Tribuna

The long good bye

Puede parecer indeseable e imposible la disminución del vínculo atlántico, pero muchas cosas apuntan en esa dirección

FILE - France's President Emmanuel Macron, left, speaks with U.S. President Joe Biden during a family photo of leaders of the G7 and invited countries during the G7 Leaders' Summit in Hiroshima, western Japan, Saturday, May 20, 2023. French President Emmanuel Macron's office said Thursday that U.S. President Joe Biden will make his first state visit to France next week after attending D-Day 80th anniversary commemorations in Normandy. Macron will be hosting Biden and his wife Jill on June 8, ...
El presidente francés Emmanuel Macron conversa con el presidente de Estados Unidos Joe BidenASSOCIATED PRESSAgencia AP

La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 ha producido muchos efectos que probablemente Moscú no pretendía y tampoco buscaba. La expansión de la OTAN a Suecia y Finlandia, países tradicionalmente neutrales desde 1945, acuerdos de seguridad de la Unión Europea con Moldavia. El cambio de suministros de gas para la UE, sobre todo Alemania, desde Rusia a Estados Unidos, con la pérdida económica y de influencia que esto ha supuesto. Además, Ucrania y Moldavia han sido aceptadas en sendos procedimientos de adhesión a la Unión Europea. Nada de esto mejora la situación de partida de Moscú antes de febrero de 2022.

Sumemos a esto las pérdidas humanas y materiales para acercarnos a las efectivas consecuencias del conflicto. Pero seguro que nadie en Moscú pudo pensar que esta guerra llegase a ser el acontecimiento definitivo en la unión estratégica entre Estados Unidos y Europa, la llamada Alianza Atlántica, base del orden internacional global desde 1945. De producirse, este acontecimiento definitivo llevará sin duda años para concluirse, con ambos aliados manteniendo intensas relaciones políticas, económicas y de seguridad. Pero el cambio de prioridades norteamericanas hacia Asia Pacífico y la existencia de una parte considerable de la opinión política norteamericana cada vez más distante de Europa imponen una nueva dinámica de largo plazo entre los aliados occidentales. Los efectos dispares en los dos aliados atlánticos de la guerra en Gaza puede ser una muestra de lo que viene.

Desde la guerra en Ucrania, Rusia es el principal problema geopolítico para la UE y para Noruega, Suiza, los Balcanes y Reino Unido. No lo es para EE UU una vez conseguida la sustitución en el suministro de gas, que para colmo ahora se lo están llevando Argelia y otros productores. Norteamérica tiene sin duda su atención en China, tanto en temas de seguridad, como comerciales, financieros y tecnológicos. La UE, por su parte, no quiere verse arrastrada a un enfrentamiento, dado que China es su segundo socio comercial, aunque la recurrente política china de subvencionar la producción industrial para después inundar otros mercados, muchos europeos, cada vez preocupa más en Bruselas. Algo que ya lleva años haciendo con el acero, los barcos o las placas fotovoltaicas, pero la llegada de Xi convenció a los occidentales que la prosperidad no traería la democracia en el caso chino.

Pero para los europeos China no solo no es un riesgo geopolítico, sino que representa su principal mercado, al que no quieren ni pueden renunciar. Es cierto que China respalda a Rusia en su esfuerzo para sostener la guerra en Ucrania, aumentando su presencia económica en su mercado, además representa ahora su principal sustento económico y tecnológico. También es cierto que la UE está cada vez más preocupada por el exceso de inversión china en todo tipo de bienes, que puedan colapsar sus mercados, como ya ha sucedido con el acero o los paneles solares. Pero la UE necesita el mercado chino para su crecimiento. Es así de simple.

