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Votos prisioneros del miedo
Afganistán celebra hoy elecciones presidenciales entre los atentados de los talibanes y el temor al fraude. La etnia es más importante que el programa de los candidatos, que pactan con los señores de la guerra
Los afganos eligen hoy a su futuro presidente en un ambiente electoral marcado por la violencia talibán y, como telón de fondo, la retirada de las tropas de la OTAN a finales de año. El nuevo mandatario tendrá que lidiar con un país profundamente dividido, limpiar la corrupción de las entrañas de las instituciones públicas y privadas y dirigir el país hacia una democracia. Todo ello en uno de los Estados más violentos del mundo.
Las calles de Kabul estaban más vacías incluso de lo habitual. La mayoría de extranjeros han tenido que salir del país y los pocos que quedan se han confinado en sus casas o en hoteles. Los funcionarios afganos disfrutan de unos días libres porque la Administración ha cerrado hasta después de elecciones. La situación es tan volátil que se han extremado las medidas de seguridad con el despliegue adicional de 95.000 soldados a los 100.000 repartidos habitualmente por todo el país para proteger los colegios electorales.
Y es que autoridades, población nativa y los pocos foráneos que quedan son conscientes de que cualquiera puede ser objetivo de los talibanes. Ayer, sin ir más lejos, fueron tiroteadas la fotógrafa alemana Anja Niedringhaus, que murió al instante, y la reportera canadiense Kathy Gannon, que resultó herida. El atacante era un hombre con uniforme de la Policía local en el este de Afganistán, muy cerca de la frontera con Pakistán. Era parte de su escolta en el lugar, lo que evitó que sospecharan. En un momento en que bajaron el coche, el asesino, al grito de Alá es grande, las acribilló.
El miedo hace que en las carreteras y calles del país apenas se vea tráfico, lo que nos permite observar las destartaladas carreteras con agujeros en las orillas del arcén y sin asfaltar. Si ya resulta difícil circular en la capital, se añade, además, que uno se topa con puestos de control y barreras de seguridad cada cien metros. Kabul parece una prisión rodeada de altos muros de cementos, coronados con alambre de espino. Pero cuando se abre la puerta trasera de esta triste ciudad, uno se encuentra el «coto privado» para los extranjeros, donde ahora no habita ni un alma. Alejado de las zonas populares por donde caminan mujeres con burka o hombres con túnica y pantalón holgado, en el distrito de embajadas y el complejo de la ONU se encuentran restaurantes que sirven alcohol y tiendas con todo tipo de productos importados, sólo para extranjeros.
Para entender Afganistán hay que analizar los contrastes: un laberinto de etnias, tribus y clanes cuyo límite geográfico termina en las montañas de Hindú Kush, al norte de Kabul. La cuestión étnica es incluso más importante que el programa electoral de los aspirantes a presidente. Así, el doctor Abdulá Abdulá, que es tayiko, ha pactado con dos importantes señores de la guerra, Mohamed Mohaqeq (hazara), para ganarse el voto de esta etnia y un pastún, cercano a los talibanes, Mohamad Khan, del grupo Hezb-i-Islami. El doctor Ashaf Ghani, que es pastún, se ha unido al importante señor de la guerra uzbeko Rashid Dostum, acusado de crímenes de guerra.
El tercer favorito, Zamai Rasul, que tiene el apoyo de Karzai, ha elegido como primer vicepresidente a Ahmad Zia Masud, hermano del legendario Ahmad Sha Masud, asesinado antes del 11-S, y como segunda vicepresidenta a Habiba Sohrabi, ex gobernadora de la provincia de Bamiyán, Hazara para tener los apoyos de las minorías.
También la participación será uno de los caballos de batalla de estas elecciones. «La credibilidad del resultado electoral dependerá de la participación», reconoce el «príncipe» Ali Seraj, ex candidato que se retiró a favor de Rasul.
Pero por encima de todos los problemas que presenta la jornada electoral de hoy se erigen la violencia de los talibanes y el posible fraude, que sin duda determinarán el resultado final. A pesar del entusiasmo de los afganos, que han llenado estadios y otros espacios públicos para apoyar a sus líderes en los mítines, muchos –especialmente las mujeres– podrían quedarse en casa por miedo a los atentados. «Mi padre no me dejará ir a votar. Irá mi hermano con mi carnet de voto», explica a la RAZÓN Farida Ayubi, estudiante de Derecho. Este caso se repetirá en miles de colegios, lo que hace prever un fraude masivo, diga lo que diga el portavoz de la Comisión Electoral, que alardea de que «lucharán contra posibles injerencias con 265.000 observadores». Sin embargo, «sólo el 10 por ciento son independientes», denuncia Nader Nadery, presidente de la Fundación para unas Elecciones Libres y Justas (FEFA).
Entre los posibles fraudes, está el carnet sin foto de identificación que usan las mujeres que visten el burka. «La comisión electoral respeta la decisión de las mujeres de proteger su identidad, por lo que está permitido llevar un carnet sin fotografía», indica Nor Muhamed Nor a este periódico.
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