Israel
El Estado judío pierde al último de sus fundadores
La realidad de Israel no se entiende sin la figura de Peres, uno de los artífices de su éxito como país
El veterano Simón Peres, premio Nobel de la Paz por el proceso de Oslo junto a Yaser Arafat e Isaac Rabin, es uno de los políticos israelíes que mayor huella ha dejado en el desarrollo de su país, tras una prolongada carrera de 70 años en la cúspide de la política local e internacional.
Difícilmente puede contarse en unas líneas la plena dimensión de lo que significó la aportación de Simon Peres al Estado de Israel, a cuya creación y fortalecimiento contribuyó como miembro de la histórica generación que fundó un país en medio del desierto. Mucha razón tuvo el ex ministro Yair Lapid, hoy jefe del mayor partido político de la oposición, Yesh Atid, al decir que en el caso de Peres no es apropiado recurrir a la expresión «ya no está» para hacer referencia a su fallecimiento. «Simon Peres sigue estando con nosotros porque estamos rodeados de los resultados de sus acciones», aseguró.
El presidente de Israel, Reuven Rivlin, dijo ayer que «no hay capítulo en la historia del Estado en cuya escritura Simon Peres no haya participado personalmente». Nacido en 1923 en una localidad de Polonia que hoy es parte de Bielorrusia, Peres llegó a la entonces Palestina, bajo el Mandato Británico, cuando tenía 11 años. Traía consigo el recuerdo de su abuelo, asesinado por los nazis, quemado vivo en su sinagoga. Y la convicción de que el pueblo de Israel debía crear su hogar nacional en la tierra de sus antepasados. Para ello, combinó el trabajo de la tierra –fue uno de los fundadores del kibutz Alumot en el norte del país y estudió en la escuela agrícola Ben Shemen– con una larga carrera política de 73 años en la que se enfrentó a multitud de desafíos en materia de seguridad.
Uno de los tres hijos de Peres, Hemi, recordó ayer a la Prensa pocas horas después del fallecimiento de su padre lo que había dicho una vez: «La grandeza de un hombre se mide por la dimensión de la causa que abraza». Y sin duda, Peres abrazó y defendió siempre la causa de su pueblo, primero por la construcción del Estado judío en la tierra de sus antepasados y luego por el desarrollo de su economía y sociedad, siendo identificado en el mundo entero con la batalla por el éxito del proceso de paz.
Por ello, por su visión y por saber combinar los desafíos de Israel con los de la Humanidad, fue reconocido mundialmente, un hecho que se verá de nuevo reflejado mañana en el funeral de Estado en Jerusalén con mandatarios de todo el mundo que ya ha anunciado su presencia.
Peres fue el noveno presidente de Israel, premio Nobel de la Paz, miembro de doce gobiernos y diputado durante 48 años. Batió récords sin parangón. Siempre activo en las redes sociales, recabando miles de «me gusta» por cada uno de sus posts en Facebook, ingresó en el libro de Guinness hace unos años por haber dado la clase por internet con mayor asistencia registrada hasta el momento. Para él, el futuro estaba en la nanotecnología y en la constante ampliación del conocimiento. Tiempo atrás aseguró que su mejor consejo a las nuevas generaciones es que lean tres libros por semana, uno de historia, otro de bella literatura y un tercero sobre tecnología e innovación. Enamorado del progreso tecnológico, científico y cultural, ávido lector, conocedor de culturas, curioso como un niño, avanzado en temas que para gente mucho menor que él es una enigma total, Simon Peres estaba convencido de que el conocimiento rompe fronteras y divisiones.
El ex presidente supo luchar por la seguridad de Israel, concibiendo por un lado el el reactor nuclear de Dimona, algo que veía como elemento clave en el esfuerzo por disuadir a los enemigos de Israel y ser un entusiasta defensor de la paz, convencido de que con los amigos el diálogo ya existe y que resulta clave lograrlo con los enemigos para forjar un futuro mejor. «El mayor privilegio que una persona puede tener es lograr dedicar su vida a su pueblo, aportar, hacer algo significativo», aseguró una vez. Y él lo llevó claramente a la práctica.
En el camino fue alabado, idolatrado y durante muchos años, criticado por la población israelí, que lo consideró un perdedor, dado que nunca había ganado unas elecciones. Pero Peres jamás se rendía, siempre lograba volver a levantarse y seguir adelante. Cuando en 2007 fue elegido presidente, recibió el amor con el que siempre había soñado. Se convirtió en el símbolo del Estado. «Nunca pensé que llegaría a presidente», dijo entonces. «De jovencito, quería ser pastor o poeta. Ahora soy presidente, un cargo en el que no puedo gobernar, legislar ni juzgar. Pero hay algo que sí puedo: soñar».