Historia
«Si no me hubieran metido en un barco habría muerto»
En agosto de 1939, con sólo cuatro años, a Erich Reich, judío, sus padres le embarcaron rumbo a Reino Unido. Éste es su testimonio, el de un refugiado
Erich Reich tiene un bloqueo en la memoria. Sus amigos le han dicho en varias ocasiones que debería visitar un psiquiatra porque no es normal que no recuerde nada sobre una época de su vida. Pero él se niega. «Prefiero vivir con ese bloqueo. Lo que me interesa es mirar al futuro, no recordar el pasado», explica. Los primeros recuerdos que tiene de su niñez son de un pueblecito llamado Dorking, en Inglaterra, junto a una pareja a los que llamaba «mum» y «papa». Pero Mr. y Mrs. Kreibich no eran en realidad sus padres. A sus progenitores biológicos los vio por última vez cuando tenía cuatro años y le metieron en un barco para salvarle la vida.
Erich llegó a Reino Unido en agosto de 1939. Fue uno de los 10.000 niños a los que el Gobierno británico acogió por el acuerdo Kindertransport antes del inicio de la II Guerra Mundial. Erich es un refugiado, un refugiado que tuvo una segunda oportunidad, un refugiado que supo integrarse en el país que le abrió las puertas, hasta el punto de que hoy tiene el título de Sir.
Pese a que no le gusta demasiado recordar el pasado, el drama actual le impide guardar silencio. «Los políticos y la Prensa hablan de la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que pasó en el Holocausto fue monstruoso. Pero en parte tienen razón porque el origen de todo vuelve a ser la religión. Mataron a miles de personas por ser judías y ahora el Estado Islámico está matando a miles de personas en nombre de Alá. Aún no logro entender cómo un ser humano puede matar a otro», dice.
Erich considera que los gobiernos europeos deben implicarse mucho más. «David Cameron ha prometido que acogerá a 20.000 refugiados sirios de aquí a 2020. Eso supone sólo 4.000 al año. No son suficientes. Los refugiados son gente que se ve obligada a dejar su país para evitar la muerte. Hay que abrirles las puertas. Se ha demostrado que luego pueden aportar mucho a la sociedad, algunos incluso han sido Premios Nobel...». «O Sir, como es su caso», le interrumpo. Su cara se sonroja. Recibió el título honorífico en 2009 después de que la ONG que dirige, Classic Tours, recaudara más de 60 millones de libras para otras causas benéficas.
«¿Se siente británico?», pregunto. «Claro que me siento británico. Pero cuando la gente me pregunta de dónde soy, digo que nací en Viena. Creo que es perfectamente compatible. Al igual que ser judío, pero no ser religioso. Soy pro- Israel, pero no estoy a favor de su actual Gobierno. Para mí ser judío representa mi historia, mis raíces», matiza.
Lo cierto es que Erich no supo cuál era su verdadera identidad hasta que cumplió los once años. Estaba jugando en el jardín y su madre adoptiva le dijo que debía subir a la habitación porque tenía una visita. Era su hermano mayor. «Me quedé callado. Me limité a escuchar mientras él me contaba que mi familia, como otras 5.000, fue deportada por los alemanes a Polonia. Me contó que tenía otro hermano y que yo era el pequeño. Que no sabía nada de nuestros padres, pero que casi con total seguridad mi padre fue asesinado en Auschwitz. Fue todo muy extraño. De repente, tenía dos hermanos, era judío y los que pensaban que eran mis padres eran las personas que me habían acogido», cuenta. Su mente había borrado todo. A día de hoy, no tiene recuerdos de nada de lo que pasó.
