Río de Janeiro

Río de Janeiro ya no obligará a las empleadas domésticas a llevar uniforme

Con uniforme blanco o sin él, a partir de ahora las empleadas domésticas de Río de Janeiro serán las que decidan su atuendo y no podrán ser obligadas a entrar con esa marca social cuando acompañen a su patrón a un club social, una costumbre que en Brasil se arrastra desde la época de la esclavitud.

La nueva ley impulsada desde el Gobierno regional pretende enfrentar un paradigma que pervive en Brasil y que muestra a diario la clasificación social derivada del uso de uniformes, una estratificación pública que refleja la pervivencia del clasismo decimonónico marcado en el ADN del país.

La pervivencia de este modelo es particularmente notoria en los clubes en los que la elite social brasileña se reúne y en los que las empleadas de todo el país son obligadas a acceder marcadas con el estigma del uniforme, salvo ahora en Río de Janeiro, que acaba de aprobar una ley que elimina esa exigencia.

"Esto ocurre porque Brasil es uno de los países con mayor segregación social. Si tienes un subempleo, no solo tienes un empleo, tienes una identidad", dijo a Efe la antropóloga Natalie Hornos.

Según Hornos, ese tipo de "identidad deteriorada"se muestra en público en la sociedad brasileña porque "la gente tiene que marcar su espacio: yo tengo esto y debo mostrarlo en mi posición social. Los uniformes (de las empleadas) son una concreción física de cómo es desigual Brasil."

Esa segregación pervive en numerosos espacios sociales y la mayoría de los edificios de Brasil cuenta con dos ascensores, uno para los inquilinos y otro para el servicio doméstico que acude a diario y que ni siquiera se acerca al umbral de la puerta por la que llegan las visitas, puesto que cuenta con su propio acceso.

El espacio público tan nítidamente marcado responde, en opinión de Hornos, a un intento de "reforzar una identidad disgregada y de multiplicar las descalificaciones".

Hornos observó una desigualdad asimilada a la propia del estigma económico, la vinculación racial y con respecto al origen geográfico dentro del propio Brasil, que se asimila a la desigualdad social.

"La historia de la esclavitud tiene una gran importancia. La cuestión de la raza esta envuelta por la financiera y la mayoría de la gente que trabaja en subempleo es negra. Está todo muy relacionado", comentó.

En este sentido, Alberto, portero de un edificio de Río de Janeiro desde el que observa todos los días esas actitudes sociales, cree que "la gente que tiene mucho dinero tiene miedo de relacionarse con el jardinero, el portero o la señora de la limpieza", aseguró a Efe.

Consideró que la segregación establecida por la ropa "marca mucho"y que cuando alguien usa un uniforme "es como en el ejército, te uniformiza y no sabes quién es quién. Me pasa a mí que trabajo con camisa y corbata. Me uniformiza con los demás porteros", indicó.

Pero Alberto, que se dijo de clase media-baja y vivió durante años en una favela, aseguró que las distinciones sociales se extienden más allá del marco de los edificios en los que trabaja y recuerda que alguna vez una mujer de clase media rechazó un vaso de agua al que le invitaba.

"Es que tienen miedo de que tenga hepatitis o algo así", resumió con sorna.

Alberto afirmó que en su oficio se transforma "en un camaleón"para dar el trato requerido en función de quien acude al edificio, algo que aprendió al moverse en ámbitos sociales diferentes como una favela, un barrio de clase media o un edificio de la burguesía carioca.

Por su parte, Bernadette, empleada doméstica, aseguró que para ella es normal que en su trabajo los empleadores "den por sentado"que asumirá una serie de hábitos, como el acceder al edificio por el ascensor de servicio o entrar por la cocina al apartamento en el que trabaja.

"Ellos -los empleadores- nos preguntan mucho sobre nosotros, quieren saberlo todo, pero a nosotros -los empleados- nunca nos dicen nada de ellos mismos", comentó a Efe.

Bernadette, acostumbrada a marcar distancias con sus empleadores, recordó que en una de las casas en las que estuvo empleada como interna ni tan siquiera podía comer lo mismo que sus patrones, y en ningún momento compartía el espacio durante los almuerzos.

"Son dos mundos que coexisten pero no se relacionan. El único punto de relación es la jerarquía económica. Solo hablo contigo para contratarte y servirme", afirmó la antropóloga Natalie Hornos.