Elecciones en Estados Unidos
La regeneración del «Grand Old Party»
Fue George Wallace, el Donald Trump de su época, el que lo dijo: “No hay la más mínima diferencia entre los partidos demócrata y republicano”. Así lo proclamó el entonces gobernador de Alabama al presentar su Partido Americano Independiente en 1968 para una campaña presidencial en la que ganaría en cinco estados. Sería difícil encontrar a alguien hoy día que piense así.
La venenosa retórica en la campaña que acaba el martes -finalmente- sólo confirma que la polarizacion entre los dos partidos ha dominado el debate político durante casi los dos mandatos de Obama.
Vayamos a las cuestiones políticas. ¿Debería el Gobierno proteger el medioambiente? El 89% de los demócratas dice “si” mientras que entre los republicanos es sólo el 34%. La misma proporción si preguntamos sobre si debe proporcionar una sanidad pública. ¿Y en temas sociales? Dos tercios de los republicanos son pro-vida. Y dos tercios de los demócratas no se oponen al aborto. ¿Matrimonios del mismo sexo? El 75% de los demócratas está a favor. Entre los republicanos, el 42%.
No pasa nada porque haya diferencias. El problema para los republicanos es que a falta de tres días para la elección, todos los comentaristas creen que Donald Trump va a perder. Los republicanos se habrán quedado fuera de la Casa Blanca doce años. Si pierden el control del Senado, Hillary Clinton podría conseguir más en dos años que lo que logró Obama.
Hay una cosa aún más alarmante para los republicanos. El 79% cree que han perdido, y no sólo en las elecciones sino en la mayoría de los temas. Durante los últimos dos años he colaborado en un libro que revisa seis décadas de retórica política (“Democratic Orators from JFK to Barack Obama”, Palgrave/Macmillan, 2016). Escribiendo el libro me quedó clara una cosa: los republicanos tienen razón. Durante los últimos sesenta años han perdido en los temas fiscales a los que se refirió Ronald Reagen en su famoso discurso de 1964 titulado “A time for choosing”, en el que abogaba por un presupuesto equilibrado, un Estado más reducido y menos regulación. Ahora, el Gobierno gasta cuatro veces lo que gastaba entonces, con la inflación ajustada,
Pero los republicanos han perdido también la batalla de los temas sociales: el aborto, la presencia de las mujeres en la guerra, el control de las armas, los rezos en los colegios, los derechos de los homosexuales. ¿Qué pueden hacer los republicanos? El debate está en marcha.
Si alguien lo duda, puede buscar en Google tecleando las palabras “partido republicano después de Trump” y empezar a filtrar los casi siete millones de páginas que salen. ¿Debería ser un partido más diverso? ¿Un partido de los trabajadores? ¿Uno de extrema derecha y fanático?
Pueden nominar a un candidato ejemplar y decente, pero conservador (¿Trump sin insultos?). Entonces Mike Pence sería el líder destacado. No creo que rediseñar el Partido Republicano sea fácil por tres razones. La primera, la división de EE UU no es sólo entre demócratas y republicanos. Los republicanos están muy divididos también entre universitarios y los que no lo son. ¿Fortalecen a Estados Unidos los inmigrantes? El 44% de los republicanos con título universitario dice que “sí”. Entre los no universitarios, la cifra baja al 26%.
Existe un segundo problema para los republicanos. Demócratas y republicanos están separados con lineas raciales y étnicas. El 40% de los demócratas no son blancos versus el 10% de los republicanos. ¿Por qué esto es importante? En 2043, gracias a un aumento significativo de los americanos hispanos y latinos, EE UU se convertirá en un país no blanco.
“¿Como se dice “Vota por Clinton” en español? Pregunta a las abuelas”, rezaba un titular reciente del “Washingon Post”. Debajo había un artículo largo con la fotografía de Ofelia Canez, una abuela sonriente de Arizona trabajando para llevar a las urnas al enorme e importante número de votantes hispano de allí, Mientras que Mitt Romney ganó por nueve puntos en 2012 en Arizona, Clinton está sólo por debajo en cuatro puntos.
A nivel nacional, dos tercios de los hispanos apoyan a Clinton. Están enfadados con un gobernador que dijo que recientemente que “los hispanos no votan”. El periódico asegura que ahora “ejércitos de abuelas se han movilizado en estados como Arizona”. Como señaló un comentarista republicano: “Un partido más viejo, blanco y masculino es un partido que nunca va a ganar una nueva elección”.
De acuerdo, pero nuevamente, ¿cómo tiene que cambiar el partido? Porque existe un tercer problema. En los últimos treinta años, EE UU ha visto una fusión entre conservadores religiosos y conservadores políticos. En 1976, los cristianos blancos evangélicos repartieron su voto entre el demócrata Carter y el republicano Ford en una proporción de 50-50. Este año, el 93% votará por Trump. Mientras tanto, Estados Unidos se ha convertido de forma ininterrumpida en un país más secular. Demócratas y republicanos están divididos ahora en temas religiosos que parecen no tener relevancia política directa. El fervor religioso de los republicanos en este país cada vez más secular también obstaculiza el intento del partido de llegar a más votantes.
Si la cuestión fuera sólo cómo pueden ganar los republicanos, la respuesta sería sencilla. Construyan un partido que llegue a los hispanos, que sea tolerante con los que no siguen un credo religioso, que acepte el matrimonio homosexual y con voluntad de comprometerse en el Congreso.
Resulta admirable que el Partido Republicano no se haya desplazado hacia ninguno de estos asuntos. Existe un fanatismo incrustado en el pensamiento republicano. Pero no está contado todo. ¿Dónde está la falta de integridad cuando se trata del aborto o de los derechos de los gays? Para millones de seguidores de Trump, estas elecciones representan el último y honrado esfuerzo para retener todo lo que han aprendido a valorar profundamente.
Debo de confesar que me desconcierta cómo los republicanos pueden cambiar su partido para darle una oportunidad de ganar la Casa Blanca en 2020 o 2024. El martes se enfrentarán a otra gran derrota. Después de todo, me recuerdo a mí mismo, un joven demócrata en 1968. Me sentía enojado en uno de esos días antiguerra marcados por el asesinato de dos Kennedys y de Martin Luther King. No quería involucrarme con los segregacionistas del sur que formaban parte entonces de la coalición demócrata. ¿Por qué no esperar a las elecciones de 1972 y elegir al liberal George McGovern? Al final se nominó a McGovern, y perdió 49 de los 50 estados. La derrota fue tan impactante que izquierdistas como yo regresamos al centro. Ayudados por el escándalo del Watergate, ganamos con Jimmy Carter y después volvimos a ser competitivos.
La derrota es un gran maestro. Hasta cierto punto, si Hillary Clinton gana el martes, los republicanos podrían hacer lo que todos los partidos hacen para ganar: cambiar. No será fácil o perfecto, pero demócratas y republicanos detestan perder. Eso hace al menos que cambiar sea posible. Cuando se trata de recuperar la Casa Blanca, George Wallace tenía toda la razón.
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