «Este tipo de gente extremista vinculada al fútbol existe en todos los países. Vine de visita el sábado antes de los ataques y estos días me he movido por la ciudad con libertad en el transporte público, aunque no me he atrevido con el metro. Estábamos muy tocados y por eso queríamos venir aquí», aseguraba el joven vasco Jaime Madariaga.

Tras los primeros momentos de asombro, los policías antidisturbios formaron un cinturón de seguridad para progresivamente ir aislando a los «hooligans» del resto de los manifestantes hasta reconducir su camino a la Estación del Norte. Se produjeron hechos vandálicos y daños en el mobiliario urbano y los agentes les arrojó agua en medio de los aplausos de los manifestantes. Hubo diez personas.