Muere Fidel Castro
Socialismo y muerte
Empezó como un revolucionario exótico y acabó como un tirano que sometió a su pueblo a una ideología periclitada y les condenó al subdesarrollo
Gabriel García Márquez me contó una anécdota de la desopilante improvisación de los primeros pasos castristas. Los barbudos habían decidido bajar la natalidad en la isla, alimentada por la desinhibida sexualidad de los cubanos propiciada por el clima cálido y las mulatas, y pidieron ayuda a los chinos para que les fletaran un carguero, gratis total, hasta las bordas de preservativos. La cúpula revolucionaria trabajaba de noche, según los husos horarios vampíricos de Fidel, y a la reunión llegó un enlace dando noticias de la atracada del buque amigo. Mandaron a por unas muestras y al abrirlas, tras muchos esfuerzos, Fidel logró encajarse un condón para anatomía china en uno de sus meñiques, desatando la carcajada general. Los tiñeron de colores y los niños cubanos tuvieron globos para unos años.
El 1 de enero de 1959, la columna del médico argentino Ernesto «Che» Guevara entró en la capital pisándole los talones al sargento golpista Fulgencio Batista y, en aquella Nochevieja, el lumpen más joven usó los bates de béisbol (el deporte nacional) para reventar los parquímetros y extirparles las monedas. Fidel Castro se demoró desde Santiago en un plebiscito nacional de días.
Fidel era hijo natural de su padre con una mucama y fue un niño ególatra bien educado por los jesuitas y llevaba al cuello una medallita de la Virgen del Cobre. Nadie sabía de sus pretensiones, salvo la de derrocar al rechoncho dictador, y comenzó molestándole con el disparatado y suicida asalto al Cuartel de Moncada. Castro, que fue capturado ileso y no fue torturado por su estatus de hijo de gallego hacendado, se dirigió al tribunal que lo juzgaba con la frase: «La Historia me absolverá» –extraída del «Mein Kampf», de Adolf Hitler–. El arzobispo de La Habana debió de haber perdido el «oremus» y logró que Batista lo deportara a México.
Su posterior desembarco en La Habana en el «Granma», asesorado por Bayo, un exiliado republicano español, fue otro desastre guerrillero. Primero zozobraron y luego pasaron semanas abriéndose paso entre la manigua, diezmados como conejos, hasta poder llegar a la Sierra Maestra y al Pico Turquino, el más alto de Cuba. Y no subieron más porque realmente no pudieron.
Desde que «The New York Times» y «Paris Match» –por el español Enrique Meneses– publicitaron a aquellos desharrapados, la mercadotecnia fue la ideología de Fidel Castro, que hasta tenía en su pequeña biblioteca las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera: las barbas, sus boinas negras, como prenda y distintivo en sus cabezas; la Comandancia, como máximo rango; la Radio Rebelde, dirigida por Vilma Espín, que terminó siendo esposa de su hermano Raúl Castro, el misterio de las emboscadas en la selva e intentar erigirse como paladines de la libertad. La siempre resultona estética de Robin Hood.
El régimen batistiano se ahogó en su insoportable corrupción y represión antes que por la acción militar guerrillera. Mientras el argentino Che organizaba los fusilamientos habaneros en público o en la fortaleza de El Morro, Fidel hacía presidente a Oswaldo Dorticós, para luego exiliarle en Miami, dándose un golpe de Estado a sí mismo y emprendiendo el camino de una «revolución gregaria» hasta llegar al Partido Comunista único.
En otra reunión habitual noctívaga de la cúpula, Fidel pidió un economista para dirigir el Banco Central de Cuba y fue el Che quién levantó su mano. A la salida de la reunión, Fidel le increpó: «Che, sabía que eras médico, pero desconocía que fueras economista». Éste le respondió: « Te oí que vos pedías un comunista». La anécdota huele a apócrifa y se difunde por los mentideros miamenses para retratar la situación en la isla. La Historia no absolverá a Fidel porque dilapidó todas sus posibilidades políticas sometiendo a la isla a una ideología periclitada. No existe el castrismo, sino los manuales de marxismo-leninismo y una de las retóricas más rancias sobre el imperialismo que ha mudado con el tiempo.
Fidel fue el personaje del siglo XX que ostentó un poder total, junto a Mussolini, Hitler, Stalin y Mao. Pudo hacer cualquier cosa, cualquier experimento: una socialdemocracia sin corrupción u otro general Perón, populista pero con elecciones cada cinco años, que las hubiera ganado todas. Pero prefirió plantar su estatua en el fango de la Guerra Fría. La instalación en Cuba de cabezas nucleares y cohetería táctica y estratégica fue más empeño de Fidel que de Kruschev, quien sí sopesó las posibilidades de una tercera guerra mundial por la egolatría de un gallego cubano.
