Estados Unidos
El informe de Mueller revela intentos de coacción de Trump
El presidente de EE UU trató al menos en diez ocasiones de obstruir la investigación del fiscal especial del «Rusiagate», que no le exonera. La Casa Blanca da carpetazo al caso: «Game over».
El presidente de EE UU trató al menos en diez ocasiones de obstruir la investigación del fiscal especial del «Rusiagate», que no le exonera. La Casa Blanca da carpetazo al caso: «Game over».
El Departamento de Justicia de Estados Unidos publicó ayer el informe del fiscal especial, Robert Mueller, y el presidente Donald Trump lo festejó fumándose un puro metafórico. Con un cartel de Juego de Tronos y el presidente en el papel de Jon Snow, o acaso de Daenerys Targaryen por el rubio subido, tuiteó «no colusión, No obstrucción. A todos los odiadores y la izquierda radical demócrata, Game Over». Delante de los periodistas comentó entre dicharachero y grave que: «Estoy teniendo un buen día. No hubo colusión. Ni obstrucción. Nunca hubo nada por el camino y nunca lo habrá. Y tenemos que llegar al fondo de estas cosas. Esto jamás debería haber sucedido. Lo afirmo delante de mis amigos, no debería de pasarle de nuevo a otro presidente. Esta estafa no puede repetirse. Gracias». Su euforia está justificada. Tiene que ver con un texto ciertamente histórico, que lo exonera de la guillotina de la colusión con el Gobierno ruso, aunque no tanto de la obstrucción a la Justicia. El propio Mueller habría subrayado que el Congreso todavía está a tiempo de acusarle.
Durante su comparecencia ante los medios, el fiscal general, William Barr, volvió a insistir en que no hubo complicidades de ningún tipo, ni traición a la patria, ni sumisión a un poder extranjero. Esto es, después de miles de horas de interrogatorios y de emplear a un ejército de fiscales, abogados, agentes del FBI y forenses, de cotejar cientos de grabaciones, registrar despachos, solicitar ayuda a otros países y confrontar la realidad y el mito el imperturbable Mueller dejó clarísimo que no puede acusarse a Donald Trump, ni a nadie de su entorno, de haber conspirado a sabiendas con los servicios secretos rusos con la intención de alterar el resultado de las elecciones presidenciales de 2016. Asunto distinto es que los espías rusos trabajasen para lograrlo porque creían que una presidencia del magnate neoyorquino les beneficiaba, cosa que, en opinión de los funcionarios del Departamento de Estado y los máximos representantes de la seguridad y el espionaje de EE UU, parece fuera de toda duda. «El fiscal especial», subrayó Barr con la entonación de los grandes días, «no encontró pruebas de que ningún estadounidense, incluyendo a ninguna persona asociada con la campaña de Trump, conspirase o se coordinara con el Gobierno ruso para llevar a cabo esta actividad ilegal. Dicho de otra manera, no encontró ‘colusión’ por parte de ningún estadounidense».
Pero, y la adversativa resonará en Washington durante meses, Mueller sí advirtió de hasta diez ocasiones en las que Trump podría haber incurrido en obstrucción a la Justicia. Diez episodios que justificarían que el presidente acabase su carrera con un posible «impeachment», esto es, juicio político. Mueller indagó en las reuniones que gente cercana al futuro presidente, incluidos sus jefes de campaña y uno de sus hijos, mantuvieron con tipos que decían poseer información comprometedora de Hillary Clinton.
Mueller sabía y preguntó por los contactos entre Paul Manafort y Julian Assange, al que supuestamente los espías enemigos –rusos– habrían facilitado los emails de la candidata demócrata. El fiscal especial y sus agentes husmearon en todas las ocasiones en las que Trump animó a saquear los servidores de su rival demócrata en busca de posibles pruebas incriminatorias, cosa que hacía con frecuencia y en ocasiones en horario de máxima audiencia.
Mueller revisó todas las instancias en las que el actual presidente de Estados Unidos amenazó públicamente con destituir al entonces director del FBI, James Comey, si no dejaba de zarandear el «Rusiagate». Cosa que finalmente hizo. Mueller cuestiona las presiones para que el FBI y el entonces fiscal general, Jeff Sessions, abandonaran sus indagaciones sobre Rusia. Como quiera que Sessions optó por recusarse, Trump no perdió ocasión para zaherirlo y tacharlo de imbécil. Mueller también preguntó por aquellas ocasiones en las Trump que interfirió para que los detectives dejaran en paz al que fuera su consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, para que el FBI no fuera demasiado duro y «dejase ir» –en palabras textuales– al general retirado, uno de sus primeros y más fervientes partidarios, que dimitió tras comprobarse que mintió al vicepresidente Mike Pence cuando negaba haberse reunido con el embajador ruso antes de acceder al cargo. La Casa Blanca trató de que Sessions se hiciera con la investigación para después descartarla.
Obstrucción a la Justicia
Trump nunca ocultó su animadversión hacia Mueller y hacia el FBI, a los que insultaba de forma periódica en redes sociales. El presidente republicano habría intentado que cualquier posible evidencia en su contra no fuera publicada. Cuando supo que el meticuloso y feroz Mueller, que fue director del FBI, pero también legendario fiscal contra la mafia, llevaría las riendas del «Rusiagate», se dejó caer en su silla y dijo: «Oh, Dios mío. Esto es terrible. Éste es el final de mi Presidencia. Estoy jodido'».
En realidad, no lo fue. Entre otras cosas porque Mueller habla de posible obstrucción, acumula razones para sostenerla, pero no concluye nada definitivo, y deja la decisión en manos del fiscal general. Así que Barr analizó el informe, sopesó las pruebas, consultó con los funcionarios del Departamento de Justicia y, como él mismo explicó hace unas semanas, «en aplicación de los principios de la Fiscalía federal que guían nuestras decisiones de imputación, el vicefiscal Rod Rosenstein y yo hemos llegado a la conclusión de que las pruebas desarrolladas durante la investigación del asesor especial no son suficientes». Fin de la historia. Aunque quedan pendientes otras muchas investigaciones, lideradas por los tribunales de Manhattan, en las que se dirimen las acusaciones, entre otras cosas, de las posibles irregularidades relacionadas con su toma de posesión, así como las acusaciones de su ex abogado Michael Cohen, que sostiene que su cliente le ordenó mentir ante el Congreso y que estuvo al tanto de las negociaciones en 2016 con Moscú para construir una torre multimillonaria en Rusia.
Pero en lo tocante al fiscal especial, Robert Mueller, y su informe, que, por cierto, llega al público con algunos tachones, justificados por el paraguas de la seguridad nacional, lo cierto es que la «messa è finita».
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