Su hermano, sin embargo, sí tenía la necesidad de soltar todo. Del viaje en barco le contó poco. Para él, lo realmente impactante fue el trayecto en tren que tuvo que hacer solo a Polonia. «Como era el mayor y mi madre no podía con los tres niños, él viajó en tren. No tenía facciones judías. Nadie sabía que lo era. En el asiento de enfrente estaban dos soldados nazis así que durante todo el viaje tuvo que escuchar todas las atrocidades que tenían pensado llevar a cabo contra los judíos. Puedes imaginar lo horrible que fue para él», detalla.
Erich, que ahora tiene 80 años, nunca ha querido hacer demasiadas preguntas. Pero la genética manda y le ha llevado a reproducir muchas de las pasiones de sus progenitores. Como, por ejemplo, la música. Su casa en el norte de Londres, donde vive con su esposa, Linda, está inundada de vinilos por todas las estanterías. El poco espacio que queda es para las fotos de sus hijos (tiene cinco de relaciones anteriores) y nietos. «Cuando mi hermano mayor me dijo que mi padre cantaba en la sinagoga empecé a entender algunas cosas», cuenta. Tras la visita de su hermano aquel día, Erich dejó de ir a la iglesia y la comunidad judía decidió que era más conveniente que fuera internado en el colegio judío de Londres, ya que el matrimonio Kreibich era protestante. «Ellos eran estrictos, pero me querían muchísimo. Les considero también mis padres. Me dieron una infancia muy feliz. Me crié junto a sus nietos y nunca me sentí distinto al resto», dice.
Cuando le internaron todo cambió. Jamás logró adaptarse. Así que cuando su tía, la hermana de su madre, le preguntó si quería ir con ella y su marido a vivir a Israel no se lo pensó dos veces.
«Fue muy duro. A los trece años tuve que aprender hebreo y al no haberme criado allí algunos chicos me consideraban extranjero, a pesar de ser judío como ellos», cuenta. Reconoce que tuvo una adolescencia rebelde. Cumplidos los 18 años, se enroló en el Ejército y estuvo luchando en la guerra del Sinaí de 1956. Su alto cargo fue Ariel Sharon. «Yo no le gustaba a él y él no me gustaba a mí, dejémoslo ahí», dice.
Un año más tarde regresó a Reino Unido. Su hermano mediano estaba muriendo de cáncer. «No llegué a tiempo. Pero me consuela que, cuando falleció, él sabía que estaba de camino para ir a verle», explica emocionado. Fue durante el velatorio en su casa, donde encontró la única fotografía que tiene de su familia biológica. «Fue impactante. Fue la primera vez que vi cómo eran mis padres, la primera vez que vi sus caras. Y lo mejor es que había sido un regalo que me hicieron cuando cumplí los tres años». Me enseña con entusiasmo la dedicatoria: «Para nuestro pequeño Erich. Con cariño de sus padres».
Sus ojos se quedan clavados en la imagen. «¿Guarda a alguien rencor por todo lo que le ha pasado?», pregunto. «No, es mejor vivir sin rencor, sin miedos», responde. «¿No tiene entonces miedo a nada?», sigo. «Le confieso que sólo he tenido miedo una vez en mi vida. Cuando tuve a mi hijo pequeño. Había cumplido ya los 50 y tuve miedo de morir antes de que él fuera lo suficientemente mayor para que me recordara. Mi miedo era que no tuviera recuerdos de su padre», contesta.
La Misma historia con diferente final
La suerte de Erich Reich dista mucho del que trágicamente está siendo el protagonista del final del verano, Aylan Kurdi, el niño de tres años encontrado muerto en la playa al naufragar la barcaza en la que viajaba mientras intentaba llegar a la isla de Kos, en Grecia. La imagen ha dado la vuelta al mundo y, por supuesto, su repercusión ha llegado hasta el salón de Erich, que muestra nostálgico la foto de arriba. «Lógicamente se te remueve todo por dentro. Cuando yo llegué aquí tenía prácticamente su edad. Mi barco fue uno de los últimos que salió. Y no me cabe la menor duda de que si mis padres no me hubieran metido habría acabado muerto como ellos», explica.
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