Relaciones EE UU/Rusia
«Rusia y EEUU ya no hablan de cómo reducir su arsenal»
Kennette Benedict es consejera del Boletín de Científicos Atómicos, del que fue directora y editora entre 2005 y 2015. Profesora de la Universidad de Chicago, también ha trabajado para la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur y publicado numerosos artículos sobre las armas nucleares.
P.- ¿Existen precedentes históricos a la idea de responder con bombas nucleares a ataques?
R.- Desde 1946 los Estados Unidos se han reservado el derecho a usar armas nucleares si perciben que su seguridad está siendo amenazada. Eso significa que los Estados Unidos podrían usarlas en cualquier circunstancia, incluso en respuesta a un ataque convencional, químico o de armas biológicas, descontadas las represalias por un ataque nuclear. Por lo tanto, durante la Guerra Fría, aunque la política de los EE. UU incidía principalmente en usar las armas nucleares en represalia por un ataque nuclear, existían planes para usarlas contra la Unión Soviética en el caso de un ataque convencional y masivo en Europa.
P.- Una política que se mantiene durante casi medio siglo.
R.- Así fue, incluso, durante el gobierno de George W. Bush, con una doctrina de dominio global que incluía apostar por las armas nucleares cuando los intereses y la seguridad de los EE.UU estuvieran amenazados. La novedad del segundo mandato de la administración Obama fue la promesa de que Estados Unidos no usaría armas nucleares contra ningún país que no las poseyera y que acatara el Tratado de No Proliferación. La postura de la administración Trump nos devuelve a la política previa, de usar armas nucleares cuando Estados Unidos considere que su seguridad nacional está amenazada, incluso en el caso de ciberataques.
P.- La administración Trump justifica esta nueva política por el rearme nuclear de Rusia y China. ¿Es cierto que el armamento estadounidense se estaba quedando obsoleto?
R.- Desde el final de la Guerra Fría a principios de la década de 1990 existe la preocupación de que el arsenal nuclear de los Estados Unidos esté envejeciendo y necesite actualizarse para que sea fiable, incluso aunque tanto Estados Unidos como Rusia trabajaban para disminuir el número y desmantelar gran cantidad de armas bajo el programa Cooperative Threat Reduction, de 1994. De forma que, por ejemplo, con el gobierno de Bill Clinton el programa llamado Stockpile Stewardship financió los laboratorios de armas del Departamento de Energía para reemplazar el plutonio en los arsenales nucleares y asegurarse de que las armas funcionarían según lo diseñado. No todos los científicos independientes estuvieron de acuerdo con la evaluación del gobierno, argumentando que el plutonio podría durar al menos 80 años sin necesidad de reemplazarlo. Nuevamente, a fines de la década de 2000, el Congreso financió una actualización del arsenal, de los aviones, misiles y submarinos, a cambio de que el Senado ratificara el acuerdo llamado START, de 2010, con Rusia, que permitía seguir reduciendo y limitando el número de ojivas nucleares hasta llegar a unas 1.550, así como el número de vehículos capaces de lanzarlas. Además, el último presupuesto de defensa de la administración Obama apostaba por gastar unos 1.200 millones de dólares en 30 años para mantener y mejorar el arsenal nuclear.
P.- ¿Cuáles son los riesgos? ¿Podríamos situarnos más cerca de un hipotético escenario de guerra nuclear?
R.- Como respuesta a los planes de modernización de los EE. UU, tanto Rusia como China, Gran Bretaña y Francia se han embarcado en sus propios programas de modernización. Y ahora, aparte de modernizar la fuerza nuclear, la administración Trump propone construir nuevas armas, menos potentes y, precisamente por eso, más fáciles de justificar en un conflicto. Esto va más allá de la actualización del arsenal y contribuye a que crezca el miedo a una nueva carrera armamentista nuclear entre las cinco potencias con los arsenales más importantes.
P.-¿La última vez que Reloj del Día del Juicio Final ha estado tan cerca de la medianoche fue en 1953?
