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El fracaso de las negociaciones deja a Merkel en la cuerda floja

Alemania se precipita hacia la incertidumbre política después de que los liberales abandonaran anoche las negociaciones de coalición con democristianos y verdes. La canciller se ve abocada a un Gobierno en minoría para evitar un adelanto electoral que beneficiaría a la ultraderecha

Angela Merkel a su llegada al encuentro
Angela Merkel a su llegada al encuentrolarazon

Alemania se precipita hacia la incertidumbre política después de que los liberales abandonaran anoche las negociaciones de coalición con democristianos y verdes. La canciller se ve abocada a un Gobierno en minoría para evitar un adelanto electoral que beneficiaría a la ultraderecha.

La inestabilidad política se instala en Alemania tras fracasar las conversaciones para formar Gobierno. Los liberales del FDP se levantaron anoche de la mesa de negociaciones con democristianos (CDU), socialcristianos bávaros (CSU) y verdes. Según su líder, Christian Lindner, “es mejor no gobernar que gobernar mal”. “Los cuatro partidos no tienen una visión común para la modernización del país ni comparten unas bases de confianza”, lamentó Lindner. Su portazo tira por la borda las esperanzas puestas en la conocida como coalición Jamaica porque los colores de los partidos coinciden con los de la bandera de la isla caribeña. Dos meses después de las elecciones y tras cuatro semanas de reuniones exploratorias, Alemania vuelve al punto de partida: un Parlamento fragmentado sin un Gobierno a la vista. Formando un bipartito con Los Verdes, a Merkel le faltarían 42 diputados para la mayoría absoluta, y 29 en caso de hacerlo con los liberales.

Las diferencias en política de refugiados y energía se convirtieron en escollos insalvables para cuatro partidos condenados a entenderse. De poco sirvió que los ecologistas aceptaran por fin la cuota de 200.000 solicitantes de asilo a cambio de levantar las restricciones a la reunficación familiar de los refugiados que ya reciben una prestación pública. La CSU se negó a dar su brazo a torcer. Con unas elecciones regionales en 2018, los socialcristianos quieren evitar a toda costa perder votos a favor de la AfD tras caer en las federales por primera vez por debajo del 40%. “La cuestión es saber si queremos favorecer aún más la expansión de la extrema derecha en el país”, justificaba uno de sus dirigentes, Alexander Dobrindt.

Tras tres maratonianas noches de contactos, las formaciones se habían dado de plazo hasta las seis de la tarde del domingo para decidir si había consenso suficiente para empezar a negociar un programa de Gobierno. De nada sirvió prolongar las discusiones después de la cena.

El futuro político de la canciller, Angela Merkel, que ha tratado hasta el último momento de poner de acuerdo a sus eventuales socios, queda así en aire. A la espera de una reacción oficial, a la líder democristiana no le queda otra opción que encabezar un inédito Gobierno en minoría que busque apoyos para aprobar cada proyecto de ley y, por tanto, amenazado permanentemente por la convocatoria de elecciones anticipadas. Un escenario que, según temen políticos y expertos, sólo beneficiaría a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que irrumpió el 24 de septiembre por primera vez en el Parlamento federal (Bundestag) como tercera fuerza política del país (12,6% y 94 diputados).

La decisión de los liberales cayó como un jarro de agua fría entre el resto de la clase política alemana. El diputado verde Reinhard Bütikofer acusó a través de Twitter a Lindner de “elegir su tipo de agitación populista en lugar de su responsabilidad con el país”. Por su parte, el ex ministro de Medio Ambiente Jürgen Trittin, reconoció que “nos hallamos en una situación difícil en la que el país tendrá que vivir por primera vez con un Gobierno en funciones durante mucho tiempo, a menos que el SPD salga de la negación política”.

Tras criticar la “espontaneidad bien preparada” del líder liberal, la líder adjunta de la CDU, Julia Klöcnker, aseguró que “seguimos respetando a todos y respetando la decisión, pero hubiera sido más justo si todos los líderes del partido pudieran anunciado la suspensión juntos”.

