Sao Paulo
Marina Silva: «Brasil necesita un presidente que recupere la credibilidad»
La ecologista Marina Silva a sus 56 años conserva un envidiable físico. Un cuerpo forjado con hierro y sudor desde muy niña, cuando empezó a trabajar con sus hermanos en una plantación de caucho en Acre (Amazonia). Esta mujer menuda de piel morena y con el cabello recogido ha puesto la quinta, consciente de que la popularidad de la presidenta Dilma Roussef, crece según se acerca el domingo de votaciones. Pura vitalidad con una estrategia basada en las redes sociales, sin desatender la radio y la televisión. También recorriendo el país, de la selva a las favelas. Como el miércoles, cuando se adentraba en ese laberinto infinito de casas y muros de colores que conforma la favela Paraisópolis, en Sao Paulo. Y es que Silva ha sabido atraer a las clases más pobres, pero también a los empresarios.
A horas del debate que cierra la campaña, la ecologista enseña todas sus cartas a sabiendas de que ésta podría ser la última oportunidad de cambiar los sondeos. Endurece su discurso y pasa al ataque. «No me venga a tachar de mentirosa. Mentira es quien dijo que no sabía que había robo en Petrobrás. Mentira es quien dijo que no sabe que está habiendo corrupción en este país. Mentira es prometer 6.000 guarderías y construir sólo 400. Lo que estoy diciendo aquí no es ninguna mentira contra la presidenta», dice ante su audiencia.
Evangelista en un país donde los fieles crecen cada año hasta sumar cerca de 24 millones, Silva combina su conservadurismo social con una política económica liberal. Casada y madre de cuatro hijos (dos de un anterior matrimonio), se opone al aborto y a la investigación con células madre. En los años 80 adquirió un perfil público por su compromiso con la Amazonia. Dimitió como ministra de Medio Ambiente por considerar que Lula hipotecó las reservas naturales por un crecimiento económico rápido y poco sostenible. Hace ahora cuatro años, en 2010 se presentó a las elecciones presidenciales contra Rousseff desde las siglas del Partido Verde y fue una revelación: logró cosechar casi 20% de los votos, colocándose como la tercera candidata más votada.
La muerte del aspirante Eduardo Campos en un accidente aéreo el pasado agosto la sumó inesperadamente a la carrera presidencial, liderando la campaña del Partido Socialista Brasileño (PSB), con el que aspira a vencer a su eterna rival. No lo tiene fácil. En el caso de que se necesite una segunda vuelta, las últimas encuestas arrojan una victoria de Rousseff por ocho puntos.
–Brasil entró técnicamente en recesión al registrar dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo. La presidenta Rousseff espera una mejora de los indicadores económicos en el segundo semestre. El Gobierno ha reducido sus expectativas de crecimiento este año al 1,8%, mientras el mercado cree que será mucho menor, de apenas el 0,7%. En su programa, recoge las demandas de los inversores y promete una menor intervención estatal en el mercado de divisas y un compromiso claro con la meta de inflación del 4,5%. Son recetas liberales para un país bajo la supremacía de la izquierda del Partido de los Trabajadores. ¿Es el revulsivo que necesita Brasil?
–En las elecciones de este domingo en Brasil se debe elegir a un presidente de la República que sea capaz de recuperar la credibilidad de este país frente a los inversores extranjeros, pero también a un Estado capaz de garantizar la autonomía del Banco Central para que podamos tomar el control del gasto público. Mi objetivo es que Brasil vuelva a crecer. Una buena parte del capital que Brasil necesita no es tangible, es intangible: es recuperar la confianza y la credibilidad exterior. Para eso debe respetarse la seguridad jurídica, el contrato firmado. Debe crearse un ambiente que anime a los inversores a reinvertir en Brasil. Hay que hacer un esfuerzo por crear una Administración transparente. Nosotros no usaremos la ingeniería informática ni métodos creativos para maquillar las cuentas públicas. Esto sólo será posible con un Gobierno que tenga legitimidad. Y que, de antemano, establezca lo siguiente: no vamos a intervenir en la política económica. En este punto queremos consolidar un proceso en el que se ha venido trabajando desde el Gobierno de Itamar, el presidente Cardoso, y que mantuvo el presidente Lula. Sin embargo Dilma se salió del camino, y ahora tenemos un país con baja credibilidad y poca inversión. La presidenta que fue electa (en 2010) dijo que iba a controlar la inflación, profundizar el crecimiento y bajar los intereses de la deuda pública. Sin embargo, va a entregar un país con intereses altos, crecimiento bajo e inflación por encima del tope de la meta.
–Su actividad más conocida ha sido la ecologista. En Acre se integró en la lucha del líder de recolectores de caucho, Chico Mendes, y participó en la resistencia pacífica contra la deforestación, junto con recolectores y sus familias. Con Chico fundó la Central Única de Trabajadores, y trabajó a su lado hasta el asesinato de éste en 1988. ¿Cómo piensa conciliar crecimiento y medioambiente?