El arma de destrucción masiva fidelista fue, y es, el célebre bloqueo que nunca existió.La ley de los congresistas Helms-Burton establece la intervención de los mercantes que fondeen en EE UU tras haber comerciado con Cuba, como parte del pago de la deuda de La Habana por su masiva confiscación de bienes estadounidenses. Pero el comercio internacional con la isla no se ha interrumpido, ni el turismo canadiense o europeo, en parte sexual.
Cuba carece de insumos –incluidos los farmacéuticos– porque no tiene divisas para pagarlos, no tiene crédito. Y no han vuelto a la tracción integral a sangre porque la Venezuela chavista prácticamente les regala el petróleo que antes donaba la Unión Soviética. El desinformado pueblo cubano siempre ha creído que les bloquea una fuerza estadounidense dispuesta a hundir o derribar cualquier buque o avión que se acerque a sus costas. Lo mejor que se podía hacer con la Ley Helms-Burton era derogarla para que los cubanos entendieran que quien les bloquea es el sectarismo y la ineficacia de su propio régimen. Los logros de la revolución han hecho bueno eso de que el comunismo sólo es eficaz repartiendo la pobreza. La alfabetización intensiva fabricó analfabetos funcionales gracias a la censura y a la incomprensión de textos y su debate. La sanidad integral consistió en la formación de paramédicos rurales sólo expertos en primeros auxilios y en esa medicina social preventiva que tanto place a nuestro Gaspar Llamazares, que tuvo el cuajo de especializarse en Cuba, no se sabe si en Medicina o en castrismo. Cuando había que operar a Fidel requerían la cirugía española.
Jean Paul Sartre, acompañado por la inevitable Simone de Beauvoir, aterrizó en La Habana para santificar aquel extraño movimiento que tanto contradecía a Marx y al propio leninismo, escribiendo un panfletista «Huracán sobre el azúcar», indigno de su perspicacia intelectual. El castrismo derivó en un comunismo de cantón propio de la Alemania Oriental, por los excesos contra la propiedad personal e internacional, especialmente la estadounidense, y una teoría antiimperialista, anticapitalista y antiyanki, impropia en un país cuya descolonización se debió a un golpe de mano de EE UU.
Es cierto que Cuba fue el burdel y el casino de Estados Unidos, pero hoy es de todo el mundo y con los efebos y hetairas pagando impuestos. Desaparecido el azúcar como el oro blanco, en parte por la aparición de los edulcorantes, el núcleo castrista se echó en brazos de la antigua URSS. A Nikita Kruschev fueron con la milonga de almacenar cohetería nuclear en Cuba. El ejército cubano fue desplazado a Angola y Mozambique con la amenaza permanente del «foquismo», desarrollada por el petimetre francés Regis Debray, sobre Hispanoamérica, en el entendimiento voluntarista de que la cordillera de los Andes es una réplica de Sierra Maestra, siendo en Bolivia donde perdió la vida el Che, convencido por el galo de que la creación de un «foco» era la revolución en la revolución. Fracasado el «foquismo» expansivo, la sorna cubana comentaba: «Cuba es el país más grande del mundo: tiene la capital en Moscú, el Ejército en África y la población en Florida».
El establecimiento de una monarquía hereditaria entregando el mando a su hermano menor Raúl –una solución a «la norcoreana»– despertó unas esperanzas que pronto fueron desahuciadas. Analistas cubanos de todos los colores estiman que la llave de esta transición la tiene el Ejército –poco represor y bien visto– que comanda Raúl Castro. Desde el fusilamiento del general Ochoa –un héroe de las guerras cubanas en África– ningún uniformado en este momento osa moverse, aunque Raúl haya admitido en público el fracaso multiorgánico del régimen cubano. Todas son elucubraciones de café.
Otra teoría imperante es que el hermano permitirá algunas tímidas reformas más que le permitan emprender una senda «a la vietnamita», con embajador en Washington y Coca-Cola. Fidel fue una leyenda en un subcontinente plagado de ellas y el hervor de su sepelio durará bastante tiempo. La puerta sólo se abrirá tras un amargo entendimiento entre EE UU y Cuba que haga olvidar muchos acontecimientos que fueron innecesarios. Volver a aquel 1 de enero de 1959 en el que todo parecía posible.
La revolución fue para nada.
✕
Accede a tu cuenta para comentar