“El día de hoy [por ayer] es el último para las negociaciones, tenemos que decidirnos”, apremió a su llegada al encuentro Horst Seehofer, presidente del partido hermano de Merkel, la socialcristiana CSU. “Hasta aquí, estábamos en la prórroga, ahora estamos en los penaltis”, había insistido, por su parte, el copresidente de Los Verdes, Cem Özdemir, antes de entrar por la mañana en la representación en Berlín del “Land” de Baden Württenberg, que acogía los contactos.

El fracaso de la coalición Jamaica llega en el peor momento para Merkel, muy tocada internamente tras perder 7,5 millones de votos y cosechar el peor resultado de la CDU desde 1949. “Le conviene que este Gobierno vea la luz, ya que un fracaso significaría también su final”, advertía horas antes Frank Deker, politólogo de la Universidad de Bonn, en la cadena de televisión parlamentaria Phoenix. De la misma opinión es Petra Pinzler, corresponsal política del semanario “Die Zeit”, que descarta que “Merkel vuelva a ser candidata en caso de nuevas elecciones”. “Este fin de semana, es la coalición y la canciller los que están en juego”, opina el “Bild”, el diario más leído de Alemania.

Consciente de lo que se jugaba, la líder de la CDU pidió a sus eventuales socios de Gobierno un último esfuerzo. “Seguro que no será fácil. Seguro que será duro, ya lo vimos ayer. Pero vale la pena pasar a la segunda ronda”, aseguró tras las infructuosas 15 horas de negociaciones del jueves. Un 61,4% de los alemanes no ve a Merkel como canciller si se rompen las negociaciones, según un sondeo de ayer del diario “Die Welt”. Otro de la televisión pública ZDF muestra que el apoyo a la coalición Jamaica entre la población había caído al 50%, frente al 57 de octubre. En caso de que fracasaran los contactos entre democristianos, liberales y verdes, un 68% se decantaba por un adelanto electoral.

Precisamente, el responsable constitucionalmente de disolver el Parlamento y volver a llamar a las urnas, el presidente Frank Walter Steinmeier, salió ayer a la palestra para presionar a los partidos a concluir un pacto que facilite la gobernabilidad del país. “Los partidos tienen una responsabilidad y deben asumirla y no devolverla a los electores”, dijo Steinmeier en una entrevista al dominical “Welt am Sonntag”. “No puedo ni quiero imaginarme que los partidos deseen asumir el riesgo de nuevas elecciones”, agregó el jefe de Estado.

En el pasado, los cancilleres socialdemócratas Willy Brandt y Gerhard Schröder o el conservador Helmut Kohl han precipitado el adelanto electoral presentando ante el Bundestag una moción de confianza a sabiendas de que le iban a perder. Dicha derrota calculada servía para mostrar que el Gobierno no contaba con mayoría y obligar al jefe de Estado a disolver el Parlamento. Sin embargo, esta estrategia no es posible con un Ejecutivo en funciones como el actual.

Tras el fracaso de la coalición Jamaica, Steinmeier tiene dos alternativas. La primera pasaría por pedir al Partido Socialdemócrata que revise su postura y entre en las negociaciones para reeditar la Gran Coalición. Una hipótesis que el líder del SPD, Martin Schulz, volvió ayer a descartar porque “ha sido rechazada por los votantes”. El otro escenario es proponer a Merkel como candidata a canciller al Bundestag. En una tercera votación, podría ser elegida por mayoría simple (en la primera necesita mayoría absoluta). En caso de no ser investida, Steinmeier deberá convocar nuevas elecciones en un plazo máximo de 60 días. Una situación inédita para la Alemania de posguerra que crearía enorme preocupación entre sus socios europeos. La debilidad de Berlín aparcaría las reformas anunciadas por el presidente francés, Emmanuel Macron, para impulsar el proyecto europeo.

La idea de un Gobierno minoritario con liberales o verdes tampoco es del agrado de Merkel, pese a que ha demostrado en sus doce años en el poder su pragmatismo para abrazar políticas de izquierdas desde posiciones a priori conservadoras. Ahora tendrá que hacer gala de ese malabarismo político para concluir el que sería su último mandato, ese en el que un político desea dejar un legado que recuerden las futuras generaciones.