–La destrucción de la Amazonia significa la amenaza de convertir en un desierto algunas de las regiones más prósperas de la agroindustria brasilera. Existe este dilema: producir o proteger. Pero las dos acciones son totalmente posibles y complementarias. Hoy podemos incrementar la producción sin agotar los recursos. En 1973 Brasil tuvo un aumento de la productividad de más del 200%, con una expansión del área explotada de sólo el 31%. Esto significa que ya somos campeones en aumentar la producción. Esto significa también que se pueden utilizar menos áreas geográficas y menos recursos naturales, pero al mismo tiempo ser más productivos. Es posible, y lo bueno de todo esto es que todavía tenemos tiempo. En una reciente entrevista hablaba de esto y me comentaban que los científicos están dando una fecha tope: hasta mediados del siglo, tendríamos que reducir en un 80% las emisiones de CO2, de lo contrario la temperatura de la tierra podría subir por encima de dos grados. Hoy en día, están las energías renovables. Sabemos que es posible generar energía gracias al viento, el sol, el agua o biomasa, así como de otras fuentes que están surgiendo o se están investigando, como en el caso de la energía de hidrógeno. En cualquier caso, el actual Gobierno de Dilma Rousseff ha implantado medidas que sólo hacen retroceder en la cuestión ambiental.
–La corrupción es una de las principales preocupaciones de los brasileños. Un mal endémico que asola al país y que también se ha colado en campaña, concretamente con varios escándalos que salpican a la compañía estatal Petrobras. Hace unos meses se abrió una comisión de investigación parlamentaria para obtener documentación sobre el supuesto pago de sobornos con dinero de contratos de Petrobras a diputados, senadores y gobernadores, la mayoría aliados del gobierno liderado por el Partido de los Trabajadores. ¿Cree que la corrupción puede ser erradicada con el paso de los años o el sistema político donde históricamente era común comprar alianzas en el Congreso para sacar adelante las leyes está demasiado enviciado?
–El problema de la corrupción necesita abordarse de otra manera. Generalmente cuando hay denuncia, escándalo, todos nos quejamos, pero ésta es una forma estancada de abordar el problema. Nos quejamos del Gobierno, pero no vemos que se trata de un problema nuestro, de nuestra idiosincrasia. Mientras pensemos que la corrupción es un problema de un partido o de un gobierno, persistirá, sólo será resuelto cuando sea una lacra propia. En el «caso Petrobras» nosotros queremos la verdad, caiga quien caiga. Para obtener la verdad, debe abrirse una investigación completa e independiente del poder político que vaya hasta el fondo de la trama sin mirar los nombres de las figuras públicas que puedan verse involucradas.
–No ha ocultado que lloró después de conocer las críticas que le hizo el ex presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, a quien acompañó políticamente durante 24 años. ¿Se sintió traicionada por Lula, de quien fue ministra y fue objeto de acusaciones de corrupción?
–No me atrevo a decir si existen o no personas que puedan ofrecerte su absoluta confianza, ni sé si existen personas que en conciencia puedan aceptar confianza absoluta. Pero, para mí, Lula hizo una gran contribución a la democratización de Brasil, una gran contribución al proceso de inclusión social. Infelizmente, no consiguió quebrar el círculo vicioso de estancamiento de las instituciones políticas. Aprendí algunas cosas buenas de Lula como es que uno no debe rendirse a la mentira, al prejuicio y que la esperanza vence al miedo. Personalmente, continúo creyendo en todas y cada una de estas ideas. No obstante, no siento rabia por nadie, ni incluso por Dilma Rousseff. Mi objetivo es continuar luchando, sin atacar, construyendo.
–Usted proviene de uno de los estratos más bajos de la sociedad brasileña, pero los analistas coinciden en que la última carta la tiene la clase media. ¿Está Brasil preparado para que una mujer de orígenes humildes tome el mando del país?
–Es posible, hay gente que tiene muchos prejuicios contra las personas de mi procedencia y origen. Fui una persona que tuvo muchos problemas de salud y en Brasil suelen jugar con estos asuntos personales, ya sabes. Haber sufrido y superado cinco malarias, hepatitis, perder a mi madre a la edad de 14 años, y aprender a leer a los 16 años... ha sido todo un proceso vital que me ha fortalecido como persona. Dicen mis adversarios que soy una persona frágil, pero prefiero eso a que me acusen de que no siento emociones. Honestamente, he visto tantas veces a líderes llorando, que en mi opinión eso no indica que sean más débiles o menos fuertes, todo lo contrario. Uno de los días que más me emocioné fue el día en el que el presidente Lula tomó juramento del cargo. Dijo: «Nunca estudié y ahora estoy recibiendo mi primer diploma: presidente de la República Federativa del Brasil» y se me saltaron las lágrimas. Y aunque un camarada me dijo: «Marina, no llores», ese día no fui capaz de contener mis lágrimas.
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