Estados Unidos
Trump vende tanques y misiles «Stinger» a Taiwán
El Gobierno de Pekín exige cancelar «inmediatamente» la venta porque amenaza la estabilidad del estrecho
El Gobierno de Pekín exige cancelar «inmediatamente» la venta porque amenaza la estabilidad del estrecho.
Washington venderá material de guerra a Taiwán por valor de 2.200 millones de dólares. Un cifra que engloba más de cien tanques Abrams, el mismo que usa el Ejército estadounidense, y 250 misiles tierra-aire «Stinger». La venta, gestionada y aprobada por el Departamento de Estado, refuerza el singular estilo, unipersonal, decidido, polémico, de una Casa Blanca que modela la política exterior según los biorritmos de un presidente decidido a revertir las políticas de sus predecesores. Normal que en China, por boca del portavoz del Gobierno, Geng Shuang, la venta haya sido recibida con frontal hostilidad.
Esto interfiere gravemente en los asuntos internos de China y socava sus intereses de soberanía y seguridad. Pekín llamaba a la cancelación del contrato. Trump respondía con el desaire de no mencionar el asunto y dedicar el día a insultar a miembros del Gobierno británico y comentar las mentiras que a su juicio lastraron la investigación del Rusiagate. La maniobra de Washington llega en mitad de las negociaciones por el ansiado acuerdo comercial, y añade un extra de presión en unos días que supuestamente debieran servir para acercar posiciones.
De fondo, claro, el perenne conflicto entre la China continental, que considera a Taiwán parte de su territorio y ha jurado recuperarlo, así sea mediante el uso de la fuerza, y la resistencia de los taiwaneses, que aspiran a seguir en democracia. Un deseo que no comparten los líderes de la República Popular China y su Partido Comunista. Delante de los micrófonos de Al Jazeera, el portavoz Geng Shuan recalcó que «China insta a EE UU a cancelar inmediatamente la venta de armas planificada y detener las relaciones militares con Taipei para evitar dañar las relaciones chino-estadounidenses y la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán».
Todavía resuenan las duras palabras del presidente Xi Jinping, cuando el pasado enero se refirió en un discurso a los vientos de la historia, que conducen hacia la reunificación, quitó importancia a las notables diferencias políticas entre los dos regímenes, a su juicio poco más que excusas poco creíbles, y advirtió a la población de Taiwán que «debe reconocer claramente que la independencia significaría un desastre inapelable para Taiwán. Estamos dispuestos a crear un amplio espacio para lograr una reunificación pacífica, pero no dejaremos espacio para ninguna actividad separatista». A Jinping y al politburó, claro, les escuece particularmente la cercanía de Washington y Taipei. Una constante desde que Trump accedió a la presidencia. Un presidente que no ha violado pero sí forzado el espíritu de los acuerdos tácitos y explícitos en la relación. Todo esto sucede en vísperas de que el presidente de Taiwán, Tsai Ing Wen, aterrice mañana en Nueva York. Combustible adicional para tensionar las relaciones entre los dos gigantes, al tiempo que material añadido para que los negociadores barajen nuevas cartas en la inabarcable partida de póker a cuenta de los aranceles, las balanzas comerciales, la protección de los derechos de autor y las patentes.
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