R.- Sí, en 1953 y ahora, en 2018. En 1953 los directores del Bulletin of the Atomic Scientists consideraron la detonación de la primera bomba de hidrógeno por parte de la Unión Soviética, en respuesta al éxito de las primeras bombas de hidrógeno lanzadas por los EE.UU en 1952 and 1953, como el principio de una nueva carrera nuclear. Comprendieron el ciclo de miedo y presión que provocaría la necesidad de unos arsenales nucleares en constante crecimiento para vencer al enemigo en una hipotética guerra. Incluso más que por el número de armas en 1953 los editores estaban preocupados por la dinámica de la carrera armamentista y la absoluta falta de comunicación entre los dos países, así como por la falta de instituciones que pudieran mediar el conflicto y amortiguar la hostilidad entre los dos países.
P.-¿Cómo hemos podido volver a ese punto?
R.- El número de armas y la velocidad y sofisticación de los sistemas de lanzamiento son hoy muy superiores a los de 1953. Pero a lo largo de los años, comenzando en 1963, cuando los dos países firmaron el primer tratado bilateral para detener las pruebas de armas nucleares en la atmósfera, EE.UU y la URSS sacaron adelante una serie de tratados y desarrollaron unas instituciones y unos canales de negociación que redujeron el miedo y también la competencia. Lamentablemente, hoy, por primera vez desde la década de 1960, no hay negociaciones de control del armamento entre los Estados Unidos y Rusia. En el contexto de una tensión renovada en Europa, esta vez en Ucrania (en los años 50 y 60 fue en Alemania), la falta de canales formales para el control del armamento resulta muy preocupante y trae ecos de los primeros días de la Guerra Fría. Es cierto que los dos países continúan cooperando, por ejemplo, en la Estación Espacial Internacional, y en abordar la amenaza de los ataques terroristas, pero todo queda eclipsado por la falta de conversaciones bilaterales para el control de los arsenales y por los intereses contrapuestos en Europa oriental. Como saben, Estados Unidos y Rusia poseen más del 90% de las armas nucleares del mundo, unas 14.000, de las que unas 800 en cada bando están operativas para un lanzamiento casi inmediato. Podrían funcionar en menos de 30 minutos tras recibir una orden. La falta de comunicación y la posibilidad de un lanzamiento accidental aumentan sustancialmente si los canales permanecen rotos.
P.-¿Caminamos entonces hacia una nueva carrera armamentística?
R.- Es posible, y sería más complicada que la de la Guerra Fría. Hay más países con armas nucleares, y están más conectados por las relaciones económicas y comerciales, los vínculos culturales, el transporte y las instituciones internacionales, con lo que las consecuencias de usar armas nucleares serían incluso mayores que al principio de la Guerra Fría. Además, gracias al desarrollo de modelos climáticos sofisticados ahora sabemos que el uso de armas nucleares en un número relativamente pequeño, de 50 a 100 ojivas, produciría incendios capaces de bloquear el sol y provocar un colapso agrícola mundial y una hambruna que duraría una década. Claro que sabemos más acerca de los efectos de las armas nucleares, por lo que es esperable que los líderes sean menos propensos a usarlas. También existe más transparencia respecto a las políticas nucleares, y el público es más consciente. Por lo tanto, hay mucho de qué preocuparse, pero también hay motivos para la esperanza. Los líderes de los países que no poseen armamento nuclear, por ejemplo, han utilizado nuestro creciente conocimiento de los efectos de las armas nucleares como una plataforma para negociar y acordar un nuevo tratado en la ONU que prohíbe el uso de armas nucleares. El grupo de ciudadanos que inspiró y dirigió este esfuerzo, la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) ganó el Premio Nobel de la Paz 2017. Del mismo modo, esa mayor conciencia ciudadana puede conducir a acciones que presionen para reducir la dependencia de las armas nucleares. Hay más atención de los medios, más debate público, y todo eso es positivo.
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