Bruselas
Un día duro de relojes blandos
La capital belga trataba ayer de recuperar la normalidad con la reapertura del transporte público y de los comercios. Los bruselenses homenajearon a sus muertos y prometieron no dejarse vencer por los terroristas.
La capital belga trataba ayer de recuperar la normalidad con la reapertura del transporte público y de los comercios. Los bruselenses homenajearon a sus muertos y prometieron no dejarse vencer por los terroristas
Amanece en Bruselas con una ligera capa de agua que ha dejado la escarcha. Una extraña calma envuelve una ciudad tradicionalmente caótica y ruidosa. Con las banderas a media asta y la Policía rastreando el país palmo a palmo, la capital belga se enfrenta, de luto, al primer día tras la tragedia. Esta Bruselas nada tiene que ver con la de noviembre, tras los atentados que sacudieron París. Durante el bloqueo que las autoridades decretaron por alerta terrorista «grave e inminente», la misma que ahora, la ciudad quedó casi por completo paralizada. Comercios cerrados, espectáculos cancelados, colegios clausurados y transporte por completo anulado. No es así en esta fría mañana de marzo.
Los transportes funcionan con cierta normalidad, a pesar de las restricciones. Los controles policiales se extreman en las estaciones y se producen largas colas a la entrada de las mismas. Los comercios abren en su mayoría las puertas y los bruselenses se dirigen a sus trabajos para esquivar el duelo, para continuar con sus vidas. Como Paula, una española de 27 años que trabaja en la Comisión Europea y que hoy ha acudido a su puesto. «Yo no me voy a quedar en casa porque no se puede vivir con miedo», argumenta. Paula reconoce que el ambiente en la ciudad es extraño. «La gente está como apagada, triste», explica.
El país se detiene a las doce en punto de la mañana y los minutos de silencio se suceden. En la Comisión Europea, las autoridades: el primer ministro belga Charles Michel; su homólogo francés, Manuel Valls, el rey Felipe y el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker. Sólo unos minutos después se dirigen a la estación de metro atacada para dejar unas flores. En el centro, en la Plaza de la Bolsa, se reúnen miles de ciudadanos en un emotivo encuentro.
El área de las instituciones es una de las zonas más transitadas de la ciudad con miles de funcionarios europeos que entran y salen de sus oficinas para tomar el almuerzo. Pero hoy los restaurantes están prácticamente vacíos. Lo mismo ocurre con el Parlamento Europeo y la Plaza de Luxemburgo, que se encuentran casi desiertas. El silencio envuelve la capital belga.
La situación se repite a lo largo de toda la ciudad. Aunque los barrios presentan cierta actividad y la mayor parte de los comercios están abiertos, algunos han decidido cerrar sus puertas y no demasiados transeúntes caminan por las calles de Bruselas. En el centro, apenas un par de grupos de turistas asiáticos siguen ordenadamente a su guía y parecen completamente ajenos a la alerta. No así una familia asturiana que pasea por la ciudad. Llegaron el domingo a Bruselas y deberían volver a casa mañana, aunque desconocen si podrán hacerlo. Su vuelo partía de Zaventem. Aunque en ningún momento se plantearon dejar la ciudad antes de tiempo, reconocen que tienen miedo.
El corazón de la ciudad es hoy la Plaza de la Bolsa, en pleno centro de la ciudad. Un punto de encuentro en el que desde las primeras horas posteriores a los atentados, belgas y foráneos se han dado cita para apoyarse, para consolarse, para mostrar solidaridad con las víctimas, repulsa por los atentados y, en definitiva, compartir su duelo. Decenas de banderas de todos los países se extienden por el suelo de una enorme avenida. Mensajes de paz, de amor, contra la guerra y la barbarie son dibujados con tiza en la calzada por los viandantes. Las velas iluminan los mensajes y recuerdan a las víctimas.
Al caer la tarde, el goteo de personas que se acerca a la plaza es que cada vez mayor. Paula cree que todo el mundo se siente identificado con lo ocurrido. Que podría haberle pasado a cualquiera. «Hay un sentimiento de hermandad», sentencia. El ambiente, lejos de la tristeza de la noche posterior a los atentados, se ha convertido en una reivindicación de la vida. Un chico levanta un cartel y con una enorme sonrisa ofrece «verdaderos abrazos sirios para Bélgica». Un grupo de chavales saca una guitarra. Sus voces se elevan y comienzan a cantar a voz en grito. En un desahogo que suena a música y sabe a tristeza contenida, entonan el inmortal «Imagine» de John Lenon. Se repite la escena que ya vivió la Plaza de la República de París en noviembre, Bruselas afronta unida y con música a la tragedia.
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