El resultado de las próximas elecciones presidenciales norteamericanas influenciará muchas cosas, pero no la prioridad de las relaciones de confrontación general con China, tanto para demócratas como republicanos. En ese marco, reducir la alianza china con Rusia irá emergiendo como una apetencia estratégica norteamericana. Como ya se comprueba con la contribución norteamericana a la capacidad ucraniana va en retroceso. Esto supone un serio desafío para la UE, al que hay que añadir la exigencia de un sustancial aumento de la inversión en defensa. Aquí, además, se producirá un nuevo campo de tensión atlántica, al inevitablemente los europeos fomentar su propia industria armamentística, beneficiaria de sus nuevas inversiones. Es cierto que está por ver si la UE es capaz de desarrollar esto con empresas paneuropeas, tipo Airbus, o retrocede a un planteamiento más nacionalista. Lo que representara a su vez un sustancial riesgo del futuro europeo

Aquí estriba una nueva cuña entre los aliados atlánticos. El aumento de la inversión militar europea no producirá de manera segura una relación más intensa. Por un lado, Europa aumentará el tamaño de su industria militar en detrimento de los norteamericanos. Es cierto que la deficiencia tecnológica europea tardará años en reducirse. Lo que puede ser causa de tensiones junto con acercamientos. Pero todo apunta a que la comunión atlántica ha dejado atrás su punto más intenso. En todo caso, parece difícil que las opiniones públicas europeas acepten más gasto militar que beneficie a EE UU. El objetivo de inversión europea de alrededor de 445.000 millones de dólares anuales, una vez que se alcance y estamos a 65.000 millones de lograrlo, se convertirá en un elemento dinamizador de su economía y de la tecnología. En cierto sentido, la demanda norteamericana de más gasto en inversión militar lleva aparejada una menor dependencia europea a medio plazo. Ya nos alertaba Santa Teresa de los riesgos de las «plegarias atendidas».

La propia Rusia en algún momento tendrá que hacer recuento de su aventura en Ucrania, su incremento creciente de dependencia de China y su enfrentamiento con la UE, con la que los puntos de conexión positivos son grandes y evidentes. No son, sin embargo, evidentes las ganancias estables de la posición en que Rusia se ha colocado. Es cierto que en geopolítica, a diferencia de en macroeconómica, el equilibrio no se acaba produciendo por sí mismo. Es difícil que EE UU no busque romper la alianza sino rusa según su enfrentamiento con China vaya avanzando, sobre todo al ritmo que le está imponiendo la actual campaña electoral presidencial. En política exterior solo los intereses son estables.

Las dinámicas actuales apuntan a que los aliados atlánticos tenderán a distanciarse respecto a China, pero también a Rusia. En ambos casos sus intereses son distintos. Muy determinante será la presidencia norteamericana decidida en noviembre de 2024, pero la dirección de sus dos Cámaras es evidente. China es lo único importante. Rusia es un tema europeo, con el no pequeño matiz de los acuerdos nucleares.

Parece difícil que la actual carrera armamentística no afecte a la doctrina nuclear europea, de momento concentrada en Francia y en Reino Unido. No es solo que los dos mayores potencias nucleares están desmontando los tratados de control de la Guerra Fría, sino que la nuclearización de terceros países es cada vez más un hecho. El paradigmático caso de Irán, cada vez más cerca de obtener recursos militares nucleares, en parte por culpa de EE UU al romper acuerdos en los que también estaban la UE, China y Rusia. Todos sabemos que Irán e Israel no serán las últimas potencias nucleares en Oriente Medio. En un marco mundial como ese, una UE más armada tendrá que reabrir sus opciones nucleares, lo que le asemeja, pero no le acerca a Norteamérica. Cada uno tendrá entonces su paraguas.

Puede parecer indeseable e imposible la disminución del vínculo atlántico, pero muchas cosas apuntan en esa dirección. Lo que no obvia que las cosas que unen a EE UU y la UE son claramente más que las que les puedan separar. Una presidencia de Biden podría ofrecer un respiro, pero no seguro una alternativa diferente a un largo adiós entre los dos bloques democráticos y liberales del mundo. La propia UE fue y es un proyecto norteamericano que la vieja Europa nunca hubiera conseguido sola. Pero todos sabemos que el tiempo produce separaciones por muchos motivos. Este puede ser un ejemplo más.

Como dice la canción, «decir adiós es duro». Nada es definitivo y mucho menos total, menos aún en geopolítica. Pero las cosas son como son.