Israel
Las trampas del boicot a Israel
Las organizaciones propalestinas «vetan» los negocios judíos en Cisjordania para dinamitar el proceso de paz. LA RAZÓN visita Sodastream, la empresa para la que trabaja Scarlett Johansson, donde conviven judíos, musulmanes y cristianos.
La advertencia sobre el peligro de un boicot contra Israel ha sido formulada por algunos ministros del Gobierno de Benjamin Netanyahu. Tanto la titular de Justicia, Tzipi Livni, como el de Finanzas, Yair Lapid, ambos considerados del sector más liberal del gabinete y el más insistente en cuanto a la necesidad de llegar a un acuerdo con los palestinos, han señalado que si las negociaciones no llegan a buen término, Israel podría verse en una encrucijada. Una de las preguntas clave al respecto es qué está pasando, si acaso hay ya medidas de boicot y si éstas se deben a la ocupación de Cisjordania y la política de asentamientos, o a algo más grave por parte de quienes no consideran legítima la existencia del Estado de Israel.
El hecho de que la organización humanitaria Intermon Oxfam exigiera esta semana a la actriz Scarlet Johansson la rescisión de su contrato con la empresa Sodastream –para quien ejercía de imagen de sus productos fabricados en colonias judías en Cisjordania–, y la posterior renuncia de ésta a seguir trabajando para Oxfam ante tal injerencia, ha vuelto a llevar la polémica a la primera línea. «Aquí trabajamos como si fuéramos una familia, en igualdad de condiciones, esto es una isla de paz», insisten a LA RAZÓN los trabajadores de Sodastream –su plantilla está integrada por judíos, musulmanes y cristianos–, cuya sede funciona junto al asentamiento de Mishor Adumim, en Cisjordania, es decir, más allá de las fronteras de 1967.
Sin embargo, este llamamiento a boicotear a Israel no es nuevo. Ya lo hicieron en 1948 los países de la Liga Árabe, quienes todavía hoy no admiten que entre nadie en su territorio si en su pasaporte figura alguna visita a Israel, ni compran abiertamente productos israelíes. Pero fue en 2001 cuando varias ONG y organizaciones palestinas comenzaron la campaña más significativa y cuyo mayor representante es el grupo BDS (por su siglas inglesas Boycott Divestment Sanctions), creado en 2005 en Ramala. Esta organización no sólo exhorta al bloqueo de productos fabricados en los asentamientos israelíes, sino que su lucha es más profunda. Partiendo de la afirmación que «Israel es un Estado apartheid como lo fue Suráfrica», Omar Barghouti, uno de los fundadores de BDS, asegura a LA RAZÓN que «sería un error ir sólo contra el crimen (los asentamientos) y no contra el criminal (Israel)». «Nuestro movimiento quiere lograr un boicot de todos los productos israelíes a los que hay alternativas», insiste Barghouti, quien niega que exista una contradicción entre su lucha y el hecho de tener un título obtenido de la Universidad de Tel Aviv. «Nuestro objetivo es aislar a Israel en todas las áreas, académica, cultural y económica».
En su opinión, medidas como la reciente decisión de un fondo de pensiones de Holanda de cortar todo vínculo con bancos israelíes que operan más allá de las líneas del 67 o el anuncio de la Asociación de Profesores de Estudios Americanos de EE UU de no mantener ningún vínculo con Israel, son una muestra de sus logros. Amir Sagie, director del Departamento de Sociedad Civil en la Cancillería israelí, afirma que «no hay ninguna ola de boicots sino algunas actitudes extremistas y, más que nada, habladurías». También el portavoz del primer ministro Netanyahu, Mark Regev, afirma a este diario que «al acompañar recientemente a mi ''premier'' al Foro de Davos, constaté nuevamente cuántos líderes de países y de grandes compañías quieren estar en contacto con Israel e invertir aquí».
Entre ambas posiciones existe una realidad que denota un ambiente enrarecido. Recientemente, un acuerdo de investigación científica conjunta con la Unión Europea exigió introducir un artículo que especificara que sus fondos de inversión no serían utilizados en instituciones israelíes que funcionan en Cisjordania. También hay cadenas de supermercados, especialmente en Gran Bretaña y Dinamarca, que marcan explícitamente los productos que provienen de los asentamientos. «Tomar a Israel como blanco es no sólo inmoral e injusto, sino que tampoco ayuda a la paz. Si uno da a entender que la razón por la que hay problemas en el Medio Oriente es solamente por el comportamiento de Israel, lo que se consigue es atrincherar a los palestinos en posturas de línea dura, lo que hace que sea mucho más difícil alcanzar la paz», afirma el portavoz de Netanyahu. Recuerda además que es un error centrar todo en los asentamientos «porque el conflicto comenzó hace 50 años, antes de la creación de los mismos y, además, cuando nos fuimos de Gaza no recibimos paz sino misiles».
Ni Regev ni Sagie alegan que el tema de los asentamientos carezca de importancia o que no deba ser abordado, pero insisten en que no puede ser motivo de obstrucción sino de negociación. «Aquí hay un clásico doble rasero: nos exigen lo que no exigen a nadie. Hay compañías que hablan de inversiones morales, pero cuando invierten en Arabia Saudí no hacen preguntas sobre derechos humanos. Tampoco en China», afirma Sagie. «Hay mucha hipocresía. Los que en nombre de una postura pro palestina promueven un boicot no están siendo realmente pro palestinos sino sólo anti israelíes», dice el directivo.
«Los políticos de uno y otro lado deberían venir aquí para ver que la paz es posible», asegura Yaniv Abuhatzera, directivo de la planta de Sodastream, donde siguen preguntándose el motivo de relacionar su trabajo con un boicot a Israel. «Trabajo para mantener a mi familia, no me importa dónde esté ubicada mi compañía, siempre y cuando haya igualdad», dice Firas Basti, uno de los trabajadores musulmanes, quien muestra las buenas condiciones laborales de su empresa, donde no se hace distinción religiosa entre los empleados. «Aquí trabaja gente normal, no terroristas», insiste otra de las trabajadoras judías. «Los israelíes son mis compañeros», confiesa Abd el Karim.
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