Egipto
Mursi no calma la furia opositora
Apela al diálogo pero no retira el «decretazo». Asaltan la sede de los Hermanos Musulmanes
Dos semanas después de haber abierto la caja de pandora de Egipto, el presidente Mohamed Mursi se dirigía anoche a la nación en un discurso en la televisión pública, defendiendo sus decisiones y sin ceder a las exigencias de la oposición. El islamista no retiró el decreto «faraónico» del 22 de noviembre, ni canceló el referéndum del 15 de diciembre, en el que se someterá a votación el borrador de constitución aprobado por los islamistas sin el consenso de la oposición. Lo único que hizo el presidente fue proponer una reunión mañana, sábado 8 de diciembre, para tratar de alcanzar un acuerdo para salir de la crisis, aunque en todo momento defendió sus decisiones y su legitimidad.
El discurso, que se hizo esperar varias horas, no podrá satisfacer a la oposición ni calmará probablemente la situación en la calle, sobre todo después de la violencia del día anterior, cuando miles de seguidores del mandatario atacaron a los manifestantes anti Mursi, que se encontraban protestando a las puertas del palacio presidencial. Los dos bandos se estuvieron enfrentando durante horas el miércoles por la noche y hasta bien entrada la madrugada, con un saldo de al menos 7 muertos y más de 600 heridos.
Los tanques en la calle
Anoche, el discurso de Mursi no apaciguó a los manifestantes, que intentaron romper el cordón policial del palacio presidencial, mientras una turbamulta atacó la sede de la Hermandad Musulmana en El Cairo, que fue destrozada y quemada, según denunció este grupo.
La Guardia Republicana, encargada de proteger al presidente de la República, se desplegó a primera hora de la mañana de ayer en los alrededores del palacio de Itihadiya, donde aún se podían ver los restos de la batalla campal entre los islamistas y los opositores. Los militares tuvieron que intervenir una vez más, como ya lo han hecho en varias ocasiones en los pasados meses para detener la violencia en las calles de Egipto. Pero esta vez los enfrentamientos no han sido entre los manifestantes y la Policía, o los propios militares, como casi siempre ocurre, sino entre los propios ciudadanos, desatando los miedos a un conflicto civil. La violencia tuvo un componente religioso e ideológico, ya que se enfrentaron los islamistas, por una parte, y la oposición laica, liberal e izquierdista, por otra. Ayer, los dos bandos reivindicaban que los muertos pertenecen a sus filas y culpan a los oponentes de la violencia. Sara, una joven chica que vive cerca del palacio, no tiene dudas: la culpa es de Mursi, «porque no está escuchando a su pueblo, y si no escucha, habrá más muertos y violencia». Dice que no tiene miedo, pero que no le gustan cómo se están desarrollando las cosas. «La situación está degenerando, me recuerda la violencia de la revolución», dice a LA RAZÓN.
Ayer, Egipto despertaba de nuevo con tanques en las calles, en un «deja vu» de aquellos días. Los militares establecieron un amplio perímetro de seguridad en torno al palacio presidencial con sólidas barricadas de alambre de espino y barras de metal. Los tanques están apostados en los accesos al palacio, con las banderas rojas y azules de la Guardia presidencial e indicando que son un bando neutral, tal y como dijo la propia Guardia, asegurando que no reprimirán violentamente las protestas.
Esta semana, el palacio presidencial se ha convertido en un punto caliente, así como lo fue la plaza Tahrir durante la revolución del 25 de enero de 2011. Demasiado poco ha cambiado desde entonces, tal y como aseguraba Mustafa frente a las alambradas levantadas por los militares en Itihadiya: «Todavía no hemos conseguido nuestros derechos, todavía hay gente que no tiene de comer ni agua potable para beber en este país», dijo a este diario con lágrimas en los ojos y sujetando un cartel con sus reivindicaciones. «El presidente Mursi quería lo mismo que nosotros, fue a Tahrir contra (el ex presidente) Mubarak, pero el poder le ha corrompido». La rabia contra el presidente y los Hermanos Musulmanes está siendo expresada en todo el país con ataques contra las sedes del grupo islamista en Ismailiya, Suez y Munufiya, y las oficinas de Maadi y Muqattam en El Cairo. Incluso en la localidad originaria de Mursi, Zagazig, hubo enfrentamientos a las puertas de la universidad donde Mursi enseñaba ingeniería.
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